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De como la posverdad ya está aquí y puede ganar elecciones

Alfonso Alba

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Desde la comodidad de una redacción, lejos de los bares, fuera de los autobuses y hasta de los peroles cordobeses, solemos dibujar una realidad que muchas veces no es exactamente como la contamos. Así, trazamos análisis de porqué un partido u otro ha ganado unas elecciones, sube o baja en las encuestas o cómo se les ocurre a determinado grupo social (casi siempre el que más desconocemos) votar a uno u otro partido. Así, por ejemplo, Unidos Podemos ha culpado directamente a los jubilados españoles de provocar su derrota. O el PP suele achacar a la Andalucía rural, esa que tampoco parece conocer, de que siga manteniendo el apoyo al PSOE.

Ahora, avanzado ya el siglo XXI, nos encontramos con un fenómeno nuevo que ya está empezando a funcionar. Es un neologismo, se llama posverdad y ya está empezando a dar muy buenos resultados. Así, por ejemplo, Donald Trump ha conseguido convertirse en presidente de los Estados Unidos con un discurso bastante básico y bestia, y echándose encima a toda la prensa americana que, tras la victoria, sigue preguntándose que cómo ha sido eso, que el autodenominado cuarto poder (el único de los tres que en una democracia no está sometido a una elección de los ciudadanos de forma directa o indirecta) haya fallado tan estrepitosamente.

La posverdad es básica y compleja a la vez. Se basa en que lo publicamos los medios es básicamente mentira, está manipulado según nuestros propios intereses o incluso repleto de medias verdades. A veces, no le falta razón y es ahí donde se agarra ese discurso que echa por tierra todo lo que publican los medios. En cambio, lo que escribe Donald Trump en su Twitter, lo que difunden sus seguidores por Facebook, es la verdad absoluta. Y oigan, que hay mucha gente que se los cree.

En España, la posverdad parece que empieza a calar y hay quien ha entendido el mensaje de Trump. El viernes, por ejemplo, escuché la entrevista que le hizo Pepa Bueno a Pablo Iglesias en la SER. El líder de Podemos pasó a una ofensiva salvaje contra la periodista atacándola donde más duele: en la credibilidad. A Iglesias parece que como a Trump le da igual ya echarse a la prensa encima. Teniéndola casi toda en contra logró más de cinco millones de votos en junio. Su discurso, insisto, se basa también en medias verdades: que si dejaron de llamar a Nacho Escolar por informar de los papeles de Panamá, por ejemplo.

En Estados Unidos ya están reaccionando a lo que parece que viene después de la posverdad. Los grandes medios publican los discursos de Trump pero con los llamados test de la verdad. Es decir, a la vez que reproducen lo que dice detallan, con datos siempre, qué es verdad, qué es mentira y qué es medio verdad o medio mentira. No estoy seguro de si eso va a ser la solución o seguirá alimentando la teoría de que el enemigo público número uno del presidente americano es precisamente la prensa.

Si hay algo claro es que parece que ya nada va a volver a ser como antes. Y que el gran tesoro que tiene un periodista es precisamente su credibilidad. Todos los que trabajamos en este oficio (repito, todos) hemos hecho mucho por perderla, y por sostenella y no enmendalla. Y cada vez da más miedo abrir el Facebook y leer determinados comentarios. No nos estamos dando cuenta, pero estamos perdiendo la batalla.

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