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Íntimo Dyens

Roland Dyens | TONI BLANCO

Redacción Cordópolis

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Alegría y ternura en el Teatro Góngora de la guitarra de un Dyens inspirado

Al encuentro con Roland Dyens asistió el público habitual que en Córdoba le escucha cada vez que nos ofrece sus notas: sobre todo estudiantes de guitarra que se dejan seducir por la sensibilidad del gran maestro. Con el patio de butacas prácticamente lleno, el francés surgió de entre las bambalinas con su guitarra para llevarnos de viaje, que es el modo en que él concibe sus conciertos.

Se trata de un capitán de barco caprichoso como un niño, efectista como un mago, que conduce su nave hacia donde el viento la lleva pero siempre bota del puerto de la improvisación. A veces expresionista, con un especial acercamiento a los agudos y a los diversos y ricos timbres de su guitarra. A menudo melódico, otras fundamentalmente armónico, cargado de acordes y en algunos momentos especiales textural. Nos va mostrando una gama de posibilidades, nos lleva por armonías siempre modales y tensiones jazzísticas.

Entre pieza y pieza, nos ameniza con charlas en un castellano muy fluido. Tan agradable y simpático como su propia música. Se resta a sí mismo el ingenio, descabalga de las alturas de su maestría y se gana dos veces al público al que ya tenía conquistado: la primera vez con su música, la segunda con su personalidad.

Siguió con dos piezas compuestas por él, escritas en California. La temperatura fuera del auditorio se sintió homenajeada por la localización aunque las piezas eran tan intimistas como suele ser el propio Dyens: personal, cargado de armónicos, con un juego final con la caja de resonancia, maestro de efectos. Su Vals de Los Ángeles, ágil y jazzístico, cargado de buen humor.

El barco viró por un breve momento hacia las estepas de Tchaykovsky y su Barcarola de junio. Gran arreglo de la pieza pianística interpretado con el cariño y el amor nacido de la ternura. De ahí saltó hacia su arreglo del Waltz Op.69 No.2 de Chopin, intenso, desgarrado, adolescente.

Como va presentando sus obras de dos en dos, el público las concibe como piezas conjuntas y parece haber pactado aplaudir con intensidad cuando cada pareja termina su particular baile, pero nunca antes.

La primera parte finalizó con la habanera Alba negra dedicada a su amigo Luis Medina y finalizó con un homenaje a Tárrega y Barrios llamado El último recuerdo. El barco había recalado en nuestra bahía.

Comenzó la segunda parte de manera hipnótica, con un tema reparador y sensual de nombre incierto. Después le siguieron dos arreglos muy recientes de obras de Piazzolla, el tanguista argentino. El primero un Libertango agotador, muy interesante tímbricamente aunque algo boscoso y después un Oblivion maravilloso, tranquilo y reposado.

Tras una pieza vacacional elegida por el público dimos el salto desde Argentina hasta Brasil. Y allí nos quedamos prácticamente hasta el final. Primero con una pareja de obras de Villalobos. La primera, un arreglo de la Bachiana número 5 para soprano y ocho cellos donde el manejo de los diferentes timbres de la guitarra está magistralmente incorporado. En su guitarra se encierran esos cellos en pizzicatti mientras la mano izquierda moldea la melodía de la soprano. Posteriormente, el solo del concierto de guitara de Villalobos fue gratamente aplaudido por los asistentes.

Para finalizar, terminamos con otra pareja: Carinhoso, arreglo de un choro muy querido por nuestro instrumentista, de gran sabor étnico brasileño; y el explosivo Berimbau, rítmico, como el ritual primitivo que nos dejó en esa playa.

El público se puso en pie como un resorte aplaudiendo hasta arrancarle un bis a un Dyens algo cansado. Él ya había regresado a casa, con la Genossiennes nº 1 de Satie. El compositor se fundió en un abrazo con su guitarra.

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