Verano RestForm

Hay un verano lleno de flores de manteles de hule de apartamentos alquilados en segunda línea de playa con vista lateral forzada desde el balcón del dormitorio. Un verano de pueblos de costa con aceras repletas de coches, de sobreprecios en pequeños supermercados abiertos hasta las nueveymedia con plantilla de refuerzo, ellas en la caja, ellos a la carga. Hay un verano de chicharras de día y grillos de noche, de redifusión en las televisiones privadas, zapping, vídeos de primera y adicción a campeonatos mundiales de natación sincronizada. Hay un verano de siluetas de barcos veleros vistos desde sillas plegables de playa, rodeadas de otras sillas plegables y viejas toallas de propaganda de ron caribeño con bolsillo de velcro. Hay un verano de trasteros huérfanos durante meses, guardianes de piscinas para bebés, infladas a pulmón, con dibujos falsificados de PeppaPig y HelloKitty y sombrillas de playa por arreglar con varillas oxidadas.

Un verano de pasillos de trasteros sin bombillas, repletos de tesoros marinos. Cuadros de nudos marineros, ventiladores de techo con palas de madera y rejilla, colchonetas y colchones RestForm ocupando pasillos de pisos interiores. Hay un verano de ventanas abiertas, muerte por miedo a murciélago, luces semiencendidas e intimidades semipúblicas.

Hay un verano de gazpacho en botellas de dos litros de Lanjaron reutilizadas, de medias sandías sin pipas, de carros rebosantes de productos de marca blanca, de raciones escasas y oferta de fritura de pescado para dos, de secciones ampliadas de pasatiempos en periódicos que ya no compra nadie. Hay un verano de libros de sudoku y crucigramas en papel reciclado y bolígrafos bic sin capuchón. Hay un verano de recuerdos de otros veranos, de disfrute del verano de hoy, de esperanzas en venideros veranos.