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CRÍTICA

'Séneca': John Malkovich sostiene un noble caos estético y filosófico

John Malkovich como Séneca.

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En un momento clave, hacia mitad de la película Séneca, el personaje que interpreta el recientemente fallecido Julian Sands (un rico aristócrata arribista) le espeta a John Malkovich una frase pensada para impactar en el cerebro del espectador: “Nosotros no somos filósofos, solo queremos sobrevivir”.

No es este el único momento en el que el director de Séneca, el alemán Robert Schwentke (Red, El Capitán) juguetea irónicamente con la resistencia y la paciencia del público en su última película, un proyecto noble en forma y en fondo, aunque de difícil digestión en los tiempos en los que el cine de esta naturaleza, que hace solo una década se catalogaba como arte y ensayo o cine independiente, hoy se considera mero contenido.

Pues bien, incluso en la era en la que vivimos, la Séneca de Schwentke no es el fracaso fílmico que algunos críticos han dibujado en su periplo festivalero. No lo es por varios motivos: el principal porque ofrece una de las mejores interpretaciones del año por parte de un John Malkovich descomunal, a quien la película, por cierto, aparta del cine barato y alimenticio al que parecía abonado en los últimos años.

Segundo, porque, su interpretación se basa, en su gran mayoría, en recitar literalmente las palabras que escribió Lucio Anneo Séneca, aquel político y pensador cordobés que acabó de asesor de un tirano y que catapultó el estoicismo como escuela filosófica.

De modo que, cualquier espectador con sed de conocimiento y calidad, podría argumentar que recuperar, de una tacada, a Malkovich y a Séneca ya es suficientemente mérito. Pero la película, además, se afana en convertir a ambos en protagonistas y antagonistas para obligar al espectador a reflexionar sobre lo que está viendo y reconocer sus lazos con el presente.

De hecho, Séneca se muestra en el film casi como un coach para ricos y aristócratas, a los que les saca la pasta a cambio de consejos de posavasos. Sus contradicciones, que son clave para entender su figura histórica, se exponen con claridad (y crueldad) en una película que tiene un marcado toque teatral, a pesar de que Schwentke cuida también el apartado visual y estético. Así, como en algunos de sus films anteriores, el director apuesta por una textura propia de una novela gráfica a 25 fotogramas por segundo.

Curiosamente, la mayoría de los críticos han cargado contra las licencias históricas que se toma el cineasta (las gafas de sol, el vestuario, la música electrónica, el final ucrónico y anacrónico). Ridley Scott, que ahora está sufriendo algo similar con Napoleon, dice al respecto que lo que tienen que hacer esos críticos es buscarse una vida. El propio Séneca, por su parte, ya dijo que la vida es como una leyenda y lo importante es que esté bien contada.

En el caso de Malkovich, su interpretación va en dirección opuesta a la película. Si el film, como el propio Imperio Romano en el que tanto piensan hoy los hombres, se desvanece lentamente, el actor arranca comedido para acabar rayando el histrionismo controlado. Claro que, a los 15 minutos de película, un personaje ya le ha gritado: “¡Cállate de una vez!”, algo que se repetirá a lo largo del metraje de una película que, si no se hace bola, es precisamente por la entrega del protagonista.

A la hora de la verdad, el toque anticomercial del film seguramente expulsará a mucha gente de las salas de cine. También de las de la Córdoba senequista, a las que esta Séneca ha llegado casi de milagro. Y, seguramente, esa misma ambición filosófica complicará su visionado en los servicios de streaming, donde una película como esta, que hace 15 años hubiera sido un pequeño acontecimiento, se verá con el móvil en la mano, perdido el espectador en scrolls infinitos de coaches e influencers para ricos, advenedizos y aristócratas.

Así que, si finalmente la película acaba siendo un fracaso económico, la historia le dará la vuelta a las palabras del propio Séneca, que dijo: “Nadie ha condenado a la sabiduría a ser pobre”.

Pobre, no sé. Minoritaria, seguro.

Séneca, de Robert Schwentke y protagonizada por John Malkovich, está hasta el próximo jueves en el Cine Guadalquivir Cinemas.

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