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El (triste) futuro de la Educación: las escuelas chárter

David Val

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La mayoría de las escuelas de Nueva Orleans está en ruinas, lo mismo que las viviendas de los niños inscritos en ellas. Esos niños están hoy dispersos por todo el país. Es una tragedia, pero también una oportunidad para reformar radicalmente el sistema educativo.

Milton Friedman, padre del neoliberalismo

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Agosto de 2005. Nueva Orleans, al sur de Luisiana, Estados Unidos. El huracán Katrina no dejó nada en pie, ni viviendas ni escuelas ni prácticamente edificio alguno. La tormenta fue utilizada como un catalizador para diezmar lo que era el sistema de escuelas públicas en la ciudad. Los economistas de la Escuela de Chicago vieron una oportunidad inmejorable para implantar un sistema de escuelas chárter.

Sus defensores las catalogan como las grandes salvadoras  y las promueven como la solución para el maltrecho sistema de educación pública. En resumen, me refiero a unas escuelas financiadas con fondos públicos, pero administradas por empresas privadas. Todo un chollo, ¿verdad? Su proliferación por Estados Unidos, especialmente por las ciudades más pobres, me hace pensar que no tardaremos mucho en verlas por la Unión Europea. Pero, más allá de la gestión, ¿en qué más se diferencia una escuela chárter de una pública? En este modelo, los maestros carecen de protección sindical, cada escuela goza de una autonomía administrativa sobre el presupuesto, el plan de estudios, la contratación y el despido de personal, además de que también imponen los horarios escolares, el calendario anual y reciben financiación de grandes organizaciones filantrópicas y empresas multinacionales.

Debido a esta relación directa con las corporaciones y, por lo tanto, con la economía de mercado, estas escuelas chárter asumen muchas de las características negativas del mercado capitalista, que se mueve con fines de lucro. Kenneth Saltman, profesor de la universidad católica DePaul, cree que estas escuelas se caracterizan por “la competencia, la elección, la eficacia, el monopolio, la recuperación y el fracaso”. Esto hace que se promueva una cultura de la competencia en todos los niveles y orientada a conseguir resultados inmediatos. Pero, exactamente, ¿qué ocurrió en Nueva Orleans?

El Gobierno de Bush decidió que todas las escuelas que estuvieran “fracasando” antes de la llegada del Katrina serían puestas bajo la administración del Distrito Escolar de Recuperación (RSD). En ese mismo momento, Bush nombró a Pablo Pastorek superintendente estatal de educación. Se convirtió en el cerebro de la operación, y consiguió convertir en escuelas chárter 107 de las 128 escuelas públicas que había en Nueva Orleans. En conslusión, antes del Katrina solo el 2% de los estudiantes de la ciudad iba a este tipo de escuelas; hoy, lo hace más del 80%. Sin apenas hacer ruido y gracias a la inversión pública de Bush, con la que se reconstruyeron las escuelas, la educación se había privatizado en toda la ciudad.

La falta de control en el interior de estas instituciones es total, a pesar de que subsisten con financiación pública. En 2006, este recién creado Distrito Escolar echó a la calle a 7.500 profesores y miembros de personal, en su mayoría negros. Con el sindicato de maestros fuera de juego y con tantos residentes de Nueva Orleans desplazados por la catástrofe, las nuevas escuelas chárter comenzaron a contratar a una mayoría blanca procedente de las afueras de la ciudad, ya fuera como miembros de su junta, como administradores, maestros o personal en general. Antes del Katrina, solo había un 10% de nuevos profesores y el 73% eran profesores negros. En 2010, el número de maestros veteranos se había reducido a menos del 46% y el 40% del total era de etnia blanca, cuando la gran mayoría de la población de la ciudad es  negra.

Además, el sistema educativo es fruto de una preocupante inestabilidad. El continuo cambio de maestros, el cierre de las escuelas públicas e incluso de las chárter que dan peores resultados está llevando a muchos alumnos a abandonar las aulas. Para que las escuelas chárter permanezcan abiertas, los estudiantes deben obtener calificaciones suficientemente altas en el cuarto año de clase. Algo similar a las múltiples reválidas que el ministro Wert ha aprobado en su reforma educativa. Por tanto, las chárter que tienen a los mejores alumnos son las que aguantan, mientras que el resto cierra por falta de financiación privada. Por ello, el proceso de inscripción abierta se convierte en un sangrante concurso donde los alumnos pelean por entrar.

Tan grave es la situación que los estudiantes que tienen bajo rendimiento, los inmigrantes o aquellos que tienen alguna discapacidad se convierten en las víctimas del sistema. Primero, es complicado que sean admitidos en las escuelas, y en caso de serlo no disponen de los servicios de apoyo que necesitan. Estos alumnos y aquellos más pobres que, normalmente, son los más susceptibles a la adicción a las drogas y a la conflictividad, terminan siendo derivados a las pocas y deterioradas escuelas públicas, que apenas cuentan con apoyos económicos. Por tanto, la gran mayoría acaba desertando o teniendo pésimo rendimiento académico. Entonces, ¿cómo se puede afirmar que este tipo de escuelas fomenta la igualdad de oportunidades si deja en la calle a quienes más necesidades tienen?

En Nueva Orleans, que se ha convertido en el conejillo de indias de esta iniciativa educativa, al igual que en su día Chile o Argentina lo fueron de las políticas económicas que defiende este sistema neoliberal, el ambiente competitivo ha generado antagonismos en el interior de la anteriormente muy unida comunidad negra. Ahora, los estudiantes compiten por lugares en las escuelas y el individualismo es fomentado por encima de la solidaridad comunitaria y los esfuerzos colectivos por progresar. Y todo regado con fondos públicos sobre los que no se puede efectuar control alguno.

Quizá resulte exagerado pensar que en España se pueda llegar a un sistema tan selectivo e injusto como el implantado en Nueva Orleans. Pero hay que andarse con mucho ojo. Estos ataques organizados contra los servicios públicos, aprovechando una crisis provocada para generar “tales oportunidades de negocio”, es lo que la investigadora Naomi Klein denomina capitalismo del desastre. El Gobierno español está aprovechando esta oportunidad para consolidar el saqueo de la educación pública, siguiendo las propuestas de Friedman de actuar con rapidez para imponer los cambios de forma rápida e irreversible. Tratamiento de choque con recorte radical de financiación. Se ve que los ministros Wert y De Guindos tienen la lección neoliberal bien aprendida. Han sabido asestar con clase el primer hachazo a la educación. Una educación clasista a la que las personas menos pudientes tienen el acceso restringido. Para muestra, el aumento de las tasas universitarias (de más de 600 euros por matrícula de media) o el incremento del IVA en el material escolar.

Parafraseando a Enrique Javier Díaz, profesor de la Universidad de León, se está produciendo una mutación en la concepción del derecho a la educación: si durante años la educación fue una causa social, ahora la conciben como un imperativo económico al servicio de la economía y de su competitividad. La formación y el conocimiento se convierten en un bien privado, en una ventaja competitiva para insertarse en el futuro mercado laboral. Es, sin duda, un momento clave para defender una educación pública, de calidad y universal, donde todas las personas tengan derecho a acceder, para conocer el mundo y cuestionárselo. Pero hay que actuar rápido. Nos estamos jugando el futuro de los que vendrán.

Micronopio por David Val Palao se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.

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