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Gora San Fermín

Alfonso Alba

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Mi amigo Javi la llama “la fiesta del fin del mundo”. Los sanfermines son algo así. Una ciudad-convento, Pamplona, se transforma durante algo más de una semana en un desmadre. Su casco viejo se llena de gente, la mayoría borracha. Y ya sabemos qué pasa cuando juntas a miles de borrachos en espacios muy reducidos.

He ido varias veces a San Fermín y siempre me lo he pasado bien. He tenido la suerte de ir siempre acompañado de navarros, los más hospitalarios que he conocido jamás. Y he alucinado con el desmadre en mitad de un casco antiguo, donde la ciudad se transforma, donde el alboroto es generalizado, donde les da por soltar toros para correr delante y detrás de ellos, y donde es imposible dormir.

A mi amigo Javi la fiesta de Córdoba que más le gustaba era precisamente las cruces de mayo. Siempre me decía que era la que más le recordaba a San Fermín, con miles de personas en las calles del centro. Disfrutó como el que más en la Feria, pero no entendía cómo en la ciudad no había bares o discotecas abiertos. Conceptos distintos.

Para mí las cruces siempre fueron así: beber en la calle, estar apretujado en una plaza estrecha y escuchar música estridente hasta bien entrada la noche. Pero parece ser que antes eran de otra manera, que había música pero si querías una copa la tenías que pedir en la taberna más cercana. Y si tenías hambre, a tu casa o al restaurante que más te gustara.

A principios de este milenio (suena total) estuve en las cruces de Granada. Y hasta a mí, que he estado en San Fermín, aquello me pareció una barbaridad. Había miles de personas (muchísimas más de las que jamás hayan podido venir a las cruces de Córdoba) bebiendo en unas calles donde era imposible ver una cruz de mayo. Su decoración era horrible, la música desde luego no eran sevillanas. Me recuerdo escuchando hardcore a las cuatro de la madrugada en la plaza de Bib-Rambla, a un amigo tropezar con un mar de litronas en el suelo y mirar a las ventanas con las luces encendidas y pensar en señoras de ochenta años con un pie en las Urgencias de cualquier hospital.

Las cruces de Córdoba todavía no son ni San Fermín (faltan los toros y los guiris haciendo barbaridades) ni las de Granada. Tampoco son peores que las de hace 15 años. Yo diría que iguales. Quizás desde la prohibición del botellón, desde que se ha priorizado el descanso sobre la diversión, el concepto haya quedado totalmente desfasado y ha llegado el momento de darle una pensada. No sé si la fiesta ha degenerado o más bien se ha congelado en unos años en los que se fumaba dentro de los bares, se bebía en la calle sin problema y se tenía un comportamiento cívico que dejaba mucho que desear.

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