Creo que desde siempre he mirado a los ojos de mis interlocutores con fijeza, aunque sin pasarme, espero; la experiencia enseña a modular estos rasgos de la personalidad para no caer en la pequeña injusticia de turbar rostros tímidos ni hundir las pupilas en alguna esencia escondida y definitoria del prójimo.
Mirar y mirarnos es una rama importante del supremo arte de vivir. A lo mejor por eso tantas veces acogemos la tarea de una manera inconsciente, mecánica, elusiva, superficial, parapetada tras gafas de sol y ejercicios de mirada saltarina que se posa aquí y allá, luego más allá y por fin en la pantalla del móvil.
Los ojos, junto con otros sentidos y potencias de nuestra afectividad, nos anclan a la persona a la que deseamos y/o debemos prestar atención. Por este motivo quien tenga el papel de madre, padre o persona tutora responsable de la crianza de un precioso ser humano sabrá que confortas, riñes o despiertas la risa con una sola mirada.
Si algo es importante, y estamos rodeados de maravillas, hay que adorarlo con la devota constancia de la vista y los demás sentidos; se lo merecen de igual forma las postales vivas de los viajes que el camino diario a casa.
Hasta los propios ojos quieren ser admirados. El culto a la mirada posee claves ancestrales. Desde antiguo la hemos enmarcado con kohl e islas de color; y hace ya algunos años que nos pirran las pestañas enriquecidas, que son obra de sofisticados avances, nuevas técnicas y ligeros materiales. En mi caso, por escasamente arriesgada en retoques estéticos y sí bastante de brocha y color, apuesto por las sombras de ojos.
¡Ojo! Quien necesite o quiera renovar las existencias, MAC Cosmetics acaba de lanzar una colección de siete paletas, las Connect in Colour, que merece la pena conocer. Traen sorpresa de conexión en sus preciosos envases.
Por lo demás, sigo en el empeño de regalar y embellecer la mirada.
Nota: Las menciones a marcas y productos no llevan aparejada ninguna contraprestación