Más sobre la crisis en el sector de la peluquería
Como continuación de mi artículo anterior, hoy quiero comparar al cabello con los zapatos, esa otra prenda que levanta pasiones y que es casi tan importante como él. Y digo “casi” por lo siguiente: Si los comparamos con el cabello, veremos que ambos son contrarios al mostrarlos. El cabello está en la cabeza, en lo más alto, enmarcando y singularizando las facciones de la persona, mientras que los zapatos no, están abajo y solamente encuadran al pie ya que, generalmente, lo tapan, y sin otra singularización mayor que la de lucirse ellos solos… a veces, porque en ocasiones van tapados por largos vestidos o pantalones descubriéndose en ellos, si acaso, las punteras superiores. ¡¡Y no os digo nada cuando, al estar sentados, se le ven las suelas!! ¿Verdad que resultan feas y descuadran lo que de bonito lleve la persona?
¡¡Qué contrario sucede con el cabello!! ¡¡Cómo resplandece y destaca!! Es más, sea la indumentaria que se luzca, se lleven los zapatos cualesquiera que fuesen, incluso los más caros, los famosos
Por tanto, ¿se sabe reconocer y valorar al cabello en su justa medida por el profesional al compararlo con estos ejemplos citados? ¿Cómo es que tampoco se realiza con el precio a cobrar por mantenerlo vistoso y actualizado? ¿Por qué se obvian tan importantes razones? ¿Qué clase de artista y comerciante se considera la peluquera/o si todo esto no se entiende? ¿No será que ese 99,99% de peluqueras/os tienen una joroba mental en sus cabezas y más aún si desconoce otras actitudes mercantiles y de gestión interna y externa con las que prosperar?
Analizando estas obviedades que parecen tener el 99,99% de las/os profesionales del sector peluquero, amén de otras que aparco intencionadamente (por no dañar la sensibilidad personal –mejor si dijera el ego- de aquellos que se sientan aludidos), es entender el por qué no se coticen sus precios a la alza. ¿Será porque desconoce –que no solamente evade- que el cabello no es una futilidad más a lucir por el humano? Nada extraño sería este detalle, porque son, incomprensiblemente en ese porcentaje indicado, los mismos profesionales las que lucen en sus cabezas una melena enmarañada –o en forma de coleta- como máximo lucimiento de estilo cuando peinan a sus clientes/as. Algo que hasta en las teles lo han criticado en varias ocasiones, quienes además añaden que "por ello conocen a quienes son las estilistas del salón a donde han entrado". ¿Lo habéis visto vosotros en estos medios?
Llegados a este punto, y por cuantas razones esgrimo no disponer ese 99,99% de profesionales, y aún atribuyéndole desarrollar y tener cierta profesionalidad y otros loables pensamientos en ellos, ¿qué atribuible calidad comercial pueden tener si obvian o desconocen que el cuidado y mantenimiento del cabello es tarea de verdaderos y singulares especialistas, a la vez que deberían saber cobrar y valorar sus precios y, sobre todo, a lucir por sus artífices en primer lugar? Y, al mantener en el tiempo tales exigibles y necesarias cuestiones que los distingan de su clientela, a la vez que dan ejemplo, ¿por qué no se pregunta cada cual qué clase de artista, técnico y comercial es? Y, al no reconocerlo, ¿puede haber una desvalorización profesional mayor en él y un desconocimiento de su propia identidad y valía como profesional peluquero/a? ¿Existe mayor deslealtad por su parte hacia sí mismo? ¿No será que se considera solamente peinador y no un peluquero completo sin aceptarlo para él o ella? Y todo, en algunos, por tener monos en su cabeza tocando los platillos, no neuronas funcionando a todo trapo.
Que yo sepa, no existe profesión artística y/o técnica (llámense odontólogos, actores, escritores, ebanistas, decoradores, pintores de fino pincel, etc., etc.) en la que su valía y reconocimiento social quede patente por el hecho de ser baratos o por las actitudes y hechos anteriores o por una presencia personal externa no singularizada i por utilizar tal o cual marca muy anunciada. Y menos, menos aún, que no lleven implícitos su credibilidad y valoración como tales, además de por su calidad manual-artesana. Solo el verlos ya lo proclaman por sí solos.
¿Qué ha sucedido en nuestra profesión en ese 99,99% de los casos para tales decaimientos? ¿Será por ello no tener ni haber alcanzado este reconocimiento social, económico y de imagen? Quizá. Porque, además, es un añadido a las anteriores causas que los hayan llevado a tal deterioro. Y, a todo ello, sin haberle puesto solución alguna. Todos callan, silencian, excluyen u obvian que tales y tan desbaratadas cuestiones parten de ellos mismos, a la vez que aceptando lo que impone la troika empresarial adyacente al sector. Y que han sido la mayoría de ellas y ellos quienes lo han provocado por aceptarlos sin más. Así, como si fuera un mandamiento divino que hay que cumplir para poder subsistir malamente, hasta llegar al caos existente y sin una solución posible en la actualidad y desde hace años, a no ser que se diera vuelta y media y a comenzar de nuevo. Pero, como se han desterrado de la profesión la clave intelectual y otras exigencias que trato en este libro….
Tal como sucede, y teniendo presente lo anterior, no es extraño que los precios por servicio vayan a la baja día a día. De tal forma, que tampoco ese 99,99% de peluqueras/os podrá ampliar ni seleccionar otra mejor y más extensa clientela, como tampoco ganará nada con ello. Ni tan siquiera lo obtendrá su clientela, porque, al final de cuentas, la ignorancia técnica, de modales, de atenciones, de régimen interno y por el hecho de no saberse valorar, lo barato en ellas/os inexorablemente se impone, más si median modos y maneras impropias, viéndose reflejados en un mediocre servicio, cuando no desfasado y siempre mal vendido.
Todo lo expuesto, amén de otras consideraciones y particularidades (que de momento me reservo para darlas a conocer en siguientes capítulos), son las circunstancias más reales y temerarias que han conducido al peluquero –y a la peluquería en general- a la consecución de cuantos problemas en su contra tiene que soportar. Un gran resbalón, sin duda, como si fuera el improvisado que produce la saliva por una plancha de ropa. Y, especialmente al de la identidad que lo aísla y él trata de esconder detrás de su individualidad más inconsecuente y solitaria, hasta el extremo de hacerle arribar a esa crisis de referencia que, día a día, le hace desfigurar su imagen y posibilidades económicas, a la vez que tambalea su futuro económico y social por su inercia ante lo que le sucede, cuando no algunos de sus servicios por esa competencia brutal (y desconsiderada) que le hacen algunos fabricantes vendiendo idénticos productos o muy similares a los que la troika empresaria fabrica con el engaño
De ahí que, según creo y espero, sea tan necesario salir al paso con mis reflexiones. Y que de no tener en cuenta cuanto detallo para llevarlo a la práctica, cabe preguntarse: ¿Será la profesión peluquera una actividad a la que acceden los menos preparados o aquellos otros equivocados a quienes, en ellas, erróneamente, les parece una profesión más fina que la una señora dedicada a la limpieza, una dependienta cualquiera, una cuidadora de niños o similares, y, en ellos, un rústico bracero a peonada, un albañil, un técnico de lavadoras, un antenista, un barrendero, un camarero, un…?
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