Pasado Halloween... ¿qué hay de los miedos infantiles?
Probablemente todos los padres que estén leyendo esto, todos los lectores que vivan en bloque con niños, o cualquier persona que haya salido a la calle en estos últimos días ha tenido muy presente que ha sido Halloween. Esta fiesta de origen celta cada vez va tomando más importancia en nuestro país: niños disfrazados, manualidades en el cole, pedir caramelos por las casas…La temática principal es el miedo, pero, realmente, ¿son fáciles de abordar los temores de los niños?
Los miedos son emociones que todos sentimos, que son adaptativas e incluso necesarias para el desarrollo infantil. Los tenemos desde que nacemos, pero a medida que vamos creciendo éstos también van evolucionando y cambiando.
Son positivos en el sentido de que nos crean un estado de alerta que despierta a nuestros mecanismos de defensa, preparando a nuestra mente y cuerpo contra aquella circunstancia que nos da miedo.
Mientras que los bebés recién nacidos hasta los pocos meses de vida reaccionan con temor a situaciones relacionadas con ruidos fuertes o cambios bruscos, a medida que el niño va creciendo se van introduciendo los miedos relacionados con la principal figura de apoyo, es decir, en la mayoría de los casos, los padres: en este momento aparece el miedo a quedarse solo, por ejemplo, o a las personas extrañas, que no conocen.
Un poco más avanzada la edad, alrededor de los tres años, los niños pueden empezar a presentar miedos hacia otro tipo de seres vivos, como los animales.
A partir de los 5 o 6 años, a medida que el niño crece, los miedos evolucionan junto con la madurez mental, por lo que aparecen otro tipo de temores, más elaborados, y relacionados también con la imaginación del niño: no querer ir solo por la casa con la luz apagada por miedo a los monstruos en la oscuridad es muy típico a esta edad.
A partir de los 7-8 años y hasta el principio de la adolescencia, a estos miedos se suman los relacionados con el autoconcepto: el hacer el ridículo y quedar mal delante de los amigos, el miedo a los cambios físicos o a hacerse daño son muy comunes. También aparece otra temática más trascendental, como el miedo a la propia muerte o a la de personas cercanas.
Como he comentado antes, las fobias son necesarias para evolucionar, pero se convierten en un problema cuando pasan de ser una forma de activar al niño a bloquearles: los miedos que dificultan llevar la vida que antes llevaba hasta que aparecieron, los que impiden dormir durante muchas noches y no se quitan, y los que provocan una situación de sufrimiento desproporcionado en los más pequeños.
Cada miedo es diferente, al igual que cada persona, por lo que para poder ayudar al niño hay que tener en cuenta todas las peculiaridades, pero en líneas generales, en muy importante escucharle bien y no tratar de quitarle importancia al asunto: él está sufriendo, aunque objetivamente esté claro que no hay de qué preocuparse. Aun así, es bueno hablar con él e intentar dar todas las explicaciones racionales para procurar que sea él mismo quien se dé cuenta de que puede superar lo que ahora mismo le aterra.
Si el niño percibe un ambiente de calma y tranquilidad, recibe abrazos (¡el contacto físico es muy importante!), es casi seguro que se va a sentir más protegido. El niño tiene derecho a asustarse y sentir miedo, muéstrale que te preocupas por él y que quieres ayudarle.
Poco a poco ve intentado que haga solo las acciones que tiende a evitar porque le dan miedo: por ejemplo, imagina que le da miedo andar por la casa a oscuras: primero acompáñale, y cuando pase un tiempo, dile que le esperas al final del pasillo, luego, que te avise cuando esté, y así poco a poco, reforzando cada pequeño paso y no frustrándose con alguna recaída que pueda surgir en el camino, puedes ayudarle a superarlo.
Pero sobretodo, si consideras que tu hijo lo está pasando mal, buscad un profesional que pueda ayudaros a todos a superar la situación.
¡Nos leemos la próxima semana!
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