De cómo el Córdoba podría desaparecer y sus aficionados ser más felices
Woody Allen decía que un pesimista es un optimista con información. Quizás. El futuro del principal club deportivo de la ciudad, el Córdoba, no es nada halagüeño. El equipo de fútbol une a la mayor masa social de toda la provincia, con cifras que han llegado a superar los 15.000 socios y pasa, sabemos, por su mayor crisis institucional desde hace siete años. Entonces ya estuvo a punto de desaparecer. Como ahora. O eso podría acabar pasando dentro de poco. Pero, ¿haría eso infelices a sus aficionados? Estoy convencido de que en un principio sí, mucho. Quizás en el futuro no tanto. Me explico.
Lo que está pasando ahora con el Córdoba CF no es ni más ni menos que las consecuencias del fútbol moderno, de la transformación obligada en sociedades anónimas deportivas que ocurrió en los años noventa, de la llegada del capitalismo salvaje también a este ámbito de la vida y de que en el fondo y como un día dijo el actual presidente, Alejandro González, los aficionados son sus “clientes”. Los clubs profesionales no son de la gente. Son de sus dueños.
El Córdoba, lo sabemos, puede acabar descendiendo esta temporada a Segunda B. Los resultados deportivos no acompañan. El Córdoba puede seguir siendo de la familia González. Perdería casi todo su valor con un problema: tiene acumuladas ya algunas deudas y pagos pendientes, y sobre todo tiene tantas causas judiciales abiertas que su futuro es imprevisible. Luis Oliver sabe lo que ocurrió con el Xerez Deportivo. Ha pasado con la Unión Deportiva Salamanca, el Ciudad de Murcia y otros históricos. Vale. No es ninguna tragedia.
En Inglaterra, que inventaron el fútbol, están surgiendo alternativas a esta salvajada, a esta ruptura absoluta de los dueños con los aficionados, a esta locura del fútbol moderno donde se pagan fichajes desorbitados y salarios exagerados, y donde habita una fauna de buitres al calor de las comisiones de compraventa de muchachos de apenas 20 años que tienen la virtud de dominar un balón. Son los clubes autogestionados.
En España, empiezan a fraguar buenas alternativas. Emilio Abejón lo cuenta mejor que yo en CTXT. El Palencia ya está en Segunda B dándolo todo y con aspiraciones de subir a Segunda. El Xerez ha resucitado poco a poco y la historia del Ciudad de Murcia es muy divertida, de cómo apuestan por las categorías inferiores, de cómo han creado un equipo femenino y hasta uno de rugby.
En todas estas experiencias, los estadios se llenan de aficionados que son propietarios del club. Por primera vez, son ellos los que deciden en asambleas. Eligen a sus dirigentes. Expulsan a los que consideran que lo hacen mal. Y sorprendentemente son clubes bastante saneados, con cuentas impolutas, con grandes resultados deportivos y con una masa social que no deja de crecer. Es la reacción al fútbol moderno. Es saber que otro fútbol es posible.
El titular de esta columna quizás sea exagerado. Quizás no hace falta que el Córdoba CF desaparezca. Es más. Córdoba es una ciudad con lugar para otro club, que sea diferente, que sea autogestionado, que sea de los socios.
Un dato: el estadio en el que juega el Córdoba es municipal. Es decir, es del Ayuntamiento. Es decir, si otro club de la ciudad quisiera podría usarlo. El Córdoba como sociedad anónima no tiene más derechos que nadie sobre el estadio. No paga ni canon, pero tiene las llaves, que son de todos. Un club autogestionado podría jugar en el Arcángel. Eso sí, siempre que pagase su canon (como irregularmente no se ha hecho nunca en la ciudad) y se comprometiese con el Ayuntamiento, que es el propietario, a mantener las instalaciones en condiciones.
El gran Toni Cruz, que me ha pasado varios enlaces para alimentar esta columna, me ha señalado que en Córdoba ya hay aficionados organizados. Son los Minoritarios, que se reúnen en el Círculo de la Amistad y que están hartos de los desprecios de los dueños del club hacia sus aficionados y hacia la historia cordobesista. Quizás esté ahí una semilla para cambiar esto. Para que aquellos a los que nos apasiona el fútbol no nos dé vergüenza todo lo que pasa a su alrededor.
Seguramente, costaría años, o décadas, volver al fútbol profesional. Pero no tengo duda de que los aficionados serían más felices. Y la felicidad no tiene precio.
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