Aixa de la Cruz: “Nos han estado bombardeando desde los 80 con discursos biomédicos reduccionistas sobre la enfermedad mental”
Lis, Nora, Olivia Y Erica son las nietas de la abuela Carmen, que se abrió las venas en la bañera de su vieja casa. Ahora, esas cuatro jóvenes son Las Herederas, título de la última novela de Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) editada por Alfaguara.
Esas mujeres, cada una de ellas con su pasado, con sus heridas y con sus aspiraciones se reúnen en la casa de la abuela que acaban de heredar. Así, Aixa de la Cruz construye una novela de aires góticos donde paseamos por asuntos tan importantes como inquietantes: cómo curar cicatrices, a qué llamamos ahora “salud mental”, cómo nos relacionamos con las drogas, legales e ilegales, en este sistema que nos explota, la maternidad dentro de ese sistema y, naturalmente, como nos enfrentamos a un suicidio cercano con mezcla de duelo y de pesquisas para encontrarle un porqué.
Hace años, una jovencísima Aixa de la Cruz fue becaria de una de las primeras promociones de la Fundación Gala. Ahora ha vuelto a Córdoba en plena madurez creativa con una magnífica novela bajo el brazo a la que, sin duda, le auguramos un largo recorrido
PREGUNTA (P). El punto de partida de la novela es el suicidio de la abuela Carmen seis meses atrás en una especie de “fuera de campo”. En el suicidio de alguien cercano se mezcla duelo e investigación ¿no te parece?
RESPUESTA (R). Sí. Yo llevaba tiempo, seis o siete años, queriendo hablar sobre el tema del suicidio, cómo se procesa el asunto del suicidio porque también lo viví de forma cercana. Y es curioso porque mi libro anterior, Cambiar de idea, son unas memorias cercanas y, tal vez por eso, me tentó abordar el tema desde lo personal. Pero no me era cómodo, claro, porque no te suicidas tú, sino que tienes que hablar de terceros que ya no están vivos. No me sentía cómoda porque no era un tema mío. Al mismo tiempo, me di cuenta que la reacción ante ese suceso fue tan contradictoria que yo me convertía de repente en cuatro personas distintas a la hora de procesarlo, porque yo fui la persona que en vez de enfrentarse al duelo intenté solaparlo con una pesquisa policíaca, me obsesioné en intentar entenderlo, llegué a elaborar casi teorías conspiranoicas para intentar entender algo que es, a su vez, muy sencillo y muy complejo, casi siempre una pregunta sin respuesta. Y luego estaban también esas explicaciones muy reduccionistas que tienen que ver con la salud mental, a reducir lo que ha sucedido a “bueno, esa persona estaba loca o tenía una adicción a las drogas…”, como ponerle una solución causa-efecto muy sencilla para dejar fuera todas las causas sociales que pudieran haber empujado a esta persona a hacer lo que hizo.
P. Por eso necesitas a los cuatro personajes de la novela, supongo…
R. Sí. Tuve que darle esas pinceladas a esos personajes para explicar el duelo que yo viví, porque era cuádruple. A partir de eso salen ellas, de darme cuenta de que eran cuatro partes para salir del duelo.
P. Y, junto a eso, está el asunto ese de que la “locura está en los genes”, como si fuera una maldición. Que yo sospecho que es mentira.
R. Yo también creo que es mentira. Bueno, hay gente que sostiene que hay cierta propensión a ciertas patologías psiquiátricas. Pero esa “predisposición” va a ser social, es decir, construida, así que no sé hasta qué punto de importancia le podemos conceder.
P. Pues aún se le concede…
R. Nos han estado bombardeando desde los años 80 con estos discursos biomédicos reduccionistas sobre la enfermedad mental. Me refiero a esas teorías que ya han sido totalmente desmentidas sobre que la depresión tiene que ver con un desequilibrio químico, porque te falta serotonina o no sé qué… Eso es muy peligroso porque, por un lado, puede dar pie a interpretaciones deterministas relacionadas con el ámbito familiar, como les sucede a estas mujeres de la novela y, luego, porque se vuelve a algo claramente despolitizante si dejamos de ir al origen de lo que nos está enfermando, de lo que nos produce sufrimiento psíquico. Eso al sistema le viene muy bien, porque no le leemos la cartilla y todo lo que nos pasa es privado y sólo tenemos que buscar soluciones privadas para el tema.
P. Asistimos a un debate sobre la importancia de la atención a la salud mental de los jóvenes, incluso ha habido un paro universitario y concentraciones al respecto ¿qué te parece?
R. Creo que tiene que haber una sensibilización colectiva en los centros educativos, está claro. Para conocer cuales son las señales de alarma e intervenir. Pero, al mismo tiempo que estas campañas que se dedican a pedir más recursos: vamos a reforzar los servicios de salud mental, vamos a pedir más psicólogos, que haya más orientadores en los institutos… esto me parce importante; pero al mismo tiempo se tiende a enfatizar sólo esto y a olvidar abordar las causas por qué los jóvenes se suicidan o padecen. Es decir, cuando se habla de salud pública no se habla del precio de los alquileres, no se habla de la explotación laboral… Parece que se quiere enfatizar simplemente en que no hay psicólogos. Obviamente es importante que los haya porque una vez que la herida ya se ha hecho hay que atenderla; pero también creo que es importante enfatizar que esto viene de lugares que son colectivos y que tienen que ver con violencias del sistema.
P. Se me ocurre que, en esos ámbitos, un buen departamento de lengua y literatura podría recomendar trabajar sobre tu libro, un taller de lectura sobre “Las Herederas”.
R. Pues estaría bonito. La literatura siempre viene bien para generar debate, para abordar la complejidad de los temas. Porque, desde las campañas de salud pública hasta los discursos de los políticos, se quedan muchas veces en lo superficial y yo sí que creo en la capacidad
de la literatura para ir a la raíz de las cosas.
P. Es la primera vez que leo la palabra “Psistema”, así, con p.
R. (ríe)
P. Debo decir que la entendí inmediatamente…
R. Sí. A mi me la enseñaron compañeras que han sufrido violencia psiquiátrica. He tenido la suerte de contar con la generosidad de mujeres activistas que han pasado por internamientos, que han sido víctimas del sistema manicomial y que me hablaron de sus experiencias, sus reivindicaciones y me contaron también sus aprensiones para verse representadas en el plano de la ficción; me decían que no estaban acostumbradas a que gente las retratase porque se suele caer en ciertos esterotipos o malinterpretaciones. Yo no soy una persona psiquiatrizada, pero sí es cierto que a través del personaje de Lis me adentro en una experiencia, aunque yo he tenido algún cuadro psiquiátrico, pero no he pasado por vivir el “psistema” con toda su violencia. Pero a través del personaje de Lis sí que he intentado denunciar estas malas prácticas sistémicas que siguen vigentes, como las dinámicas de la medicalización. Hemos pasado de que en los años 50 nos pusieran camisas de fuerza a que ahora entres en la unidad médica y te pongan aloperidol en vena para convertirte en un zombi para que no te puedas mover ni dentro de tu propio cuerpo. En fin, creo que antes de pedir más recursos para el sistema, habría que analizar el sistema para ver lo que está fallando; porque este sistema es menos asistencial que violento.
P. “Las herederas” protagonistas son nietas de la abuela difunta, obviamente. La familia, así, se convierte en circunstancia y tema ¿fue premeditado?
R. Fue intuitivo. La escritura está impregnada de la propia experiencia, aunque sea ficción y yo escribí esta novela en la casa familiar de mi abuelo donde de niña pasaba los veranos, en una pequeña aldea del norte de Burgos, en la que me refugié después del confinamiento que nos pilló en una casa diminuta e inhabitable, como son casi todas las casas de las ciudades…
P. … de alquiler, claro.
R. De alquiler, por supuesto. Es que eso era la constatación de la violencia inmobiliaria: pagas unos alquileres abusivos y de pronto te encuentras que no puedes salir a tomar el desayuno, que tienes que trabajar dentro y, de pronto, ese lugar se convierte en, directamente, inhabitable. Así que tomamos la decisión de dejar la ciudad y me refugié en la casa del abuelo, que es una casa “familiar”. Las casas familiares están llenas de ecos de la infancia, llegas ahí y es siempre una regresión de alguna manera, y para mí la idea de la familia, la idea del encierro también, por el contexto en el que estábamos… así que me salió así de un modo natural. Lo que si creo es que en esta reentré, cuando estábamos en pandemia, se especulaba mucho con que iban a aparecer muchos libros de pandemia y eso aún no ha pasado; pero sí que ha habido esta reflexión sobre la familia, porque está muy relacionada.
P. Por aquello de “la convivencia”, supongo.
R. Eso es. La pandemia nos encerró a la familia. Era eso de ¿cómo se decía?, los “convivientes”, los “convivientes cercanos”… No se sabía si podías convivir con tu novio… Además nos encerraron con una idea nuclear de familia, como muy conservadora, como muy de otra época; además de que teníamos también mucho miedo por los familiares, por los padres, por los abuelos en las residencias…
P. Es muy interesante cómo se aborda el tema de las drogas en tu libro ¿Estamos todos drogados?
R. Bueno… continuamente; quiero decir, por ejemplo, cuántos somos adictos al café para despertarnos, y el café genera una tolerancia, es una droga bastante adictiva; pero sobre todo cuántas veces, por no exigir un descanso, por no exigir parar de producir, tenemos que ir a trabajar tomando ibuprofeno, paracetamol, y el tema de las benzodiacepinas que también está en los botiquines. Se supone que para ir a trabajar has de haber tenido ocho horas de sueño. Entonces cuando tomas la pastilla por la noche para dormir, en el fondo también te estás drogando para cumplir con el trabajo del día siguiente. Incluso el descanso se ha convertido en algo en virtud de la producción. Sí que en la novela aparecen retratados dos grandes grupos de drogas: todas aquellas que el sistema necesita para seguir produciendo (las que te sacan del cansancio, te sacan del duelo) y aquellas drogas alucinógenas, relacionadas con ritos chamánicos, tribales, etc.
P. Se nota en “Las Herederas” a la filóloga inglesa que eres porque tiene mucho de novela gótica decimonónica y, además, aparece por ahí la poesía de Emily Dickinson.
R. Totalmente. Es la primera novela en la que dialogo con esa tradición, porque por un lado fui consciente de que escribir sobre una casa con mujeres dentro es ya compartir un patrón de esa genealogía. Y por otro lado, como mujer que escribo vengo de la tradición inglesa y soy deudora de ella.
P. Hay muchas mujeres protagonistas en esa literatura…
R. Sí. Y además es que las mujeres que en esa época querían publicar encuentran refugio en ese género porque sus imágenes, sus metáforas permitían verbalizar ciertos tabúes sobre la sexualidad reprimida de la época, por ejemplo.
P. ¿Se diría que esas protagonistas, esas escritoras, se trataban como “chaladas”?
R. Bueno, “chaladas” no; pero claro, es que la idea de la locura está construida socialmente y aceptada. En la época de Jane Austen, ella era de buena familia, y publicaba y tal, bueno pues para su familia era una vergüenza que lo hiciera: “que nadie se entere que la tía Jane publica”. La osadía de que las mujeres traspasaran su esfera de lo privado y se expusieran a la opinión pública, eso era algo que se salía de lo normativo y “chaladas” lo estaban por definición, porque estar chalada es manifestar una actitud que está fuera de la normativa del periodo histórico en el que te inscribes.
P. Una de tus personajes es madre ¿tu propia experiencia de maternidad te sirvió para darle carne a esa protagonista?
R. Sí, claro. Es el primer libro que escribo después de ser madre. No fue algo planificado pero de pronto me pongo a escribir y fluye, una cosa que me salía por los dedos al teclear. El caso de Lis en la novela es muy extremo pero no extraño. Yo no tuve, por fortuna, una experiencia de postparto tan horrible pero sí que me tocaron cosas bastante feas. Cuando mi hija tenía nueve meses nos confinaron, me tocó verla aprender a andar en un hall diminuto mientras había que seguir trabajando, haciendo turnos de crianza, estuve dos años sin dormir, periodos de extenuación enormes… Me di cuenta también que otro mito biomédico reduccionista en el que yo siempre había creído era que la depresión postparto era que habías tenido mala suerte, que te ha bajado tal o cual hormona y te tienes que aguantar. Pues no; si te deprimes es porque has tenido una experiencia de parto traumática, porque han tenido procesos de crianza en soledad con un cansancio extremo que te lleva a lugares muy oscuros, miedo a como conciliar, sentir abandono de las parejas en la crianza… puedes plantearte que todo salga mal y el peso psíquico que eso acarrea. Fue uno de los tics que hizo que me replanteara todos esos discursos reduccionistas en los que había creído durante demasiado tiempo.
P. No hay tanto loco entonces ¿son mecanismos de ese psistema los que los construyen?
R. Claro; es que el término de “locura” se utiliza para marcar como no aptos ciertos cuerpos determinados. La locura, a mi juicio, no es más que una forma no normativa de expresar el padecimiento psíquico. Recuerdo en un autobús a un hombre claramente con un cuadro de ansiedad que se golpeaba todo el rato la cabeza contra el asiento y la reacción de la gente era de rechazo absoluto, de querer alejarse de esa persona que, de pronto, está marcada como “loca”. Y en ese contexto recordé que poco tiempo atrás me encontré con una mujer llorando. Ahí la respuesta fue muy distinta: se le acercó a una chica a preguntarle si la podía ayudar en algo. O sea, la reacción negativa, la reacción estigmatizante no es ante las demostraciones emocionales de un padecimiento sino las que se alejan de la norma.
P. En esa aldea de Burgos donde vivías plantaste un herbolario observabas de cerca la naturaleza ¿Descubriste ahí el estramonio?
R. Sí. Lo tengo tatuado en el brazo, mira (descubre su antebrazo izquierdo donde tiene grabada la hermosa flor del estramonio). Hacia años que el estramonio me venía interesando porque descubrí que en “La Historia General de las Drogas” Antonio Escohotado cuenta la teoría del origen la iconografía típica de las brujas que aparecen volando encima de escobas. Él cuenta que elaboraban para sus aquelarres, para sus ritos un ungüento que en gran medida su base era de estramonio y se lo aplicaban vía vaginal con el palo de la escoba. A mí esto me pareció fascinante. Y luego se las encontraban apoyadas en el quicio de la ventana con la escoba y parecía que volaban sobre la escoba. Esto me pareció una historia maravillosa, emancipadora, con la mala fama que tenían resulta que eran mujeres que se emancipaban con un dildo que las hacía volar. Me parecía maravilloso y me puse a investigar sobre el estramonio y caí en la cuenta de que tiene un reverso siniestro, y es que el estramonio es, digamos, la variante europea de la burundanga, ambas son escopolaminas y vienen de la misma familia. Me obsesioné con este recorrido, de cómo se podía trazar la historia de la represión de las mujeres desde la emergencia del capitalismo hasta ahora a través de esta planta que había sido la que utilizaban nuestras ancestras para volar, como un ritual contracultural y como se ha convertido en la droga que dicen que utilizan los violadores para violar a chavalitas en discotecas, todo un recorrido de expropiación de las mujeres de su conocimiento ancestral para usarlo en su contra.
P. ¿Qué recuerdas de tu paso por la Fundación Gala?
R. Ah, yo llego a Córdoba y se me pone una sonrisa un poco bobalicona por los grandes recuerdos que me trae de aquella época. Todo lo que he hecho, lo que soy en mi vida, empieza por esa oportunidad que me dio Antonio Gala de venir a esta ciudad. Yo cuando tenía 18 años estaba matriculada en un doble grado de Derecho y Económicas en la Universidad Carlos III de Madrid y había buscado mi residencia, todo ya montado, y de pronto recibí la llamada de la Fundación y, bueno, cambió mi vida porque lo que me regaló Antonio Gala fueron esos nueve meses cuando yo era jovencita para decidir de verdad si lo que tenía era un hobby o era una vocación. Y sí, quería escribir, y no he dejado de hacerlo desde entonces.
P. También tiene algo de gótico vivir en lo que antes fue un convento…
R. (ríe) Hombre, ya te digo. Recuerdo que llegábamos a ver fantasmas por las escaleras (más risas).
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