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'Un robo de narices', la comedia sobre la soledad no deseada que acaba al ritmo de 'Waterloo'

Teatro 'Un robo de narices', en el Palacio de Viana
19 de julio de 2025 11:19 h

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Se acercaban las diez de la noche. En la calle Rejas de Don Gome se iba formando una larga cola. Los vecinos que pasaban preguntaban qué se iba a estrenar esa noche, sorprendidos por el bullicio. En la plaza que da nombre a la calle, varias parejas se sentaban en bancos algo desorientadas, buscando la entrada correcta. “Es por la esquina”, les avisaba un grupo de amigos que venía con paso decidido.

A las 21:30, bajo una brisa suave, se abrieron las puertas del Patio de las Columnas del Palacio de Viana. Dentro, las flores del palacete acogían a un público claramente expectante ante el título sugerente de la noche: Un robo de narices, de la compañía Maroma Teatro.

Apenas pasadas las 22:00, el murmullo general del patio se apagó, barrido por un silencio repentino y dos luces azuladas que marcaron el inicio de la función. No hubo grandes efectos, ni necesidad de ellos. Bastaron unos cuantos muebles y la presencia de Don Julián (José Ruiz), para que la función se pusiera en marcha y el público entrara de lleno.

Teatro 'Un robo de narices', en el Palacio de Viana

Bajo el ruido del efecto que produce el viento cuando mece las palmeras, las risas no tardaron en aparecer. Cada cinco minutos, estallaban carcajadas rotundas, contagiosas, de esas que obligan a inclinarse hacia adelante. Algunas venían por lo que se decía, sí, pero muchas por cómo se decía.

La obra iba saltando entre el costumbrismo y el absurdo sin dar explicaciones. Un abuelo que no quiere que lo molesten, y unos ladrones (Iván Herrera y Gonzalo Cortés) que, en lugar de saquear, se quedan como si hubieran encontrado algo más valioso que la cartera. Pero esto no se contaba, se insinuaba. Y ahí estaba la gracia: el público lo entendía todo sin que nada se explicara del todo

Teatro 'Un robo de narices', en el Palacio de Viana

No era solo una comedia. Era también una forma de asomarse a la soledad, a las grietas que se abren cuando la edad y la rutina se alargan demasiado. Las reformas de la casa, el sistema sanitario, las pensiones, las pastillas… todo estaba ahí, pero dicho entre carcajadas. El humor lo envolvía todo, como si la improvisación supiera que la risa es la mejor manera de contar lo difícil. Al final, por mucho enredo y absurdo que hubiera, el mensaje era nítido: el abuelo no echó a los ladrones porque, por fin, tenía alguien con quién hablar.

Un robo de narices no robó nada. Al contrario, regaló casi dos horas de humor, compañía y una escena final difícil de olvidar: los tres protagonistas, trajeados como si vinieran directamente de Eurovisión, bailando al son de Waterloo. Porque a veces, la mejor forma de hablar de la soledad en mayores no es llorarla, sino montar un número musical.

Teatro 'Un robo de narices', en el Palacio de Viana
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