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La autonomía andaluza se fraguó aquí

Círculo de la Amistad.

Aristóteles Moreno

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Casi 5 meses después de la aprobación del Estatuto de Autonomía de Cataluña, el primero en la historia de España, 236 delegados de las ocho provincias andaluzas se dieron cita en el Círculo de la Amistad de Córdoba en lo que fue un día trascendental para Andalucía. La reunión tuvo lugar entre el 29 y el 31 de enero de 1933 y fue impulsada por el presidente de la Diputación de Sevilla, el socialista Hermenegildo Casas, y el notario Blas Infante, referente indiscutible del andalucismo histórico. El objetivo del encuentro era la elaboración de un Anteproyecto de Bases para el Estatuto de Autonomía de Andalucía, que fuera sometido con posterioridad a las Cortes y aprobado en el marco de las previsiones constitucionales para la descentralización administrativa del Estado español.

La Asamblea Regionalista de Córdoba contó con representantes de todas las diputaciones andaluzas, un buen número de ayuntamientos, personalidades de la cultura, partidos, sindicatos, cámaras agrarias, sociedades económicas, ateneos, colegios profesionales y, en general, un heterogéneo compendio de la sociedad civil. Todas las informaciones indican que las sesiones se celebraron en una atmósfera eléctrica y vibrante, plagada de propuestas divergentes y sonados abandonos. El texto del anteproyecto, a trancas y barrancas, salió adelante. Aunque, eso sí, pronto encalló en el bienio conservador, que frenó en seco el desarrollo autonómico y obligó a Andalucía a esperar nada menos que medio siglo para cristalizar su estatuto.

Aquella reunión histórica, que supuso el “avance más importante del régimen autonómico andaluz en el periodo republicano”, en palabras del profesor Antonio Barragán, cumple ahora 90 años. La Asamblea de Córdoba se celebró en un contexto desfavorable, asegura el historiador cordobés. “Por dos razones”, matiza. La primera de ellas es que la reunión tuvo lugar apenas dos semanas después del levantamiento campesino de Casas Viejas, que acabó con la muerte de 28 jornaleros y 3 guardias civiles, y desencadenó una profunda crisis política que se llevaría por delante al Gobierno de Manuel Azaña.

La segunda razón argumentada por Barragán es la ausencia de consenso político sobre la oportunidad de la celebración de la Asamblea Regionalista. “Muchos de ellos no creían que existiese una conciencia autonomista y daban prioridad a la solución de otros problemas de carácter social”, señala el catedrático, ya jubilado, de la Universidad de Córdoba. “En el PSOE, que era el partido mayoritario en Andalucía, existieron posiciones muy reticentes”. En 1933, los socialistas copaban 40 de los 89 asientos que Andalucía tenía en el Congreso de los Diputados, casi veinte más que el Partido Republicano Radical. Los organizadores de la Asamblea lanzaron un sondeo para verificar la respuesta institucional y ciudadana. Solo 20 de los 89 diputados contestaron. Ocho de forma favorable, dos en contra y diez de manera ambigua.

Barragán: "La Asamblea de Córdoba fue el avance más importante del régimen autonómico andaluz en la República

No obstante, subraya Barragán, la Asamblea de Córdoba fue el “intento más serio de sacar adelante algo que se pareciera al estatuto de autogobierno para la región”. Blas Infante ya era claramente el más destacado de los representantes del andalucismo político, que, aunque no disponía de influencia institucional, contaba con un notable sustrato sociocultural entre el movimiento asociativo y los ateneos, que “propugnaban la existencia del hecho histórico andaluz”. “La prueba de este difuso pensamiento autonomista está en la Constitución de Antequera de 1883 y, posteriormente, en las asambleas de Ronda, en 1918, y Córdoba, de 1919”.

Para el profesor Manuel García Parody, autor de una veintena de títulos, algunos de ellos centrados en la historia local, la Asamblea de Córdoba tuvo una repercusión social y política muy limitada. “El andalucismo histórico no estaba suficientemente arraigado en Andalucía”, explica. Nada que ver, desde luego, con el empuje nacionalista vasco y catalán, donde ya las formaciones autonomistas dominaban sin discusión los procesos electorales de sus regiones desde que la II República aprobara por primera vez en España el sufragio universal.

“Blas Infante era una figura poco relevante en aquellos momentos”, subraya García Parody. “Otra cosa es que el tiempo lo haya convertido en el padre de la patria andaluza, tal como lo define el actual estatuto de Andalucía”. De hecho, en los años treinta el movimiento andalucista no contaba con representación parlamentaria, salvo en el caso de diputados puntuales que defendían posiciones regionalistas desde su militancia en partidos de ámbito estatal. Es el ejemplo de Eloy Vaquero, primer alcalde republicano de Córdoba, militante del Partido Republicano Radical de su amigo Alejandro Lerroux y futuro ministro de Gobernación. O de los socialistas Francisco Azorín y Juan Morán Bayo, quienes participaron también en la Asamblea de Córdoba de 1933. El veterinario y arabista Rafael Castejón y Martínez de Arizala fue igualmente un activo andalucista de relieve en la Córdoba de aquellos años.

En 1933, Córdoba era una ciudad media que empezaba a despegarse de la España rural de interior. La II República había propinado un impulso renovador a una capital de provincias que apenas superaba los cien mil habitantes. La primera experiencia democrática de España había logrado triplicar el número de colegios públicos de la ciudad andaluza, que ya cuenta con una red de bibliotecas muy relevante.

El andalucismo histórico, según Parody, tenía una singularidad que lo diferenciaba claramente de otros nacionalismos periféricos. “Une sus reivindicaciones regionalistas con cuestiones de índole social. Fundamentalmente el problema de la tierra”. Eso explica, en su opinión, que en la Asamblea de Córdoba del Círculo de la Amistad hubiera una “importante presencia de socialistas”, que se sumaron a la histórica reunión andalucista por el “componente social” que tenía. En todo caso, agrega el historiador cordobés, el PSOE había mostrado en algunos congresos del partido su rechazo al nacionalismo por constituir un “fenómeno pequeño burgués”, que iba en contra de las directrices de una formación “internacionalista” como la socialista.

García Parody: "El andalucismo histórico no estaba suficientemente arraigado en Andalucía

La aprobación del estatuto catalán meses antes inyectó en Blas Infante “fuerza, entusiasmo y perspectiva” para relanzar el proyecto autonomista andaluz, asegura Miguel Santiago, patrono de la Fundación del notario de Casares y autor de una conferencia organizada por la institución andaluza el pasado junio para conmemorar el 90 aniversario de la Asamblea de Córdoba. Santiago cita a Eloy Vaquero y Rafael Castejón como dos de las figuras claves en la celebración de aquella reunión crucial para la historia del andalucismo. “Junto con Blas Infante, ambos le dieron un empujón definitivo” a un hito fundamental en el avance autonomista de Andalucía. “Córdoba ha sido siempre una ciudad muy aventajada en el andalucismo”, puntualiza Miguel Santiago.

La Asamblea Regionalista del Círculo de la Amistad se propuso impulsar el “gran proyecto de autonomía” de Andalucía, a través de “cinco líneas” fijadas en aquella cumbre, según señala el escritor cordobés y patrono de la Fundación Blas Infante. El andalucismo histórico, argumenta Miguel Santiago, ha estado tradicionalmente ligado a reivindicaciones de tipo social. “Andalucía, en el siglo XIX, es una tierra muy empobrecida por el caciquismo y el latifundismo, y la cuestión agraria ha sido siempre un tema fundamental”.

Por esa razón, sostiene Santiago, no se puede entender la historia del andalucismo sin la lucha por la “dignidad” del pueblo andaluz y el desafío de la reforma agraria. La conquista del autogobierno se ha cimentado sobre el municipalismo y el papel de las comarcas para construir un poder autonómico “de abajo a arriba” dentro de una concepción federal de España. “Eso nunca se ha cuestionado: una nación dentro del Estado español”, aclara Miguel Santiago.

La Asamblea de Córdoba colisionó contra la desconfianza de las diputaciones de Andalucía oriental hacia el peso político tradicional del andalucismo sevillano. “Granada, Almería y Jaén veían con recelo el protagonismo de Andalucía occidental”, asegura Miguel Santiago. Y sus delegados proponen que la capital andaluza tuviera carácter rotatorio para evitar un nuevo centralismo dentro de la comunidad autónoma. “Hubo tensiones muy fuertes y los representantes de estas tres provincias andaluzas llegaron a abandonar la Asamblea”.

Santiago: "Córdoba ha sido siempre una ciudad muy aventajada en el andalucismo

Tres años después, las Juntas Liberalistas recuperan el espíritu de Córdoba y promueven una nueva cumbre en Sevilla para redactar definitivamente el estatuto y elevarlo a Cortes. Todo fue en vano. “El golpe militar fascista del 18 de julio lo echa todo por tierra”, lamenta Santiago. La autonomía andaluza sufrió un traumático cortocircuito, que duró toda la dictadura de Franco, enemiga mortal de la descentralización del Estado. Y hasta 48 años después, el 20 de octubre de 1981, no vería definitivamente la luz tras referéndum popular.

En todo ese largo periplo, la Asamblea de Córdoba tuvo un papel central. “Pero ojo”, matiza Santiago, “no fue un paracaidista caído del cielo”. Sino la consecuencia de un prolongado recorrido histórico que arrancó en el siglo XIX y estuvo jalonado de peldaños cruciales que fueron construyendo todo el edificio autonomista.

Todas las propuestas lanzadas en la reunión del Círculo de la Amistad de 1933, algunas netamente maximalistas, tuvieron que adecuarse a los principios constitucionales republicanos, precisa Antonio Barragán. “La II República definió una estructura territorial de ‘Estado integral’”, que marcaba límites para el despliegue autonómico. “La asamblea tuvo un desarrollo bastante bronco y momentos de dificultad”, afirma el catedrático de la UCO. Muchas de las proposiciones fueron rechazadas por desbordar el marco constitucional.

En aquellos años, en el andalucismo pervivían dos corrientes: una línea “culturalista”, que combatía los “clichés estereotipados” de Andalucía y otra de carácter más eminentemente política, según argumenta García Parody. En el nacionalismo andaluz, la burguesía no jugó el papel central que tuvo en Cataluña y el País Vasco. “El nacionalismo catalán no se puede entender sin la poderosa burguesía comercial e industrial de Cataluña”, sostiene Parody. “Esa burguesía no existía en Andalucía”.

Pasado el bienio conservador, la izquierda regresa al poder en febrero de 1936. Las ambiciones autonomistas se descongelan nuevamente y el andalucismo retoma su pulso descentralizador con el objetivo de presentar el estatuto para su aprobación en Cortes. Pero no hay tiempo. El 18 de julio militares golpistas liquidan el orden constitucional y desencadenan una mortífera guerra civil. El 2 de agosto Blas Infante es detenido por tres falangistas en su casa de Coria del Río. Nueve días después fue fusilado por orden de Queipo de Llano. El andalucismo acababa de recibir un tiro de gracia definitivo.

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