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The show must go on

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Antonio Agredano

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Escucho el ´The show must go on´ de Queen de camino al trabajo. Hace frío, luces amarillas puntean el camino. En Sevilla siempre me sentiré un turista. Me gusta esta ciudad, pero la observo desde fuera. Con tierno extrañamiento. Es un jueves de puente, o algo así, dicen. El tema de Innuendo no es su mejor canción, pero el estribillo se mete en el ojo y no sale por más que te soplen. El SIDA ya había hecho el petate de Mercury para su viaje a la otra vida. En el estudio Metropolis de Londres, un hombre enfermo cantaba como nunca. “Sigue escribiéndome letras, sigue dándome cosas, cantaré”, le suplicaba Freddie a Brian May. El guitarrista escribió esta despedida para él. Antes de ponerse delante del micro apuró un vodka. No se compadecía. No lloriqueaba, ni buscaba el refugio de un abrazo. Sólo su sonrisa excesiva y un par de horas al día, lo que el cuerpo le permitía, para encerrarse en la cabina y cantar. Paladeaba: “La función debe continuar pero por dentro mi corazón está rompiéndose”.

Imagino un tímido hielo sobre el césped de El Arcángel. El Córdoba es un club enfermo. Que alarga su vida con la inercia del músculo y la respiración, pero que por dentro apenas late. Una vaina, el esqueleto ennegrecido de una algarroba. Está así porque quienes lo gestionan no han sabido hacerlo mejor. Porque en cada decisión ha pesado más el dinero que el balón, el bolsillo que la grada, el ego que la generosidad. Porque para ellos el fútbol es un nicho de mercado, una captación de clientes, una vaca que da un puñadito de billetes y a la que ordeñan día y noche, día y noche, sin pensar en nada más. Podrán disfrazarlo como quieran. Podrán quitar abonos, dividir a la grada, llamarnos ingratos o, como ya han hecho, “anticordobesistas” por expresarnos así. Carlos González creció a espaldas de la ciudad y Alejandro González está creciendo a espaldas de la afición. Ninguno ha querido entender el sentimiento blanquiverde. Ponerle andamios al corazón. Abrir las puertas de su casa. El Córdoba Club de Fútbol es un enfermo que cambia de posición en la cama. Que tose y se desvela. Que saluda con timidez desde un rincón mientras suena la música alta. Que canta y le duele cada nota. Un Mercury gritando: “Fuera está amaneciendo pero dentro, en la oscuridad, anhelo ser libre”.

El Córdoba morirá si sigue en manos de la familia González. La Segunda B es una cama de hospital. Pasillos silenciosos. Visitas de cortesía. La última habitación de una planta sin ventanas. Por eso el domingo estaré en los alrededores de El Arcángel. No seré el único. Rodearemos el estadio pero no será una amenaza, sino un abrazo. Afecto por el club que nos quita el sueño. Respeto a ese hormigón agrietado, a esa hierba machacada, a ese equipo desmantelado, a ese entrenador ocasional, a esa afición desprestigiada. Un nosotros infranqueable.

Escucho ´The show must go on´ y pienso en mi equipo. En esa canción sin terminar que es nuestro club. Queda temporada para el milagro. Las cintas vírgenes giran junto a la mesa de grabación. Siento tristeza. Una tristeza pegajosa. El fútbol es un espectáculo siniestro. A los aficionados se nos va la vida en esto pero no podemos correr detrás de la pelota, no podemos elegir a qué jugadores traer, no podemos dar órdenes a los nuestros. Sólo ocupamos la grada y gritamos o lloramos o arrastramos la sombra de vuelta a casa o, las menos, una sonrisa arañando la cara. Miramos y sufrimos. Sostenemos el mundo sobre nuestras espaldas. Pero son otros los que hacen y deshacen, son otros los que aciertan o fallan delante del portero, son otros los que dicen cómo y cuándo debemos animar, qué banderas no agitar y qué bombos dejar de maltratar. Son otros los que se están lucrando con nuestro dolor. Con nuestra impotencia llenan su piscina, pagan sus gintonics y nos dan lecciones de cordobesismo desde el despacho.

El domingo, frente al Rayo, durante noventa minutos, volveremos a ilusionarnos. Ingenuos. Plenos. Diremos a los que mandan que se vayan, pero llevaremos en la camiseta con orgullo los colores. El escudo no se mancha. El escudo se mantiene firme sobre el pecho. Qué nos queda, si no. La dignidad y el uniforme. La esperanza. “Mi maquillaje puede estar descascarillándose, pero mi sonrisa aún está”, cantó Freddie Mercury cuando su vida se apagaba. El fútbol no es la vida, pero se le parece. Es cruel, impredecible. Disfraza la cotidianidad de tragedia. Sacude el mundo que conocemos. El Córdoba agoniza, pero la enfermedad no nos impedirá cantar, aunque duela. Aunque sangremos. Los González se irán, dadlo por seguro. Y aunque estemos en Segunda B, aunque sobrevivamos desnudos y esquilmados, aunque sólo nos quede, para entonces, un frágil hilo de voz, se escuchará un dolido y eterno: ´The show must go on´.

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