Ya hemos comentado aquí varias veces que la tecnología es muy buena creando desigualdades. Proporciona “una ventaja injusta” en cualquier competición a quién sabe usarla, como si en una carrera para el desarrollo de una vacuna unos equipos tuviesen microscopios y otros no. El dilema surge cuando tratamos de eliminar esa desigualdad. Permitimos los microscopios? O los prohibimos.
Si miramos un poco atrás, hubo un tiempo donde la tecnología era “exclusiva” fundamentalmente por dos motivos; uno era su precio, para poder jugar con ella se requería una inversión significativa probablemente de varios cientos de miles para empezar a hablar. El segundo era la dificultad de acceso al conocimiento necesario para su dominio.
Hoy en plena era de la información, los servicios cloud, mediante los cuales se puede acceder a casi cualquier sistema de cómputo de información sin necesidad de inversión y por menos de 1€ la hora, han solucionado buena parte del primero; e internet, donde se puede acceder a cualquier contenido gratis o casi, ha solucionado el segundo.
La tecnología se ha convertido en un bien común, sólo que no todos saben sacarle el mismo partido.
Esta “democratización”, ha hecho que la tecnología sea a las empresas lo que el oxígeno para los humanos. Nos rodea en abundancia pero hasta que no la respiramos no somos capaces de extraer energía o valor de ella. En un mundo marcado por la competitividad, la ventaja de los que saben respirar sobre los que no, es grande, injusta y casi siempre definitiva.
Entonces, ¿cómo hacemos para que la tecnología no cree desigualdades?
Puesto que el problema no está tanto en el acceso sino en el buen uso y saber hacer, para mí la clave está en la formación continua. Y aquí, con la iglesia hemos topado.
¿Una persona adulta de más de 30 aprendiendo algo nuevo? “La gente estudia para conseguir trabajo y yo ya tengo uno!”. Me dijo una persona en cierta ocasión. Sí, lo has adivinado, esta persona tiene ahora más de 50 y está en paro. Ahora está frustrado y culpa de su desgracia a “los políticos”, al capitalismo, y por supuesto, a la tecnología. A este le hubiese venido bien que se prohibiesen los microscopios.
Yo soy un libertario, pero para que esto no ocurra tal vez “los políticos” deberían imponer formaciones obligatorias “de actualización y repesca”, no sólo en tecnología por supuesto, para adultos por ejemplo, una a los 40 y otra a los 60. Todos al pupitre otra vez. Quien no se matricule o suspenda pierde derechos como el apreciado derecho a la queja, paro o pensión. Es sólo una idea.
La tecnología es una herramienta muy buena para hacer que el mundo avance y al mismo tiempo, también es una herramienta muy buena excluyendo a los que se quedan cómodamente sentados y no avanzan con el mundo.
Justicia divina tal vez.