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Las Vegas, el circo: la ciudad nómada

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Juan José Fernández Palomo

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“Las Vegas: el patio de recreo de América”, nos decía la voz en off de aquella película de Scorsesse para describirnos la ciudad del juego inventada en mitad del desierto del Mojave, en Nevada (USA). No lo es tanto; pero algo tiene el río cuando el agua suena, cuando una familia de varias generaciones, con origen portugués, los Tonelly, decidió llamar “Circus Las Vegas” a su caravana ambulante. Porque también el Circo Las Vegas hace de la ilusión su negocio, su modo de vida.

“Es el nombre de la empresa, una cuestión comercial” nos dice Tony Tonelly, hijo de Tony Tonelly (por si hubiera duda), un tipo afable que nos explica que la compañía ha instalado en Córdoba, junto al Centro Comercial La Sierra y al posible Parque del Canal 30 vehículos entre tráilers y caravanas.

Por la mañana, esta ciudad está tranquila. Un malabarista ensaya y estira músculos en la pista central, la taquilla está abierta con Cristina atenta a los que acuden a la venta anticipada, una joven de la troupe arrastra el carrito de su bebé por el recinto acotado y buena parte de los aproximadamente 37 miembros de la “expedición” –según Tony- descansan en sus caravanas particulares o realizan tareas cotidianas como ir a la compra al centro comercial cercano o, simplemente, darse una vuelta por la ciudad asentada que ahora los acoge. “Tenemos una escuela para los niños y niñas de las familias”, nos cuenta Tony señalando una caravana grande decorada de azul, “ahora están de recreo, de excursión por la ciudad; pero tienen un horario de 9 de la mañana a 2 de la tarde”.

No hay más “servicios ciudadanos” en el circo, no hay comedor ni economato ni cantina, ni farmacia, ni doctor; “utilizamos, si fuera necesario, lo que haya en la ciudad en la que estemos”.

Se nos ocurre preguntarle, por ejemplo, donde votan los habitantes de una ciudad en constante tránsito. Es cuando Tony nos dice que él no ha votado nunca y “menos ahora”. Y nos cuenta que “el gobierno quiere acabar con el circo. Es increíble que nos prohíban tener animales, aduciendo maltrato o algo así”. “Tuvimos que reconvertirnos, nosotros teníamos números con animales, perfectamente cuidados, teníamos un elefante, caballos, un hipopótamo y hasta un rinoceronte”. Ante la sorpresa del reportero, Tony confiesa que el rinoceronte es un animal “muy noble” (pasmo en quien escribe).

De hecho, los únicos animales que vemos son unos simpáticos perros que vagan por el campamento y un par de gatos taciturnos debajo de una roulotte. Grandes por no “trabajar”.

Ahora las funciones del espectáculo –de casi unas dos horas de duración- la ocupan números de magia, payasos, malabares, un spiderman y, entre otros, unas “antipodistas” que, ante la pregunta de si es que han nacido en Australia o algo así, Tony aclara que no, que son “malabaristas que se giran y hacen malabares con los pies”. Además de acróbatas con “cintas del aire” o una atracción llamada Starlight que consiste en unas gimnastas que juegan con su cuerpo y unos aros iluminados con intermitencias de leds mientras la sala se oscurece. “Llegadas de Las Vegas”, dice el presentador. Claro.

Le preguntamos a Tony si ellos, que son trashumantes, se preocupan de eso del coronavirus. “¿De un resfriado? Para nada”, contesta el que al empezar la función se convertirá en el payaso Mariano.

Cuenta atrás: 10, 9, 8... 0; Empieza el espectáculo. El primero en salir es Gaby, el malabarista. Ni un fallo con las mazas, subiéndose a un balancín o botando pelotas mientras recorre arriba y abajo unas escaleras. Impresionante.

Próximamente a Montilla, luego a Málaga. La ilusión siempre toma la carretera.

“Viva Las Vegas”, cantaba Elvis Presley. Canción que suena por la megafonía. Obviamente.

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