Muerte de un poeta
Reconozco que me enfrenté a la obra del Grupo Cántico con prejuicio. Es un defecto humano como tantos otros que nos conforman.
Yo no entendía que miembros de dos o tres generaciones de poetas estuvieran callados, en el exilio o, directamente, muertos en cunetas y barrancos en esa España de color mierda, sotanas y uniformes.
Yo no entendía que en la austera Córdoba romana de provincias un grupito de muchachos se inventaran una revista y le cantaran a sus parcelitas heredadas en Sierra Morena e hicieran elegías a Sandua y dibujasen angelitos y mujeres de ojos morunos.
Yo no entendía nada hasta que leí Impares. Fila 13 o Antiguo Muchacho y entonces lo comprendí todo. Entendí la ciudad y sus sombras, su propio exilio sin moverse o sin mudarse mucho. Y el Diario de Juan Bernier definitivamente me voló la cabeza.
No compartí conversación alguna con Pablo García Baena, si leer sus poemas no es una conversación; pero me cruzaba con él sin hablar por la cuesta del Bailio, la plaza de Capuchinos o la calle Obispo Fitero.
Veía a Pablo García Baena andando despacio al atardecer y me imaginaba que había quedado con un Luis Cernuda regresado en alguna taberna.
Ha muerto un hombre. Es noticia.
La Historia siempre será pasado, la Memoria es el futuro.
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