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Tiempos de contrarreforma

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Ángel Ramírez

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Estamos en tiempos complicados, de polarización social, y pocas cosas se salvan de eso, tampoco la Semana Santa. La Semana Santa bascula entre las dos extremos en los que se tensiona su identidad, la de una herramienta de evangelización y socialización de la Iglesia Católica, y el fenómeno social total que defienden Isidoro Moreno y otros antropólogos. El concepto, acuñado por el etnólogo francés Marcel Mauss, se refiere a manifestaciones en que la estructura social expresa todas sus dimensiones: religiosa, jurídica, moral, política, familiar, económica, artística... Uno puede aproximarse desde una perspectiva religiosa, artística, comercial o prácticamente cualquier otra. Sería una actividad en el que todos estaríamos implicados, como actores, público o detractores, y que cumpliría multitud de funciones sociales. En esta tensión encontramos también la ambigüedad entre el sujeto del fenómeno, la Iglesia Católica u organizaciones sociales con amplio apoyo popular como hermandades y cofradías, basculando entre la acción institucional y la cultura popular

Probablemente nunca se solucionarán esas tensiones, y es en ellas que la Semana Santa se adapta y evoluciona, pero mis impresiones no son nada buenas. Parece que la Iglesia y la Semana Santa han recuperado su espíritu contrarreformista, y coincidiendo con una eclosión social y política de cambio social que comenzó en las concentraciones del 15m, han intensificado su presencia y actividad en espacios públicos. No solo es que haya más cofradías y procesiones, es que han ido basculando hacia el control eclesiástico, y como argumento el drama y la penitencia más que la alegría. Ha habido un desplazamiento de los valores que encarnan, y ahora no faltan ejemplos de autoritarismo, marcialidad, exacerbación de la masculinidad, el orden patriarcal en definitiva. Recuerdo cuando era niño y las principales aficionadas a la Semana Santa eran nuestras madres, además de ese peculiar fenómeno de devoción mariana del mundo queer. Ahora los protagonistas son los romanos, legionarios y costaleros, que no se cortan en exhibir su fuerza, en proferir  una suerte de gritos de guerra, o piropos, en un mundo en el que por suerte están desapareciendo. Nuestras televisiones han convertido en espectáculo todo ese griterío marcial de película de gladiadores entre capataces y costaleros, y los momentos más esperados en muchas semanas santas andaluzas son las del canto del novio de la muerte por la legión.

No soy cofradiero aunque me he solido llevar con normalidad con todo esto, pero cada año se me hace un poco más difícil. Los sectores más conservadores del país están convirtiendo en trinchera política fenómenos como los toros o la caza, pero también está ocurriendo con la Semana Santa. Soy consciente de que en todas esas manifestaciones hay pluralidad social y política, pero también hay desigualdad a la hora de proyectar los discursos desde ellas.Veo una distancia creciente entre los practicantes del rito y amplias capas de la población, que empiezan a considerar un abuso que otras personas no les dejen andar por la calle durante toda una semana (no siempre de buenas maneras), o soportar los ruidos a todas horas,  la suciedad de las calles, el gasto público y la presencia de cargos políticos y unidades militares. Hasta ahora todo esto había funcionado con cierta normalidad, pero mi impresión es que eso está cambiando. Cambia porque al abandonar su pretensión más transversal y priorizar determinados mensajes sociales y políticos la Semana Santa pierde legitimidad entre parte de la ciudadanía; porque todo el sistema de procesiones fue diseñado para unas dimensiones que se han superado con mucho, tanto en participantes como en público, sin que se hayan tomado las medidas pertinentes; porque no parece justo un apoyo del Estado tan desmedido a una confesión religiosa. Creo que se está incubando un problema que la jerarquía negará porque tiene sus privilegios por derechos, y que a las cofradías y a las instituciones públicas, que tienen la obligación de velar por un equilibrio, les va a pillar mirando al tendido. O más bien al palco.

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