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Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos

Elena Medel

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Se abre el telón y aparece Córdoba.

Se abre el telón y aparece la Filmoteca de Andalucía. ¿Recuerdan que existió un tiempo de puertas cerradas el sábado por la tarde, sin actividades infantiles ni formativas, sin opción para el videoarte y otras expresiones de la imagen, limitando su oferta a la sala principal? ¿Recuerdan aquella época en la que la Filmoteca estaba sin existir, en la que la programación descansaba desde mayo hasta la entrada del otoño, roto el contacto verdadero con la ciudad, lejos del alcance de los cinéfilos? La llegada de Pablo García Casado a su dirección insufló vida a aquella institución moribunda, y su equipo lucha ahora contra recortes y bajos presupuestos, y en tiempos de La Cosa se confirman en el buen cine baratísimo —por lo que casi les cuesta una entrada en un multicine, aquí compran un bono para diez películas—, y dialogan con todo aquel interesado en proponer u organizar o, simplemente, comprobar que lo público debe estar a disposición de la ciudadanía.

Nos hemos acostumbrado a que las instituciones públicas vinculadas a la cultura funcionen tan mal que, cuando una marcha bien —mejor que bien—, nos reservamos los elogios. Por eso me refiero hoy a la Filmoteca de Andalucía, a su cambio radical en unos pocos años, aunque también podría hablar sobre el Museo Arqueológico, el Museo de Bellas Artes o el Jardín Botánico, que trascienden los mínimos dictados por la burocracia y, aunque no dispongan de un duro, se empeñan en ofrecerse como puntos de encuentro.

Sin embargo, la Filmoteca de Andalucía corre peligro. La Junta de Andalucía ha propuesto ampliar el palacio de congresos, como solución al dimediretismo que traslada la propuesta del ayuntamiento desde Miraflores al Parque Joyero, desde el Parque Joyero hasta el infinito y más allá, que igual una noche usted y sus compadres se instalan en El Arenal para una barbacoa y a la luz del fuego Nieto y Carreto convocan una rueda de prensa proclamando que lo mismo ahí, a la sombra del Nuevo Arcángel, elevan la nueva maqueta, a saber si la flauta se escucha y surgen cimientos como brasas. El caso: el Palacio de la Junta ganará un patio hoy enjaramagado, pero el presidente de la asociación de organizadores de congresos exige —aquí cualquiera se pone firme a la primera de cambio— sumar la Filmoteca al proyecto, y lo exige también el alcalde, que dónde las oscuras golondrinas y dónde el centro de congresos del Parque Joyero en el que nos plantaríamos en el Metrotrén, dispuesto a reubicar la Filmoteca en otro edificio municipal.

El telón, eh.

¿En qué edificio municipal? ¿Qué espacio céntrico albergaría varias salas de proyecciones y los archivos y las oficinas? ¿En los patios vacíos de Rey Heredia 22, al aire libre, provistos de edredones nórdicos que impidan La Rasca? ¿Minisalas en el Museo del Despacho sito en la Plaza de Orive? ¿En esa sala de exposiciones tan maja y recoleta, así, como de tomarse un café con un amigo, que es la planta inferior de la Casa Góngora? ¿En la Polifemo, cuando las instalaciones del IMAE no las ocupen obras de teatro con actores de la tele o musicales para toda la familia? Si ese espacio existe y ahora languidece, ¿por qué no se ha activado ya su uso como filmoteca municipal? En Málaga ocurre.

Si no existe, ¿ese inmueble tendría que rehabilitarse? ¿Cuánto dinero costaría? ¿Cuánto tiempo costaría? ¿Para qué? ¿Se cerraría la Filmoteca y penaríamos durante años, conformándonos con los blockbusters de las salas comerciales? ¿Se repetirá lo del Teatro de la Axerquía? ¿Se permitirá que la única institución cultural andaluza con sede principal en Córdoba se marche a cualquier otra ciudad que la reciba sin despacharla a la mínima, por un centro de congresos que presenta sus credenciales como agujero negro? Esos festivales de Música de Cine y de Cine Africano transplantados para saciar nuestras ansias de grandes eventos culturales, que uno transita la Avenida de Cádiz o Ronda de los Tejares o Arroyo del Moro y se palpa en el ambiente las ganas que estremecen a las personas de asistir a un magno evento cultural, de los de muchas cosas —es la palabra— en pocos días, ¿qué lugar ocuparían en una ciudad cuya única oferta cinematográfica se limitaría a la de los multicines?

Vicente Serrano, representante de esos organizadores de congresos que claman por un espacio sin poner un duro, se pregunta quién ha ido «ese recinto» alguna vez. «Ese recinto», que carece de nombre y de valor para quien —hasta mayo de este año— presidió también la comisión de cultura de CECO, es la Filmoteca de Andalucía. Interésese por las cifras, que quizá superen a muchos de esos congresos sobre panes y peces que nos arreglarán el fin de mes. ¿Qué le importa la cultura? ¿Qué importa la cultura a quienes pretenden devorar la Filmoteca, ignorando con qué arrasan, porque en la vida han traspasado la puerta de Medina y Corella? ¿Por qué desmontar algo que funciona? ¿No disponen ya de recintos feriales clausurados porque nadie los utiliza, de explanadas y centros institucionales en los que cada fin de semana se monta una feria del no sé qué, de una ampliación que se ha prometido y que quizá nunca ocurra pero igual que nunca se materializan otros compromisos —muchos en cultura: en cultura de verdad—, como para aniquilar una institución modesta pero necesaria, humilde pero útil, de las que sí funcionan, y de la que sí se nutre —no todo es dinero— mucha gente?

¿De verdad que el turismo de congresos es el clavo ardiendo de la economía cordobesa, con tres ciudades tan próximas como Granada, Málaga o Sevilla, que ya gozan de un fuerte trabajo previo, y de infraestructuras para recibir y albergar y demás avíos? Sin actores y actrices que se eduquen en la Filmoteca, sin directores y guionistas que se eduquen en la Filmoteca, ¿quiénes entregarán premios en sus grandes eventos y con quiénes se fotografiarán? No piensen en los ciudadanos; no piensen en la educación ni en la cultura. ¿En serio, ustedes, hombres con corbata que exigen en debates y que posan con la expresión atribulada de quien soporta en su espalda el peso del futuro de cientos de miles de cordobeses rebautizados Rafael/a de las Santas Pernoctaciones, piensan quedarse sin famosos?

En plena agonía de 1929, Alberti retrató a los principales humoristas del cine mudo en un libro de poemas audaz, visionario, revelador en sus intuiciones. Se titulaba Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos.

Se cierra el telón. ¿Cómo se llama la película?

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