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Estos tres cordobeses han vivido el terremoto más fuerte de México en 100 años

Gregorio Herrero, Azahara Ortega y María Gómez.

Manuel J. Albert

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México acaba de vivir el terremoto más intenso de los últimos 100 años. Con un 8,2 en la escala de Richter, este movimiento sísmico ha superado en magnitud al devastador episodio de septiembre de 1985, cuando murieron más de 10.000 personas. Tres cordobeses fueron testigos en la noche del jueves al viernes de cómo los rascacielos temblaban, las alarmas saltaban, los muebles se caían y todo crujía, literalmente, a su alrededor.

Esta es su historia, narrada por ellos mismos.

Gregorio Herrero

Gregorio Herrero es un cordobés de 52 años que llegó a México en 1996. “Lo hice por amor y ahora soy chef de profesión”, cuenta por WhatsApp. “El temblor me agarró durmiendo y me despertaron las alarmas que sonó un par de minutos antes del movimiento. ¡Intenté levantarme de la cama pero no pude! Se movía todo: la cama, la casa y todo crujía”, narra. “No más esperé a que se pasara y entonces pude levantarme. Regularmente los miembros de Protección Civil nos capacitan a la población para cómo actuar en estos casos”, cuenta.

“Calculo que fue como a los diez minutos de parar cuando empezaron a sentirse los helicópteros y las patrullas en la calle chequeando y haciendo recuento de daños. Nunca se perdió la energía eléctrica ni la telefonía celular ni la fija. Pudimos comunicarnos sin problema. Salí a la calle hasta hoy en la mañana y todo estaba normal. No había ningún síntoma de lo que paso. Y la verdad ¡no sentí ninguna réplica!”, termina.

Azahara Ortega

Azahara Ortega tiene 33 años. Hace siete años viajó por trabajo a México como empleada de una consultora española que realiza proyectos para instituciones financieras. Años después terminó casándose con un mexicano y actualmente trabaja en una institución financiera española que tiene una unidad local en el Estado de México, donde vive. “Cuando iban a dar las 12 de la noche y ya estaba casi durmiéndome, mi marido me comentó que todo temblaba. Efectivamente, todo empezó a temblar de manera muy fuerte. Vivimos en la planta número 11 y todo empezó a oscilar de un lado para otro con un fuerte ruido metálico”, explica por teléfono. “Entiendo que era el propio movimiento de la estructura. Las construcciones por esta zona están hechas para que oscilen ante los temblores, los materiales son flexibles y todo el edificio empezó a moverse ante el temblor”, prosigue.

Ni Azahara ni su marido escucharon la alarma sísmica y tampoco pudieron seguir el protocolo de evacuación porque el ascensor no se podía usar en esas circunstancias. “Tampoco podíamos bajar los 11 pisos por las escaleras, debido al movimiento que había. Lo que hicimos fue mantener la calma, aunque me asusté bastante. Intenté agarrarme a alguno de los muebles que tengo en el salón, atenta a que no hubiese caída de estructuras. Aun así, me coloqué debajo del quicio de la puerta de entrada de la vivienda que, en teoría, es uno de los puntos más seguros”.

Desde hace años se vienen realizando en México simulacros anuales para prevenir actuaciones ante grandes terremotos. “Desde el terrible temblor de 1985, la población tiene mucha conciencia y sabe en todo momento qué hay que hacer. Por eso, las personas que pudieron bajar de mi edificio se reunieron en el punto establecido y siguieron el protocolo de actuación”, explica Azahara. “En mi caso, como no pude salir a la calle, me quedé en casa y me conformé con revisar el estado de mis ventanas y en fijarme cómo estaban los edificios de mi alrededor. Vi que todos estaban bien, aunque seguían oscilando”.

La cordobesa y su marido estuvieron despiertos hasta las dos de la mañana viendo las noticias. “Nos quedamos más tranquilos cuando supimos por los telediarios que Protección Civil y el secretario de Gobernación de México explicó que todo estaba bajo control. A eso de la 1:30 volvimos a la cama a dormir. No sentimos más réplicas”, termina.

María Gómez

María Gómez Aguilar, cordobesa de 33 años, llegó a México como parte del equipo de internacionalización de una empresa de tecnología cordobesa-sevillana de manera temporal. “Pero ya llevo cinco años viviendo aquí y estoy fija en Ciudad de México como socia de una empresa de consultoría en estrategias de comunicación y sostenibilidad de empresas”, explica vía e-mail.

“El terremoto de ayer fue uno de los más fuertes que he sentido desde que estoy aquí, aunque hubo uno cuando llegué en 2012 que me pilló en el piso 33 del World Trade Center y ahí, por la altura, lo sentí mucho de manera mucho más intensa”, recuerda. “Ayer estábamos cenando en casa de unos amigos, en un séptimo piso, y al escuchar la alarma sísmica salimos todos a la calle. Ya en la calle, se fue la luz y se empezó a mover el suelo, las farolas, los postes de luz (aquí las instalaciones tienen montones de cables a la vista), y hubo momentos de pánico con muchos los vecinos en la calle. Por suerte, no duró mucho, apenas unos segundos, y se paró la alarma, que a mí personalmente me asusta casi más que el mismo temblor”, reconoce.

María estaba al tanto de qué hacer en caso de un gran terremoto. “Normalmente sí te informan del protocolo, de no usar ascensores, salir a la calle lo más rápido posible, o cubrirte bajo puertas o zonas de seguridad de los edificios. En la mayoría de las empresas hacen simulacros y hay brigadas de protección civil, sobre todo después del terremoto del 1985, cuando se adecuaron muchos edificios y se hizo mucha sensibilización sobre cómo actuar”, describe la cordobesa.

“Después de que pasara el temblor, todo el mundo empezó a hablar por WhatsApp sobre las posibles consecuencias de réplicas, como un potencial tsunami en las costas del país y demás. Pero, sinceramente, por la sensación de miedo que te deja el movimiento es difícil saber si tiemblas tú o el suelo”, describe. “Personalmente puedo decir que, al igual que el picante, esta experiencia te hace sentir vivo, y te mueve por dentro literalmente algunas creencias sobre la seguridad y estabilidad de las comodidades que ofrece una gran ciudad. En ocasiones olvidamos nuestra vulnerabilidad ante la fuerza de la naturaleza”, termina.

Arcelia Jiménez, una mexicana en Córdoba con un hijo en Yucatán

Un terremoto se sufre viviéndolo en directo. Pero las ondas sísmicas trascienden la pura orografía y son capaces de contagiar el temor, cruzando océanos, a miles de kilómetros. Eso le ha pasado a Arcelia Jiménez, una mexicana de Puebla que lleva un año residiendo en Córdoba. Arcelia se enteró de lo sucedido de madrugada, cuando sus hermanas le mandaron varios mensajes para contárselo y decirle que estaban bien.

Arcelia tiene también un hijo que vive en Yucatán. “Trabaja en una ecoescuela haciendo proyectos sociales. La mayor parte de la escuela resultó dañada. Ahora allí están organizando brigadas para ir al vecino estado de Chiapas a ayudar”, cuenta. Chiapas es uno de los estados mexicanos más pobres y más afectados por el sismo, junto con Oaxaca. “Eso es lo más triste: saber que los más afectados son siempre los más pobres, los que menos recursos tienen, los más vulnerables”, reflexiona. No obstante, en los peores momentos también se pueden vivir los mejores. Y a eso se agarra Arcelia. “Me siento muy orgullosa, como mexicana, de ver cómo ya se está organizando la gente, el mismo pueblo, para prestar socorro allí donde haga falta”, termina.

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