Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
El termostato
I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat.
Durante el confinamiento hubo un anuncio del Gobierno alemán que se hizo muy popular en el que un joven escuchaba los esfuerzos que habían tenido que hacer sus antepasados para que él pudiera tener un futuro próspero. Lucharon en dos guerras, sobrevivieron a la híperinflación y tuvieron que reconstruir desde los cimientos millones de edificios destruidos por las bombas. A él solo se le pedía que no saliera de casa. Aparentemente, tampoco era para tanto.
Uno de los discursos más aplaudidos de Churchill es de 1940, cuando la Alemania de Hitler tenía acorralada a Europa Occidental y la cosa pintaba regular. El Gobierno británico, incluso, tenía planes de una evacuación a la India ante la más que probable invasión de las islas. Churchill, en mitad del desastre, se dirigió a la nación, a la que le dijo que no podía ofrecer otra cosa que no fuese sangre, sudor y lágrimas. Es curioso cómo algo tan poco alentador pudo unir tanto a los británicos, que soportaron años de bombardeos salvajes y destructivos.
En 2022 no hay ni un político, en el poder o en la oposición, que sea capaz de ofrecer un discurso realista. Quizás por miedo a perder o por temor a quedar de exagerado, o incluso porque carece de información. Por eso, hay quién no entiende las medidas tan mínimas pero muy estéticas de ahorro de energía que acaba de aprobar el Gobierno y que incluso hay quien se niega a aplicar.
Supongo que da igual si cuando le damos al interruptor hay luz. O cuando abrimos el grifo sale agua. O cuando vamos a la gasolinera hay combustible. No nos hacemos preguntas de cómo es posible que tengamos ahí la energía, esperando a que la necesitemos, y nos da igual pensar cómo ha llegado, cuánto ha costado y quién la ha producido. Nos da igual. ¿Hay luz, verdad? Pues habrá que encenderla.
Desde la caída del Muro de Berlín, pero sobretodo desde que comenzó a desmontarse el Estado del Bienestar europeo a finales de los años setenta, el individualismo se ha impuesto sobre el colectivo. “Si quieres, puedes”, repiten los coach advenedizos, que generan más frustración que ayuda. Si hay algo que ha hecho prosperar a la humanidad ha sido su capacidad de colaborar. Y de esta no saldremos con soluciones individuales: seremos todos o ninguno.
El Gobierno, insisto, ha aprobado unas medidas bastante modestas para ahorrar energía, con la perspectiva de que en los próximos meses tendremos menos y la que logremos será más cara. Hemos asumido que hay que pagar la gasolina a dos euros el litro o que nos tenemos que dejar un buen bocado del salario para poder tener la casa habitable. Ya veremos qué ocurre si escasea algo que no sea el hielo o los microchips. Pero a pesar de la modestia de unas medidas que son más estéticas que otra cosa ha surgido una fuerte contestación: “Madrid no se apaga”. ¿Puede haber algo más insolidario?
En toda esta batalla (¿cultural?) de la presidenta madrileña subyace algo más profundo: unos tremendos aires de superioridad de lo urbano hacia lo que no lo es. Ojalá no acabe ocurriendo, pero si se cumplen las previsiones más catastrofistas, esas que hablan de escasez, los que viven en las grandes aglomeraciones urbanas como Madrid comprobarán cuán necesario es disponer de un mundo rural vivo, sano, habitado y muy productivo para mantener su confort. Y es que todo lo que necesita Madrid para comer o para encender los escaparates de los comercios por la noche se produce fuera. ¿Tan difícil es de entender?
Sobre este blog
Alfonso Alba es periodista. Uno de los cuatro impulsores de Cordópolis, lleva toda su vida profesional de redacción en redacción, y de 'fregado en fregado'. Es colaborador habitual en radios y televisiones, aunque lo que siempre le gustó fue escribir.
0