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Como por arte de magia

Mar Rodríguez Vacas

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Estoy nostálgica. Lo sé... Será porque es domingo (es cuando escribí este post) y hemos pasado el día en casa o porque el otoño invita a pensar y recogerse dentro de uno mismo. Pero el caso es que me siento melancólica. Es de noche y los pequeños ya duermen, después de su baño. Creo que ha sido precisamente eso lo que me ha causado esta indescriptible sensación.

Hoy he bañado al mayor en la bañera de mi aseo. La última vez que lo hicimos así fue el 11 de junio, un día antes del nacimiento de su hermano. Hemos pasado el verano fuera de casa y, a la vuelta, optamos por la ducha como opción más rápida. Pero hoy, que teníamos más tiempo y que el frío está empezando a hacer acto de presencia, he pensado que igual iba a ser más agradable para él un baño, como antes. Y ahí está la clave de mi desasosiego. En este “como antes”.

Hasta el 11 de junio llenaba la bañera cada tarde mientras mi pequeño hombrecito intentaba colarse en ella. Sabía que sus juguetes estaban en la cesta del barquito y los cogía para tirarlos al agua. Cuando estaba casi a punto me lo llevaba a mi habitación y comenzaba a desvestirlo. Ya preparado, lo cogía en brazos y, mientras decía “¡¡al bañito!!”, él se impulsaba y se subía muy muy arriba, salvando la enorme barriga que ya tenía por aquellas fechas. Ese era el mejor momento del día, sin duda. Y quizás porque sabía que tenía fecha de caducidad, un día decidí inmortalizar el momento con una fotografía hecha a través del espejo. Es horrible porque yo salgo enorme y con pelos de loca, pero preciosa porque mi pequeño tiene una sonrisa de oreja a oreja y me abraza con mucho cariño.

Recuerdo que lo metía en el agua y él me pedía, medio con gestos, medio con palabras, que lo sentase en su sillita. Siempre ha sido precavido, así que en el baño se sentía mucho más seguro atado. No sabía hablar del todo bien aunque nos entendíamos a la perfección. Siempre era el mismo ritual. Cogía su ´patito cochino´(un patito de goma que se llenaba de agua por un agujerito y la soltaba cuando lo apretabas, como si se hiciera pipí, de ahí el apelativo cochino) y se lo ponía contra el pecho para hacer pedorretas con él. Luego cogía una especie de colador con forma de cáscara de huevo y duchaba al patito y a la ovejita. A veces se lo ponía en la cabeza para que yo le cantase la canción de ´Calimero´. Aprendió a llenar el cubilete y a vaciárselo encima, tarea nada fácil que costó bastantes meses aprender. Se lo pasaba genial. Cuando tocaba enjabonar el culete se levantaba solito. El peor rato, enjuagar la cabeza, aunque con el tiempo también aprendió que si miraba para arriba no le caía ni gota en los ojitos. Luego lo dejaba jugar un rato solo en el agua. Yo, agotada ya, me sentaba en el escalón que da acceso a mi bañera y disfrutaba viéndolo jugar. La pelea siempre venía a la hora de la salida. Nunca se quería salir del agua, aunque pronto lo convencía diciéndole que para la cena le pondría los Cantajuegos. Luego masajito, pañal, pijama y ¡listo!

Pero de la última vez que hicimos esto han pasado ya cinco meses. Todo un mundo para un pequeñín así. Las cosas han cambiado mucho. Para él y para todos. Por eso hoy, cuando lo he bañado, ¡he sentido que todo era tan diferente...! Mientras preparaba el baño no ha tirado sus juguetes en el agua, como antes, sino que me hemos estado hahblando. Me ha dado pena pensar que ya no se acordaba de ellos. Cuando lo he desnudado y lo he cogido ya no ha dado su clásico impulso para subirse hasta el pecho. Ha renegado de su sillita, aunque yo tampoco he insistido... ¿Para qué la iba a usar? Ya sabe manejarse en una bañera sin caerse. Ha visto al pato y no ha hecho sus pedorretas ni se acordaba de su mote: “¿Te acuerdas, mi vida? Este es el pa-ti-to... co...”. Nada, que no. Ni siquiera lo ha recordado cuando se lo he dicho: “Patito cochino”. Y ha visto el colador con forma de huevo y ha dicho: “Esto no. Esto aquí”, para colocarlo en la cesta del barquito. Pero como yo soy muy pesada se lo he vuelto a dar. Y ¡se lo ha puesto en la cabeza!. Sin embargo, cuando le he cantado ´Calimero´ me ha mirado con cara de “¿qué canta la loca de mi madre?”.

No ha querido tumbarse en el cambiador para el masajito y se lo he tenido que dar de pie, en la encimera de mi baño. Y en vez de pañal le he puesto calzoncillos. He salido del baño con mucha tristeza. Imposible explicar con palabras cómo me he sentido y cómo me siento. Así que, intentando huir de esta nube nostálgica en la que me encuentro, me pregunto: ¿No es demasiado pronto para añorar etapas que están recién pasadas? No ha sido de repente pero no me he dado cuenta de que, como por arte de magia, mi niño, mi bebé, se ha hecho mayor.

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