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De miedos y tíos 'fartuhcos'

Mar Rodríguez Vacas

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Estoy segura de que el umbral del susto (punto en el que damos un bote cuando alguien nos sorprende o suena un ruido por sorpresa) es innato y exclusivo para cada persona. Hay gente tranquila, que no se espanta por nada, mientras que otros son más susceptibles, llamémoslo así. Ahora que tengo dos hijos puedo comparar entre uno y otro muchas cosas, aunque esta de los sustos me llama especialmente la atención.

El mayor, desde que nació, mostró una especial sensibilidad a los ruidos repentinos. Saltaba cómo una pulguilla en su moisés o hamaca cada vez que alguien movía una silla, encendía la tele o hablaba por teléfono, estuviera despierto o dormido. “Es que tiene el umbral del susto muy bajo. Serán cosas de bebés”, pensaba yo. Pero no, por dos motivos: porque, ahora que ya ha nacido, su hermano no es así y porque sus sustos han evolucionado a miedos. Miedo a cosas tan absurdas como una trompeta o un silbato. No hace falta que suenen, sólo con ver cualquiera de los dos objetos, el peque entra en fase de llanto inconsolable.

Lo bueno de esto (si es que la situación ofrece algo positivo) es que mi hijo ha racionalizado sus miedos desde muy pequeñito. Él sabe perfectamente lo que le gusta y, sobre todo, lo que no. Si se pone travieso y le enseñas un silbato, inmediatamente pasa a ser el niño más bueno del mundo. De ahí que -esto no sé si es muy pedagógico- las amenazas hayan sido casi continuas: “Como no meriendes, saco la trompeta”. Y la apertura de boca era directamente proporcional a la intención que mostrase en ir a por el objeto en cuestión. Daba gusto ver cómo te hacía caso de momento. En mi defensa debo decir que mi hijo en ningún momento se mostraba asustado... Hubiera sido un motivo más que lógico para abandonar mi truquillo.

Pero no sólo estas cosas le daban miedo al chiquitín. Había muchas más. Este verano me hizo una lista. Muy gracioso, se ponía a contar con sus deditos mientras me decía todas las cosas que lo dejaban descolocado. Las tendría que haber apuntado porque algunas no tenían desperdicio, sobre todo por cómo las decía, con esa lengua de trapo. “Vigón, berro, pipi, ío eta, ato, ija, ío uhco ona”, lo que traducido significa (hay que ver lo que es una madre, que lo entiende todo):

- Vigón-avión. Este verano hemos estado muy cerca de una pista de aterrizaje del Infoca y pasaban aviones muy bajos constantemente, y el ruido lo ponía un poquitín nervioso.

- Berro-perro. Le da miedo todo lo que vaya a cuatro patas, sea perro, gato u oveja.

- Pipi-pajarito. Las gaviotas en la playa, que no le molaban ni un pelo.

- Ío eta-tío de la trompeta. El miedo a las trompetas no sé muy bien de dónde viene... Quizá de la Semana Santa, aunque no lo tengo muy claro.

- Ato-silbato. Creo que en este caso es el objeto en sí lo que le provoca pavor.

- Ija-lagartija. En el campo, que hay muchas.

- Y termino con el ío uhco ona-el tío 'fartuhco' de Mercadona. Lo explico a continuación.

Una tarde fuimos a hacer la compra al citado supermercado mi madre, mi hijo y yo.  Al peque lo montamos en el carrito, con los pies colgando, que le encanta, y comenzamos a tachar cosas de la lista. Cuando estábamos justo entre la sección de las galletas y los útiles de limpieza se nos acercó un señor mayor con un bastón y no tuvo otra el buen hombre que cogerle un pie a mi hijo y decirle: “Aaaaayyy qué zapatito más bonito!!! Me lo llevo a mi casa!!!”. E insistió: “Que me lo llevo, que me lo llevo!!!”. Mi madre y yo estábamos flipando cuando al enano se le encogió el corazón y empezó a llorar como si hubiera visto al mismísimo demonio. Y no os creáis que el señor se marchó cuando vio el percal... Qué va!!! Allí que se quedó, para ser testigo directo de cómo lo cogía en brazos para consolarlo y para oír en primera persona cómo mi madre decía: “Será el tío 'fartuhco'?? (vocablo íntegramente cordobés que podríamos traducir por... tonto, por ejemplo)”.

Cada vez que vamos a un Mercadona, mi hijo pregunta por el tío 'fartuhco'. Todavía tiene ciertas reticencias a la hora de entrar, aunque, como le encanta ir a la compra, supera su miedo sin más problemas cuando yo le digo que el tío 'fartuhco' esta en su casa... Pero él no se olvida. Ya me ha preguntado varias veces al pasear por la calle: “Mamá... esta es la casa del tío 'fartuhco'?”. “No, cariño, está más lejos”. Siempre está alerta, por si acaso.

Y mi cabeza, que todavía funciona más elocuente que la suya (aunque a veces lo dudo), ha utilizado el trauma para recurrir a él en las situaciones de emergencia, como por ejemplo, cuando sale corriendo entre  los pasillos del súper al grito de “quiero perdermeeeeeeeeeee!!!!”. Si le pongo cara de sorpresa y le digo que por ahí he visto al tío 'fartuhco', vuelve a mis brazos como una exhalación. Lo malo, que no sé cuándo va a empezar a pasar de mí para hacer lo que dé la real gana. Aaaaaayyyy santa paciencia!!!

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