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La verdadera historia del caimán de La Fuensanta

El caimán de la Fuensanta

Alfonso Alba

8 de septiembre de 2016 07:35 h

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Como todas las leyendas, la del famoso caimán de la Fuensanta no es cierta. Aunque a fuerza de repetirla y hasta por las propias huellas físicas que ha dejado la leyenda parezca cierta y muchos se nieguen a creer la verdad. Pero al caimán de la Fuensanta no lo mató un cojo. Probablemente lo hiciera un cordobés, sí, pero no en el Guadalquivir sino a miles de kilómetros de distancia: en América.

La verdadera historia del caimán de la Fuensanta es tan simple como mágica es la leyenda que surgió tras su llegada a Córdoba. Desde hace siglos, su cadáver, embalsamado, cuelga de la fachada de uno de los patios de la ermita de La Fuensanta. Desde hace siglos, su presencia hace las delicias de los niños, de sus padres y, sobre todo, de sus abuelos, que casi siempre le cuentan la misma historia. Aunque no sea verdad.

Ya en el siglo XIX, Tedomiro Ramírez de Arellano deja claro en su libro Paseos por Córdoba el verdadero origen del caimán de La Fuensanta: “El caimán fue traído de América junto a una costilla de una ballena, la concha o carapacho de una tortuga, una sierra del pez de este nombre y otras cuantas cosas remitidas como recuerdo por viajeros cordobeses”, señala en un texto publicado en 1873.

Pese a este escrito, aún hoy muchos se niegan a creerlo y aseguran que el caimán remontó el Guadalquivir, sembrando el pánico entre la población hasta que un cojo lo mató de un garrotazo. De hecho, el garrote se conserva también como un exvoto en la ermita de La Fuensanta. La leyenda ha sido tan fuerte como para llegar a este extremo.

No obstante, los incrédulos solo tienen que irse a la Wikipedia para salir de dudas. Un caimán jamás podría haber llegado vivo a Córdoba. Este animal (que está casi en peligro de extinción) vive en América. En concreto, en las regiones subtropicales y tropicales de América, desde México hasta el sur de Sudamérica. De haber llegado a Córdoba por sus propios medios tendría que haber cruzado nada más y nada menos que el Océano Atlántico.

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