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Los voluntarios

Alfonso Alba

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Lo de ser voluntario está muy bien. Ayudar a la gente, a la sociedad, al medio ambiente y hacerlo de manera altruista está genial. Y si encima se hace sin pregonarlo a los cuatro vientos, mucho mejor. Lo malo es cuando la gente se aprovecha.

Esta semana ha estallado la polémica con los chefs de la alta cocina en España, que emplean (¿?) a gente a la que no pagan porque es una suerte para ellos estar en esos fogones. Jordi Cruz se ha defendido, después de afirmar que sin esos voluntarios (que no cobran nada) pues su cocina no podía ser competitiva. Bravo. Un aplauso. Pero no es un caso aislado.

El voluntariado viene a sustituir al trabajo pagado de toda la vida. Lo malo no es que lo usen los chefs de la alta cocina (a los que tendría que visitar de vez en cuando la Inspección de Trabajo). Lo malo es cuando lo hacen las administraciones. Porque, ¿hasta dónde llega un voluntario y cuándo empieza a ocupar un puesto en el que debería haber una persona contratada?

Que haya voluntarios, insisto, está muy bien. Que hagan una labor altruista para la sociedad (repoblando la sierra, ayudando a mayores, dando cobijo a gente sin casa, comida a gente hambrienta...) está genial. Pero hay sectores en los que el voluntario pasa a ser otra cosa. Me explico.

En la candidatura de Córdoba 2016 se tiró de voluntarios. Vale. Puede colar. Una cosa eran los trabajadores de la propia oficina y otra los voluntarios que daban color, repartían camisetas, estaban siempre para una foto... echaban una mano. Tiene un pase, aunque racionalmente habría sido mejor contratar a gente con formación (idiomas, por ejemplo) a la que poder exigirle un trabajo bien hecho. Pero es discutible.

Con los patios, cuando la masificación, cuando la declaración de Patrimonio de la Humanidad, surgieron los voluntarios para echarle una mano a los controladores (que esos sí que cobraban). Hubo muchos problemas. Algunos, como voluntarios que eran, pasaron de acudir a sus puestos cuando se le requirió. Otros sencillamente no sabían que hacer ante una avalancha y los más directamente se agobiaron y no volvieron.

Pero cada año que pasa sigue habiendo nuevos voluntarios, una figura que, laboralmente, debería extinguirse. Y máxime en un Ayuntamiento como el de Córdoba que tiene limitaciones presupuestarias para contratar trabajadores pero que puede hacer como con los controladores: fijar un presupuesto y decirle a una empresa que contrate a más gente que le eche una mano a los controladores.

Tener voluntarios viste mucho, pero abre la puerta a los abusos laborales. Pensemos. ¿Y si un evento cultural, un festival de cine, por ejemplo, no tuviese voluntarios? ¿Podría celebrarse? ¿Podría llegar tan lejos como llega? Si la respuesta es que no, Houston, tenemos un problema. O mejor dicho: tenemos un abuso laboral. Y no está el horno para bollos.

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