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Gold traffic kills

Ángel Ramírez

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Supongo que el titular le parecerá el eslogan de una campaña de Amnistía Internacional o agencia parecida. Es muchas cosas y esa podría ser una de ellas, se trata de una de las leyendas que Chus Bures y Santiago Sierra insertaron en 2006 en sus pulseras y gargantillas de oro con diamantes. Lo que parece, y quizás sea, una campaña de concienciación, es una operación industrial, mercantil, de un producto de lujo dirigido a los sectores más ricos del mundo. Un diseño provocador, que suma significados paradójicos y abiertos a la interpretación, diluyendo los límites entre categorías de acciones, públicos, objetivos. El tráfico de oro mata, publicita el exitoso privilegiado mientras exhibe una cadena de oro de una firma de diseño y a la vez divulga la perversidad del mercado del lujo, quizás para lavar su mala conciencia, quizás con una desacomplejada demostración de soberbia.

Este trabajo de 2006, realizado por el principal diseñador de joyas español , Chus Bures, junto con uno de los más conocidos representantes del arte crítico, Santiago Sierra (para quién el arte es visibilizar toda la basura del mundo, y si puede conseguir que nos la comamos, mejor) no deja de tener sus aristas .Este tipo de acciones tienen mucha tela que cortar y no faltan objeciones con fundamento (la banalización de la cultura, su instrumentalización e inertización por el mercado, su posible cinismo…) pero lo cierto es que montan un lío y eso es buena cosa. Difuminan las fronteras entre la industria y la cultura, pero también entre el rico privilegiado y el activista, entre la ostentación estéril y el compromiso social y atraen la mirada a ese trastero oscuro y cruel sobre el que construimos nuestro bienestar. No sé si es mucho o poco arte , es una bofetada que no sabemos quién da a quién, pero que no nos deja indiferentes, una terapia para el pensamiento estabulado donde cada ideología tiene su sitio, cada barrio su función, cada organización su fin, y todos una identidad pétrea, redundante, autocomplaciente. O sea, Córdoba.

Pienso en Córdoba cuando leo ese Gold Traffic Kills porque son joyeros y creadores los que han pensado que algo se podían aportar mutuamente en lugar de ponerse a hacer chanzas autosuficientes los unos de los otros. Un creador o creadora basa su trabajo en reflexionar, provocar emociones, facilitar experiencias, formular preguntas y ser capaz de comunicar. No hay proyecto, producto o servicio que no pueda ser transformado o mejorado con esas destrezas, no hay mejor forma de cambiar la ciudad que redefinir la identidad de cada proyecto, asociación o negocio a través de la cultura. Una redefinición que inicie no que clausure, que sorprenda, que cuestione, que abra. En Córdoba ya convirtieron efímeramente una pescadería en una galería de arte contemporáneo (Arte Fresco), una calle del tradicional mayo cordobés (Imágenes) en una reivindicación y , al fin y al cabo, hasta una mezquita única en una repetida catedral (Carlos I dixit).

Si no fueran tan caras, la próxima vez que se reúnan nuestros prebostes para hablar de la cultura y la ciudad (amplia relación que para ellos se resume en la palabra pernoctaciones), o de la marca Córdoba (ya estoy escuchando el fondo de guitarra y los geranios de photoshop) les deberíamos regalar a cada uno una gargantilla con ese Gold Traficc Kills. Y a cada empresario, y a cada creador, y a cada columnista de periódico (me pido una), porque, aunque parezca mentira en esta ciudad, la culpa no siempre es del otro.

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