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España, Foenkinos y Cortázar

José María Martín

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En dos semanas de apagón puedo confirmar que la batería de un teléfono móvil dura más si uno no tiene por qué actualizar sus perfiles de redes sociales tres veces cada hora. Es una de las únicas certezas hasta el momento. Por lo demás, estas dos semanas han sido excelentes y, aunque quizá he olvidado algún cumpleaños, mi vida social sigue tan activa o tan pasiva, según se mire, que antes del apagón. Si es cierto que hoy me interesa aun menos la actualidad y en dos semana no tengo constancia de ninguna noticia relevante, especialmente en lo relativo a Córdoba. Así que, por el momento, la actualidad me ha abandonado y me siento feliz de ello. No así el presente, material con el que afortunadamente seguimos encontrándonos en otros soportes. Para todo esto ha sido imprescindible desactivar las notificaciones que le tenía permitidas a las aplicaciones y así no hay estrés ni tentación, que no la ha habido. El riesgo que se asume es tener una visión única de la realidad, sin contar con la influencia de lo que otros te proponen a través de sus redes sociales. Por ejemplo, he dejado de enriquecerme con los artículos que solía leer recomendados por las personas a las que sigo en FB y TW. Pero sobreviviré. Si es cierto que, sin escuchar la radio, sin leer prensa y limitando mi contacto informativo con la realidad al Telediario (que veo por costumbre desde que tengo uso de razón), uno debe estar ágil para no dejarse embaucar. En las últimas semanas en el Telediario siento que se han multiplicado exponencialmente las veces que se dice la palabra España (no tengo datos, y me aburre pensar en hacer un análisis riguroso para confírmalo). Cada vez que oigo lo de España, unidad, nación y otros términos vinculados recuerdo el poema E, de Pablo García Casado, de su poemario 'García' que dice: “Sanidad, educación, servicios públicos: eso es la patria. Y pagar impuestos. Y vivir y dejar vivir”. En estas semanas también he podido leer algo más, no sin esfuerzo, y a veces en unas condiciones deplorables. De esas lecturas alguna conclusión: Charlotte, de David Foenkinos es un libro con destellos, con una capacidad de emocionar que es de agradecer, pero creo que tiene trampa. En cada renglón del libro solo hay una frase y su autor nos contó el pasado lunes que no hubo otra manera de escribirlo, debido al impacto que le causó el conocer la historia de Charlotte Salomon, la protagonista del libro. Además, el autor explica al lector en el mismo libro (no en un prólogo, ni en notas a pie de página sino en esos mismos renglones que mencionábamos) los obstáculos y algunas curiosidades del proceso de escritura. Esas dos peculiaridades del libro han sido elogiadas, algo que yo valoro por su carácter experimental. Pero, me pregunto qué habría ocurrido si hubiera escrito el libro con su gramática estándar y ocultando (como hacen muchos autores) las vicisitudes del proceso creativo. Después, en pleno ejercicio involuntario de insomnio abrí Historias de Cronopios y de Famas y caí en la cuenta de que pocos escritores generan más emoción con el lenguaje que Cortázar y olvidé a Foenkinos, al menos temporalmente.

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