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Fuga Mundi

Alfonso Alba

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"Escondida sendapor donde han idolos pocos sabios que en el mundo han sido" (Fray Luis de León)

Reihane Yabari era una joven de 26 años que fue ahorcada hace unos días en Irán. Su hermosa imagen ha circulado en las redes (aunque bien es cierto que de una manera aislada entre el cúmulo de noticias que las tribus difunden). Leí la noticia y firmé contra la condena a muerte. Fue sentenciada como culpable de asesinato. Mató defendiéndose de quien intentaba violarla. Murió ahorcada.

¿Cómo denominaríamos su muerte?, ¿cómo un asesinato?, ¿cómo una ejecución? Un especialista en estas cuestiones, Josu Zabarte, podría responder con total seguridad. Hace unos días un diario de Madrid entrevistaba a Josu Zabarte (miembro de ETA que se encuentra en libertad tras el cumplimiento de su condena por el asesinato de diecisiete personas). Las respuestas del entrevistado son cortas. Y torvas. Le preguntan por su memoria de los asesinatos y responde con expresión seca: ¡Yo no he asesinado, yo he ejecutado! ¡No me arrepiento! (añade). Un ejercicio continuo de devaluación de las víctimas (aquí y en Irán). No se por qué intuyo que sería la misma y exacta respuesta que daría el régimen iraní. Cuando se le pregunta qué ha cambiado desde que cometiera los asesinatos, ¡perdón, ejecuciones!, responde con una frase enigmática: “yo ahora digo egun on y me responden egun on…, antes no ocurría eso”. Toda una declaración que golpea como una embarcación que embiste ebria contra lo primero que se encuentra. Todavía habrá quien en euskera glorifique con los artificios del verso semejante infamia. Seguro que alguien sitúa el contexto, tan querido por los analistas, como explicación y atenuante de la brutalidad. Los cobardes siempre intentan (y logran) convertir su acción en una virtud. Suelen hacerlo por miedo a ser expulsados de su tribu.

Una de las figuras que alcanzan la cumbre de la imagen y acción revolucionaria es Robespierre. Es fiel reflejo de la revolución y de su deriva. En su juventud (cuando carecía de poder) se opuso radicalmente a la aplicación de la pena de muerte (fuese ejecución o asesinato). La protección y garantía de la vida era plenamente una acción revolucionaria. En su madurez (con poder) declaró: “el terror no es más que la justicia rápida, severa, inflexible”. Cualquiera puede hacer de su causa (y por su causa) un argumento que justifique sus actos (y sus disfraces).

Mientras tanto en este enorme solar hispano los dirigentes políticos piden perdón pero no se arrepienten. Es decir no abandonan el lugar y la posición que ha permitido el robo, que ha favorecido la extensión de la epidemia de corrupción y que ha provocado que, en definitiva, pidan perdón. Los que aspiran a sustituirlos ya se están enfundando los sans-culottes hasta que alcancen la centralidad y así ganar.

Nota: mi corazón se va blindando mientras, con afán inútil, intento impedirlo. Cada vez resulta más atractiva la antigua (y no tanto) renuncia de los que se embarcaban en la fuga mundi. Me falta valor y sabiduría para ello.

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