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Las cosas y los cuentos

Ángel Ramírez

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Acabo de leer la noticia de la presentación de la candidatura para que Córdoba sea elegida capital española de la gastronomía. Es éste un “evento” (lo llaman así en su web) organizado por la Federación Española de Hostelería (FEHR) y FEPET (Federación Española de Periodistas y Escritores de Turismo). No me parece ni bien ni mal, estos proyectos son oportunidades para hacer lo que creamos que hay que hacer y ahí es donde me preocupo un poco.

Releo de nuevo lo que dicen en la nota de prensa nuestras instituciones y asociaciones empresariales y entresaco: “contribuir a la difusión…difundir la oferta gastronómica… desarrollo y difusión de la gastronomía cordobesa…contribuir a la difusión y promoción de los productos agroalimentarios con denominación de origen”. El resto del texto es básicamente neolengua  managerial que puede utilizarse para cualquier animal o cosa que queramos poner en valor, difundir o divulgar.

Últimamente los políticos de nuestro Ayuntamiento solo utilizan dos verbos, recortar y divulgar. Del primero llevamos hablando ya tres años y parece que tendré más oportunidades, prefiero referirme hoy al segundo. No hay proyecto ni realidad (los patios, la marca Córdoba, la oferta cultural) en la que los portavoces municipales no insistan en la promoción, habiendo desaparecido cualquier referencia a palabras como creación, experimentación, reflexión, indagación o conversación. Esta hemiplejia lingüística la percibo en distintas manifestaciones también de colectivos sectoriales, y a mi entender evidencia una equivocada interpretación del momento en el que se encuentra la ciudad, una especie de repliegue autista que explica lo que nos pasa por el desconocimiento o el error que los demás tienen respecto de nosotros. Constantemente se subrayan los muchos valores de la ciudad, y se lamenta la falta de proyección, de conocimiento por parte de los destinados a ser emisores de turistas.  Todo estaría bien como está, solo falta que los demás se enteren, en una posición que se mueve ambiguamente entre el orgullo y el complejo. En una visión marketiniana un poco trasnochada lo confian todo a la imagen, en lugar de concentrar esfuerzos por hacer una ciudad mejor, más actual, viva y  culta.

Pero la promoción no todo lo puede (y menos mal). Por seguir con los mismos ejemplos, en algunos casos la mera promoción sería ineficaz (la oferta cultural), en otros inentendible (la marca Córdoba), y en alguno contraproducente (el festival de los patios). Este planteamiento (que veo más en las cúpulas de determinadas organizaciones que en el común de los mortales) creo que distrae a la ciudad de sus retos, de su presente, y la sumerge bien en las ensoñaciones grandilocuentes, bien en el pesimismo resignado que muchos llaman senequismo. Quizás sería bueno volver a la realidad, a lo que somos, a hacer una mejor ciudad para nosotr@s, a centrarnos en las cosas en lugar de las apariencias, y a  contarlo con naturalidad. Seguro que así será mucho más fácil convencer a los demás.

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