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La ciencia y el gin-tonic perfecto

Imagen de archivo de una actividad científica de divulgación en un bar de Córdoba.

Manuel J. Albert

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Dos divulgadores explican cuánto saber hay en los cócteles, dentro de la Semana de la Ciencia de la Universidad de Córdoba

A Pasteur le debemos detalles como la vacuna para la rabia, que ha salvado millones de vidas. Pero al francés le estaremos eternamente agradecidos, sobre todo, por descubrir cómo conservar los alimentos, la pasteurización. Y en especial, el vino. Es solo un ejemplo de cómo la ciencia ha favorecido al consumo de las bebidas alcohólicas, entendiendo esta afición, como una de las bellas artes. Anoche,

Juan Scaliter y Óscar Menéndez explicaron estas y otras anécdotas en la cafetería Los Mundos de Alicia, dentro del evento La Ciencia de los Cócteles’, un espectáculo diseñado y producido por estos dos divulgadores en el que muestran la cotidianidad de la ciencia.

Periodista científico con más de 15 años de experiencia, Scáliter colabora con diferentes medios españoles y extranjeros, tanto en español como en inglés. Sus viajes alrededor del mundo le permitieron visitar algunos de los principales centros de innovación del conocimiento. Y allí entrevistar a algunas de las mentes más desafiantes de la actualidad. En 2011 publicó La Ciencia de los Superhéroes.

Menéndez, por su parte, es un periodista científico que lleva más de veinte años dedicado al mundo de los experimentos y de la ciencia. Aunque empezó como un periodista puro, centrado exclusivamente en la escritura de artículos y libros, en la actualidad también actúa como showman, llevando sus experimentos a los escenarios y organizando exposiciones sobre la vida y la obra de los grandes científicos.

Como por ejemplo, Dimitri Mendeléyev, el ruso que sistematizó el orden de los elementos en la tabla periódica que todos hemos estudiado. Pero ese detalle, más o menos sádico para con los bachilleres, queda reducido a fosfatina si lo comparamos con su gran aportación a la cultura contemporánea de masas: la graduación de los alcoholes y el descubrimiento de que 40 grados es el ideal para degustar un vodka como un manda un buen pope ortodoxo.

Estas disertaciones etílicas iban cayendo entre chiste y chiste y experimento y experimento. Quemando distintos componentes de sal, hierro y cobre explicaron por qué los distintos colores de la llama permiten a los científicos averiguar qué arde en el corazón de las estrellas; o cómo calmar al anhídrido carbónico de una Coca Cola agitada, a volver al centro de la lata -solo hace falta golpearla mimosamente con los dedos mientras se le da vueltas-; por no hablar del perfecto gin-tonic -mejor con hielo, para mantenerlo seco y no excitar la sobredosis de azúcar que encierra cada botella-.

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