Crónica de un afiliado perplejo
Es posible que el 17 de febrero de 2022 pase a la historia como el día en que el PP fue dinamitado. El partido que en 1996 primero, y en 2011 después, alcanzó el poder en España, enderezó el rumbo de una economía a la deriva y evitó su intervención se sitúa al borde del abismo sin que sus militantes, simpatizantes y votantes alcancemos a entender nada.
En 2018 Pablo Casado ganó las primarias. No fue, conviene recordarlo, el más votado entre los afiliados, pero el sistema previsto en los Estatutos le permitió ganar, gracias al apoyo de quien únicamente aspiraba a evitar que la más valiosa de las candidatas, Soraya Sáenz de Santamaría, accediese a la presidencia. Cosas de los partidos. No siempre lo más importante son los españoles y más veces de las deseadas lo importante es que los propios, “los míos”, consigan alcanzar puestos desde los que consolidar el dominio del aparato o derribar a quien constituye un obstáculo para obtener ese control. Casado, en fin, venció en el Congreso y con un discurso del que ahora parece avergonzarse, se erigió en presidente y encumbró a Teodoro García Egea a la secretaría general del Partido.
En paralelo a lo anterior, en Madrid comenzó en 2019 a forjarse un liderazgo. Isabel Díaz Ayuso, por la que nadie daba un duro (confieso que yo era de los escépticos), se ganó el respeto, el cariño y la admiración no solo de los madrileños, sino de los españoles. Su capacidad para sintonizar con las preocupaciones de los ciudadanos, su discurso fresco y desacomplejado así como su gestión fiel a las promesas hechas en campaña nos brindó a los votantes del centro derecha una ilusión de la que carecíamos. Puede resultar contradictorio, pero voté a Soraya en las primarias, volvería a hacerlo y, sin embargo, admiro a Ayuso y le reconozco que era -creo que sigue siéndolo-, junto a Alberto Núñez Feijoo y Juanma Moreno, la única esperanza para conseguir ganar las elecciones de nuevo.
La situación a día de hoy resulta esperpéntica. AYUSO espiada, investigada y expedientada. Egea de paseo por los medios acusándola sin pruebas de corrupta. Y Casado, escondido, saliendo a la palestra para mezclar las desgraciadas muertes de la pandemia con presuntas comisiones cobradas por el hermano de aquella. ¿Podemos caer más bajo? Es difícil, pero el comportamiento de algunos me hace dudar. Decenas de altos cargos se han apresurado a apoyar a Casado en esta pelea. Lo entiendo en lo humano y me parece descabellado en lo político: ¿de verdad creen que lo ha hecho bien?. La estadística dicta que contra el aparato no se puede luchar y que el aparato siempre gana. La realidad, sin embargo, parece empeñarse en negar el aserto: el descrédito de Casado y Egea (la performance matona y machista del jueves fue muy triste) entre sus votantes es hoy enorme y difícilmente podrán salir de este embrollo con una mínima dignidad. Anunciar que aceptan las explicaciones de Ayuso y que su expediente disciplinario se retira es el camino correcto, pero la brutalidad de la agresión fue tal que se antoja insuficiente.
Basta leer la prensa para intuir lo que está ocurriendo. La más próxima al sanchismo festeja a Casado y le felicita por su valentía en la pelea con Ayuso. Quizá esta sea una buena clave: mientras quienes jamás votarán a Casado le felicitan y ensalzan, los que le hemos votado estamos escandalizados por su frivolidad. Mirar hacia la izquierda buscando su aprobación ha sido, sigue siendo, uno de los grandes males de muchos dirigentes populares. Parecía que Casado era de los que no padecían ese mal, pero es obvio que está contaminado por el.
A estas alturas muchos debaten quien resultará el ganador. La pregunta inevitable es el ¿y tú de quien eres? Para que quede claro: entre Casado y Ayuso siempre me quedaré con Ayuso. Casado ha conseguido dilapidar la ilusión de muchos. Ha tratado de humillar a quien es mejor que él. Es posible, aunque improbable, que la haya neutralizado como alternativa. Nadie sabe a estas alturas cómo se sucederán los acontecimientos pero es más que razonable pensar que todos aquellos que deban acudir a las urnas el año que viene estarán buscando la fórmula para invitar a marcharse a quien hoy es ya un lastre. Ningún aspirante a presidir una autonomía, ningún alcalde que pretenda ganar las elecciones puede desconocer que mantener la presidencia de Casado supone condenar sus expectativas: lo que las siglas te dieron, las siglas te lo pueden quitar.
España no se puede permitir el lujo de la desaparición del PP. Algunos de sus dirigentes nos abochornan, pero su militancia es ejemplar, sus cuadros son los más solventes y su existencia es más necesaria que nunca. La solución es, sin duda, la dimisión de Casado, un congreso extraordinario que refunde el partido y el liderazgo de quien haya acreditado solvencia en la gestión, victorias en las urnas, lealtad al proyecto y tenga total autoridad ante las bases.
Al hilo de esta crisis, mi amigo y socio Pedro Velamazán, lector empedernido, me recomendaba la lectura de Stefan Zweig y su soberbio “Momentos estelares de la humanidad”. Es el momento de la valentía y el arrojo. Los líderes populares, los barones, no pueden permitir que el partido que representa a la mitad de los españoles se extinga ante su silencio y su inacción. Escribía Zweig que “elmomento histórico, el momento universal de Marco Tulio Cicerón, que tan ardientemente añorara desde sus discursos catilinarios, ha llegado por fin con esos idus de marzo. Y si hubiera sabido aprovecharlos, la asignatura de Historia que todos nosotros estudiamos en la escuela habría sido bien distinta…
Pero en la Historia se repite sin cesar la tragedia del hombre de espíritu que, en el momento decisivo, incómodo en su fuero interno por la responsabilidad, rara vez se convierte en un hombre de acción…“. Los afiliados perplejos confiamos en su osadía.
Insisto y termino. Recular y pedir disculpas (aunque aún no se han oído) es buena idea, pero los desgarros han sido mortales. Si Casado aprecia la importancia del PP para este país, sabe que no hay otro camino que su renuncia a la presidencia.
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