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Murieron sin hacer nada

Alfonso Alba

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Este sábado, quizás de manera injusta, me hacía una pregunta: Más allá de las protestas generales, convocadas desde Madrid o Sevilla, ¿con qué se han movilizado más los cordobeses? A bote pronto, me sonaban algunas, escasas, protestas convocadas para apoyar o denunciar la gestión del Córdoba Club de Fútbol. Y, sobre todo, aquellas manifestaciones instadas desde Cajasur un par de veces: cuando la Junta quiso tutelar la caja y poco antes de que los curas decidieran suicidarse y que la entidad financiera fuese intervenida por el Banco de España, para después ser controlada por financieros vascos.

Esta semana he estado en Linares. El municipio mayor de 50.000 habitantes con más paro de toda Europa (tiene una increíble tasa del 45%) ha iniciado una particular movilización por su futuro. Linares, el Detroit del Sur de la Península, es una ciudad que se muere desde que Santana Motor cerró las puertas de su fábrica. Tras una lucha inicial de kale borroka con trabajadores cortando carreteras y la línea del AVE con barricadas, antidisturbios cargando, guerrilla urbana (qué diríamos hoy en redes sociales de aquellas movilizaciones), llegó la Junta con un masivo plan de prejubilaciones que acabó con el cierre de la fábrica y con un futuro oscuro para la zona: los prejubilados viven hoy muy bien, con sueldos mensuales de más de 2.000 euros, pero una vez muertos, ¿habrá futuro para sus hijos? Las prejubilaciones no se heredan, y el pueblo parece haberlo comprendido, y no para de movilizarse.

Córdoba es hoy la segunda provincia con la tasa de paro más alta de la Unión Europea. Y digo provincia, porque aunque en la capital la cosa está mal en muchas comarcas está que pega tiros. El Guadiato me recuerda mucho a Linares, con unas minas cerradas a cal y canto, una central térmica que cerrará pronto, y miles de prejubilados que viven muy bien, que mantienen a sus familias, pero que tienen la esperanza de vida que tienen. Y después, ¿qué? En la capital, están los barrios del Sur de la ciudad, con casi más parados y jubilados que trabajadores. Y el

Sur de la provincia, donde se empieza a depender casi en exclusiva del aceite de oliva, de que este año llueva, de que la bacteria famosa no acabe con el olivar, y de que santa rita santa rita, que me quede como estoy.

No sé si hoy ya vivimos peor de lo que vivieron nuestros padres, pero vamos de camino. Lo que está claro es que el futuro para las generaciones que vienen detrás de nosotros empieza a estar más fuera que dentro. Y asistimos a esa muerte lenta de manera impasible, sin épica. Imagino que la historia nos juzgará adecuadamente: murieron sin hacer nada, viendo la vida pasar.

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