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BeFlex or die

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José Carlos León

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En 2016 el Foro Económico Mundial publicó un informe llamado The Future of Jobs en el que hacía una previsión de las 10 habilidades que todo profesional debería manejar para la próxima década. Ya entonces, hace cuatro años y en pleno desarrollo de las ITC y la robotización, se vislumbraba que en un entorno cada vez más digital y desarrollado tecnológicamente, el factor diferencial en el mercado laboral lo iban a marcar las habilidades humanas. En un listado en el que aparecían conceptos tan interesantes como la inteligencia emocional, la resolución de problemas complejos, el pensamiento crítico o la coordinación de equipos se coló en el último puesto un concepto que visto con el tiempo parece casi una profecía: la flexibilidad cognitiva.

Ya en 1995, un grupo de especialistas definieron esta habilidad como “la capacidad de reestructurar nuestro conocimiento en múltiples direcciones dependiendo de los cambios de escenario”. Si al concepto de flexibilidad cognitiva le sumamos el de actitudinal tenemos un compendio de lo que nos ha tocado vivir en este tiempo. Los menos académicos hace tiempo que le pusieron nombre a esto sin necesidad de pasar por la universidad, porque de siempre esto se ha llamado buscarse la vida, pero ahora no es una simple opción. Es una necesidad.

BeFlex es un proyecto europeo en el que junto con socios de otros países trabajamos en la necesidad de ser flexibles en nuestra forma de relacionarnos con el trabajo, pero también con la vida. Es algo que tiene que ver con los trabajadores, con las propias empresas, pero en el fondo nos afecta a todos, porque el mundo ha cambiado, está cambiando y nunca volverá a ser como antes, más aún después de la pandemia. El otro día, en una reunión, mi colega Rodica me decía que no pusiéramos tanto énfasis en el impacto del Covid-19, porque en el fondo esto tendrá un efecto pasajero. Puede que tenga razón y que ahora todos estemos obsesionados con el monotema, pero realmente da igual. El coronavirus sólo ha venido a mostrarnos lo frágiles que somos y lo voluble que puede ser nuestra sociedad y nuestro mercado laboral. Hace una década fue la explosión de la burbuja, luego fue la robotización, hoy es el Covid y mañana será otra cosa. La cuestión no es tanto identificar la causa, sino saber si estamos preparados para afrontar el próximo golpe y adaptarnos a una situación que quiebra el suelo sobre el que pisamos. Literal y profesionalmente.

De toda la vida se ha valorado mucho la capacidad de organización, el orden, la disciplina, el tenerlo todo planeado. Aunque alardeáramos de nuestro carácter latino, siempre quisimos ser alemanes, por muy cuadriculados y férreos que fueran. En el fondo, los admirábamos y queríamos parecernos a ellos. Pero quizás no era para tanto. Es más, quizás eso hoy sea un error, porque la incapacidad para implementar un plan B y sistematizar nuestra bendita improvisación es hoy algo que juega en contra de cualquier persona y también de cualquier empresa.

“La forma de trabajar ha ido cambiando al igual que la forma de aprender y las habilidades que los estudiantes adquieren son diferentes a las que luego necesitan”, dijo hace unos meses la revista Forbes, la misma que recientemente describió las destrezas más demandadas por las empresas para los próximos años, incluyendo entre ellas… la flexibilidad y la adaptabilidad. “A medida que el mundo cambia, la vida media de las habilidades se reduce constantemente. Por lo tanto, la gente necesita comprometerse a aprender nuevas habilidades a lo largo de sus carreras y saber que deben ser adaptables al cambio. Para ello es importante entender que lo que funcionó ayer no es necesariamente la mejor estrategia para el mañana, por lo que la apertura a las habilidades de desaprendizaje también es importante”, dice la prestigiosa revista en un aviso a navegantes.

Seguramente en todas esas palabras hay un gran factor cultural, y en España sabemos mucho de eso. Reconozcamos que estamos en un país donde todo el mundo quiere ser funcionario, donde el emprendedor es un bicho raro frito a impuestos y asfixiado por la administración, y donde el mercado laboral invita a pocas aventuras porque puede que lo de hoy sea malo, pero no sé si habrá mañana. Por eso quizás el complejo de flexibilidad cognitiva y conductual sea algo que hay que ir inculcando desde la cuna, ya sea por convicción o por obligación. Esto ya no va a volver a ser como era, y mientras antes lo entendamos, mejor para todos, como individuos y como país.

Pero ojo, porque palabras como “resiliencia” o “reinvención” están hoy en boca de todos los gurús de cuarto de hora, de esos que te invitan a que cambies de vida sin red, porque después de darte su charlita ellos se irán y se quitarán de en medio, dejándote a ti con tus marrones y tus comeduras de olla. El gran Alfonso Alcántara escribió esta semana que reinventarse es “elegir un camino de especialización o una nueva forma de afrontar tu desarrollo profesional para obtener los ingresos que quieres y el estilo de vida ajustado a tus valores”, y eso puede pasar por reinventarte dentro de tu propio contexto, de tu propia empresa, de tu propio puesto de trabajo. Consiste en convertirte en un profesional nuevo, en una apuesta egoísta por ti mismo pensando en el futuro, ya sea donde estás hoy, o quizás en otro sitio completamente distinto. Porque si la empresa no es flexible está condenada al fracaso. La cuestión es si tú quieres hundirte en ese barco.

De eso va la flexibilidad cognitiva, de adaptarse y readaptarse; de aprender, reaprender y desaprender. Quizás alguien nos tenía que haber explicado lo que iba a pasar, pero nos ha tocado aprenderlo a la fuerza y sobre la marcha. No va a ser fácil, pero no nos queda otra. Sé flexible, no hay otra opción. BeFlex or die.

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