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Sobre este blog

Manon y Julio han recorrido medio mundo en bicicleta y están empeñados en montar al otro medio sobre dos ruedas para propagar los beneficios de la movilidad activa. Discípulos de Malabrocca, llevan lustros investigando sobre intermodalidad, urbanismo, mecánica o educación. Siempre en y sobre sus velocípedos. Como profes que son, les encanta aprender. Están convencidos que esto de la movilidad activa es la solución a la insoportable levedad del ser en la era del petróleo. Para ello han puesto a pedalear todo lo que han aprendido en su formación en sociología, economía, pedagogía, turismo o gestión cultural. Y han metido todo en una coctelera para fundar Revelociona SCA. Los de Cordópolis les han dejado esta esquinita para compartir los paisajes, análisis y resultados que ven desde su manillar.

Coches contra niños: ¿Por qué ya no hay niños jugando en la calle?

Un coche circula por el centro de la ciudad

Manon Pivot

7 de febrero de 2025 20:04 h

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Las reflexiones que me apetece compartir en este artículo no tienen nada novedoso. Están nutridas desde hace décadas por pedagogos como Francesco Tonucci (La ciudad de los niños, 1996) y planificadores urbanos. Sin embargo, creo que es siempre bienvenido y necesario recordar estas constataciones y conceptos, para intentar hacerles realidad.

Estábamos en Marruecos el año pasado, y recuerdo habernos maravillado al ver tantos niños jugar solos en la calle, corriendo para arriba y para abajo, durante horas. Nos recordó inevitablemente a nuestras propias infancias, por mi parte en el campo, dónde echábamos desde muy jovencitas tardes enteras en el bosque, sin ningún adulto para vigilarnos. Hablándolo con mis compis de viaje, les pasaba igual: podían quedarse hasta la hora de cenar jugando, sin móvil, sin que sus padres se preocuparan por dónde estaban o qué iban a hacer, en total libertad.

¿Qué pasó, entonces, para que generaciones de niños libres se convirtieran en padres ultra protectores, que no dejan a sus hijos jugar solos en la calle (o si lo quieren hacer, serían juzgado malamente)?

Quiero dejar aquí algunas pistas de reflexión vinculadas con la cultura del automóvil, porque en gran parte se trata de eso, aunque haya otros factores explicativos.

El auge del coche individual, que se hizo poco a poco desde el final de la segunda guerra mundial, llevó a cambiar por completo la cara de nuestros pueblos y de nuestras ciudades: ha significado quitar muchísimo espacio disponible para vivir y convivir en la calle para dedicarlo al coche: aparcamientos, calles más anchas, rotondas, semáforos, sin hablar de los centros comerciales y negocios diseñados para llegar en su propio coche, aparcar, cargar el maletero e irse.

Pensamos en cuántos niños se podrían juntar a lo largo de la avenida de Medina Azahara, por poner un ejemplo, si quitáramos los aparcamientos que la rodean, y los sustituimos por zonas verdes: casi 800 metros de longitud, sobre los cuales recuperamos 5 metros de largo en ambos lados (el largo medio de una plaza de parking). Así, a ojo, podríamos ganar unos 8000m2 de espacios para respirar, vivir, jugar o sentarse a tomar la fresca bajo la copa de los árboles.

Más allá del juego, los cambios que ha supuesto la masificación del uso del coche impide la libertad de movimiento a los más jóvenes. Casi ningún niño / preadolescente va solo a la escuela, aunque viva a 1km de su centro educativo. Es tremendo ver el cambio social, masivo, que ocurrió en unas generaciones en términos de autonomía dada a nuestra infancia. No es que los padres de hoy no confíen en sus criaturas, sino que el diseño urbano les hace imposible poder confiar en el espacio público. Sin hablar del cambio cultural que ha supuesto un aumento del temor (entretenido por las noticias mediáticas) a los desconocidos con quién se pueden cruzar nuestros niños en la calle.

Esta restricción tremenda de libertad supone consecuencias graves para el desarrollo de nuestra infancia. Esta sobreprotección evita que desarrollen conductas responsables y de pertenencia a una comunidad. Los científicos destacan problemas por está falta de autonomía: se miden retrasos en el desarrollo cognitivo y en la madurez, así como en la imaginación. Porque además de no tener tanta libertad como hemos tenido, y de no verse otorgar tanta confianza por parte de los adultos, la configuración urbanística les priva de muchas interacciones sociales, y les expone, por “necesidad” a muchas más horas de pantalla.

La cultura del automóvil, si no fuera suficiente con quitarle a nuestra infancia el espacio de juego y de libertad, daña su salud. Sabiendo que hasta el 80% de nuestra salud está determinada por dónde y cómo vivimos (factores sociales, económicos y ambientales), no es de extrañar. La contaminación del aire en las áreas urbanas en Europa es responsable de más de un tercio del asma de los niños. Solo con mirar los centros educativos a la hora de entrada y de salida de clase nos basta para entenderlo: padres, que quieren proteger a sus hijos de los peligros de la calle, aparcan en masa sin cortar el motor de sus coches, emitiendo dos veces al día una gran cantidad de partículas finas que va directamente a los pulmones de sus criaturas, que por desgracia tienen la altura perfecta para inhalar profundamente estos gases.

Y aquí ni hablamos de los problemas vinculados con el sedentarismo infantil “forzado” (aumento de riesgo de obesidad, problemas musculoesqueléticos, trastornos del sueño y dificultades emocionales como la ansiedad y la depresión), cuando las pantallas en casa han sustituido subrepticiamente pero con muchísima fuerza a los policías y ladrones, carreras de bicicletas o partidos de todo tipo de pelotas.

Frente a estas tristes observaciones, urge plantearnos, como sociedad, soluciones. Y son muy sencillas, pero requieren de mucha voluntad política, porque supone repensar nuestra dependencia al coche individual. Tenemos que replantearnos la pirámide de prioridades en el diseño de nuestras ciudades : en vez de tener un espacio urbano hecho para el coche, tenemos que pensar primero en los niños. Luego en los peatones. Luego en los ciclistas. Luego en los transportes públicos. Y dejar para último y menos importante las necesidades de los automovilistas individuales. Francesco Tonucci explica muy bien este efecto: valorando como prioritarias las necesidades de los usuarios más vulnerables de las calles, creamos en realidad un diseño urbano que beneficia a todos, en término de salud, de disfrute y de economía también. Al contrario, un diseño urbano que se concentra en las necesidades de los automovilistas individuales, que mueven su tonelada de acero y echan sus gases mortíferos, crea daños para toda la ciudadanía.

Al final, estamos viviendo en esta paradoja, generaciones que nos hemos criados libres en la calle y no dejamos a nuestra infancia poder disfrutar de lo mismo, por valorar, conscientemente o no, la civilización del automóvil. Nuestras elecciones diarias de modos de transporte y de vida, así como nuestras luchas para reclamar una ciudad más sostenible pueden, poco a poco, sacarnos de esta paradoja.

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Manon y Julio han recorrido medio mundo en bicicleta y están empeñados en montar al otro medio sobre dos ruedas para propagar los beneficios de la movilidad activa. Discípulos de Malabrocca, llevan lustros investigando sobre intermodalidad, urbanismo, mecánica o educación. Siempre en y sobre sus velocípedos. Como profes que son, les encanta aprender. Están convencidos que esto de la movilidad activa es la solución a la insoportable levedad del ser en la era del petróleo. Para ello han puesto a pedalear todo lo que han aprendido en su formación en sociología, economía, pedagogía, turismo o gestión cultural. Y han metido todo en una coctelera para fundar Revelociona SCA. Los de Cordópolis les han dejado esta esquinita para compartir los paisajes, análisis y resultados que ven desde su manillar.

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