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Carta a un funcionario divino

Alfonso Alba

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A finales del siglo III a.E.C., en China, la cúspide del sistema de poder comienza a agrietarse. Una parte de los comisarios políticos, injertados entre los funcionarios por el Clan, se sienten en peligro. Etienne Balazs los definía como hombres de una rapacidad sin escrúpulos, que logran hacer fortuna en poco tiempo. En esa época destacó en China un personaje singular, Wang Fu. Este pensador fustigó el estado de corrupción del poder, señalando, particularmente, el favoritismo, la prevaricación y la estupidez de los denominados funcionarios divinos (los comisarios políticos). En su obra Qian fu Lun (Crítica de un hombre escondido) lamenta que la pobreza surge de la riqueza y la debilidad del poder, el orden engendra desorden y la seguridad inseguridad. Denuncia a los malos consejeros, los favoritos incapaces, los halagadores serviles y los protegidos por el Clan dominante.

Ha llegado a mi poder una carta de Wang Fu destinada a un funcionario divino. Transcribo alguno de sus fragmentos por si tiene algún interés:

Estimado funcionario divino, supongo que no se escapa a tu inteligencia, la profunda descomposición del régimen al que sirves. La dinastía de los Han llega a su fin. Esta situación coincide con un nuevo escándalo de corrupción y enriquecimiento de miembros del clan dirigente. ¿Estás tú mismo involucrado en este asunto? Te sabías protegido desde hace mucho tiempo y desarrollaste una amplia gama de sobornos, clientelismos y corruptelas que, a fin de cuentas, extendían el dominio del clan (y el tuyo mismo). Se está publicitando que al principio favorecías al clan y que fue más tarde cuando derivaste tu actuación para alimentar tus propios intereses (...). Destruías meticulosamente cuanta neutralidad e independencia hubiese a tu alrededor; tus actos servirán de modelo, cientos de años después, al pensador Maquiavelo. En el trámite voluntario de despedirme de ti, lamento que dedicaras una vida entera a etiquetar conciencias, a sembrar conjeturas y a lanzar sospechas sobre todos aquellos que podían ensombrecerte. Pervertías la realidad y tergiversabas las palabras para crear sombras, deudas y dudas allí donde tus intereses se enfrentaban a la razón. Aún recuerdo tus amenazas y acusaciones al joven Cui Shi, bibliotecario de Donggun. Le amenazaste con el destierro porque tuvo la imprudencia de descubrir unas compras fraudulentas. Estas tropelías podías cometerlas por el fácil usufructo que realizabas de las Instituciones. A pesar de los avisos, nunca diste, sin embargo, tregua para el remordimiento. Eras ciego (y listo) a la manera de un topo. Perpetuabas un orden inmutable de silencios, temor, frustraciones y sufrimientos. Dicen que todo va a cambiar...que el clan ya no te necesita. No lo creo. En cualquier caso siempre fuiste un hombre medio, en esa acepción que el creador Pasolini, cuando transcurran dos mil años, definirá como “el turbio y miserable ambiente de esos hombres medios que maduran y maquinan las guerras, las violaciones y todo tipo de represión, del calibre que sea”. Te equivocabas tomando precauciones de los funcionarios por meritos propios. El peligro no viene de ellos, viene del propio clan. Ya no eres útil. Ahora parece que el lenguaje ha cambiado. El clan necesita de otros funcionarios (también divinos)para comenzar (dicen ellos) un nuevo ciclo. Ya se están apuntando en la lista que circula. Al final, una noche, la que preceda a tu caída en desgracia, todos te nombraran como el responsable de los males que nos aquejan. Sólo tú serás el responsable. Habrás alcanzado, al fin, la gloria.

Nota: el joven bibliotecario, amigo de Wang Fu, ya solo recuerda y dibuja (y trabaja), cada día que pasa, una nueva línea en el horizonte. A esto se le llama: resistir.

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