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Cine Crítica
'Slasher' y una aterradora herencia en el olivar cordobés

Una imagen de 'Slasher', la película.

Cristian López

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No había tradición, y por ende, mucho hueco que ocupar, en el terror cinematográfico en clave cordobesa. Y precisamente de ese contexto, y de un prisma argumental pocas veces visto, partió hace unos años el guion de Slasher, la comedia de terror cordobesa que se ha estrenado este fin de semana en cines. Al final, tras muchos meses recorriendo el circuito festivalero por toda España, la obra del gallego Alberto Armas ha podido ver la luz para el público en general. Un baño de amor, lágrimas, sangre y otras drogas, enmascarado todo en medio de un mar de olivos, entre al Alto Guadalquivir y la Subbética. El talento tras la cámara -y frente a ella- se palpa de principio a fin en un largometraje que, pese a los escasos recursos con los que cuenta, cumple y mantiene el tipo durante los más de 90 minutos de duración. Un film que rebosa amor hacia el subgénero que alude el propio título del mismo. Pero no es solo eso. Es terror slash, por momentos, pero también comedia, gamberradas, disfrute y algo de humor negro.

La película cuenta la historia de Julio, un joven al que su madre le regala una máscara el día que cumple 18 años, ese es el momento en el que el protagonista hereda la labor de su padre (desaparecido hace años) como asesino en serie. Por tanto, en ese instante se producirá para él una decisión vital, y es que deberá elegir si continuar con el legado psicópata de su progenitor o, en cambio, alejarse de esa vida y no ser más que un chico normal. Que oye, ni tan mal. Y en medio de ese novedoso y trascendental proceso vital, aparece Úrsula, una de las chicas del grupo de posibles futuras víctimas que acaba de llegar al pueblo donde él vive. Y la atracción en plena pubertad hará que, incluso, tambalean sus propias creencias y sueños de infancia, unos muy distintos a los de cualquier niño normal y corriente.

Por tanto, este prisma es precisamente el que le da mayor originalidad a la obra. No es solo que el espectador pueda contemplar la gestación desde cero de un nuevo asesino, sino que la misma se produce en sentido hereditario. Y es que, para los fans del terror, es un gusto poder jugar a encontrar las innumerables referencias presentes, ya sean conscientes o no. Es innegable que se trata de una oda a esos malos enmascarados del cine de terror setentero y ochentero, tales como Jason, Michael Myers o Freddy Krueger. Eso sí, quizá la referencia vehicular sea Viernes 13, ya que ahí, en la saga iniciada en los 80 por Sean S. Cunningham, es la madre, Pamela Voorhees, la antagonista original y la que mueve los hilos para los asesinatos posteriores de su hijo.

Con todo, las relaciones son mucho más amplias, y pueden verse en los posters que adornan la habitación de Julio, en los que se pueden ver referencias a Scream, Pesadilla en Elm Street o El muñeco diabólico. La propia torpeza del asesino es un claro ejemplo de similitud con el Ghostface de Wes Craven, muy alejado de la apariencia sobrehumana de los mencionados anteriormente. Otra de las novedades que recoge en este caso Armas es el hecho de no ocultar nada. El misterio queda disipado y desde el primer minuto, el espectador ya sabe quién es quién. No se esconde. Eso sí, sin entrar en spoiler, la película nos regala una sorpresa final y que anticipa esa segunda parte de la hablaba el propio director en CORDÓPOLIS.

Con todo, el principal enemigo de Slasher son las propias expectativas con la que vayas a ver la película. No es terror del todo, ni tampoco comedia. Es un híbrido que, por momentos, no termina de empastar del todo bien. Al menos desde el punto de vista del que escribe, ya que la tensión que se inicia con el primer asesinato, se acaba diluyendo por completo, tanto por la música como por un tramo de argumento un tanto esotérico y en el que la película pasa de ser un sólido producto aterrador, a algo más cercano a Scary Movie. Que oye, no es nada inferior, pero en un primer visionado choca. No obstante, hasta en esos momentos se encuentran pinceladas satíricas muy significativas, como una conversación totalmente absurda con el Guardia Civil del pueblo, o una especie de ritual sectario con toques tarantinianos, al más puro estilo del patetismo del Ku Klux Klan en Django desencadenado.

En definitiva, a mi parecer, se trata de una película que crece con el paso de los minutos y que entra en un tramo final frenético y más que sólido. Con muertes más salvajes y secuencias de puro terror en un ambiente en el que ese toque de pueblo cordobés llega a acercarse mucho al Estados Unidos más profundo de La matanza de Texas. Y como el propio subgénero obliga, no faltan los clichés con el sexo adolescente, las caídas en plena huida o las resurrecciones. Incluso, algún careo de puro western.

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