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Diario del Confinamiento | Privada vs Pública

Dos papagayos.

Juan José Fernández Palomo

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Siempre me ha importado un pimiento la vida privada de la gente, en general. Naturalmente la mía tampoco me ha importado mucho, sólo lo suficiente; tal vez la repasaré más tarde, cuando llegue el momento y entonces es muy posible que me acuerde de ese verso espectacular de Gil de Biedma: “Que la vida iba en serio me di cuenta más tarde”.

Ya veremos cómo gestiono ese temita.

Lo que quiero decir es que siempre me ha importado una higa la vida privada de las personas que admiro por una u otra razón. Total: sólo los admiro por sus obras, películas, canciones, novelas, poemas, los goles, manejar una expedición al Ártico, cruzar el Cabo de Hornos, inventar una vacuna, parar un penalti, insertarle un palito a un caramelo, educar a sus hijos…

Siempre me ha repateado la higadilla la frase esa que suelen decir los botarates famosetes de pacotilla: “No consiento que atenten contra mi vida privada”. Muy dignos ellos.

La vida privada se puede inventar, de hecho, ellos mismos se la inventan. Y, sinceramente, nos la sopla.

Lo que debe importar es que no jodan nuestra vida pública. La que vivimos todos en sociedad, de la que dependen nuestras relaciones cotidianas y verdaderas, donde hay derechos, obligaciones y servicios.

Es la vida pública a nuestro alrededor la que hay que defender sobre todas las bobadas inútiles. Siempre, de manera natural. Ni siquiera ahora más que nunca.

Claro; cuando sea esto así habrá un gran apagón presuntamente informativo. O “de entretenimiento” o de parque de loros (pobres loros, lo siento, no tienen culpa, es una frase hecha).

Mi madre hacía ganchillo viendo Cañas y Barro. Eso sí era Sálvame y Supervivientes de verdad. Todo junto.

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