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San Lorenzo. De ángeles y dragones

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Fidel Del Campo

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Todos en Córdoba sabrán de San Lorenzo, de su restauración y de ser uno de los templos fernandinos más conocidos de la ciudad. Pero no todos habrán reparado en que dentro de esta iglesia gótica hay unos frescos medievales, nada usuales, atribuidos a uno o varios artistas de raíces italianas, en pleno siglo XIV. No voy a viajar físicamente lejos en esta parada del blog, pero sí mentalmente. Dejémonos llevar, pues nos espera una escena del Apocalipsis flotando sobre nuestras mortales cabezas...

Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. Apocalipsis, cap.12. vers.9

Los frescos. Para verlos solo hay que entrar y dirigirse al altar de la nave central. En lo más alto del ábside te miran una treintena de dragones y veinte serafines

serafines. Seres diabólicos y angélicos, hieráticos, solemnes y perturbadores se encaran, sobre nosotros, en un instante del Apocalipsis. Vemos, pues, una batalla del fin del mundo. Los serafines, alados y cubiertos de plumas, son lo más en el Cielo. No responden a las imágenes de ángeles aniñados que llegarían a refinarse con los “putti” renacentistas. Estos seres descritos por Isaías, son de oscuro origen, algunos los vinculan con antiquísimas creencias egipcias en torno a las serpientes erguidas, como símbolos benéficos de poder. El judaísmo los consagra como veneradores de Dios. En San Lorenzo aparecen emparejados, con forma de ave emplumada de colores blanco y rojizo. Dicen que por ser la más bella existencia del Universo, sólo Dios puede contemplarlos, de ahí que se oculten bajo las plumas de sus tres pares de alas, aunque en San Lorenzo el maestro se atreve a descubrirnos sus caras.

Para la mitología angélica los serafines son llamas de la Divinidad, fuego de Dios. Son también descritos como una vibración, impulsora del movimiento de los astros y esferas del Universo. En fin, que son de armas tomar... los consideran autores de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Se atreven con todo. Incluso a encararse con el Diablo, materializado aquí en un ejército de dragones de ojos rojos y lenguas afiladas. Estas diabólicas bestias aparecen sobre las nervaduras, aprovechando el relieve de la piedra para darles aún más empaque. Hay otras escenas... imágenes de la pasión, muerte y resurrección de Cristo... profetas y santos... pero me obsesiona la guerra estática entre nuestros serafines y los dragones... entre luz y oscuridad... en esa eterna batalla que enfrenta a lo que no dejan de ser las dos caras de nuestro propio ser: amor y odio dispuestos en el techo de una perdida iglesia de un arrabal de Córdoba. Un mensaje intacto ocho siglos después.

El templo.

 Salvo el cuerpo del minarete, visible en una nave lateral del interior, nada queda de la mezquita de barrio que fuera San Lorenzo. La conquista por Fernando III de Castilla obligó a la cristianización del edificio, en el siglo XIII, bajo un proyecto arquitectónico centrado en un gótico primitivo, macizo y simple. Bello en su depurada austeridad y muy enraizado aún en el románico. Un diseño extendido en Córdoba a una docena de templos en la medina y la axerquía, conformando el conjunto conocido como de las iglesias fernandinas. San Lorenzo consta de tres naves, sin crucero, rematadas por el ábside de la capilla mayor. En el lado opuesto, sobre la entrada, reina un espectacular rosetón, abierto a la intensa luz. Un incendio en el XVII redefinió sus formas, con un remate renacentista en la torre (el antiguo minarete), firmado por el cordobés Hernan Ruiz II, quien se adelanta aquí a lo que haría luego al diseñar la Giralda. También posterior es el porche de arcadas góticas, únicas entre el resto de templos cordobeses.

El rescate

. La restauración del templo pasado 2007 fue la culpable del regreso de las pinturas. Encaladas por siglos tras la creencia higiénica de que la cal protegía de pestes y enfermedades. Un acto en principio brutal pero paradójico pues salvó estos y otros muchos frescos de la intemperie y los daños. La limpieza y retirada de la capa que cubría los muros fue la clave. Poco a poco fueron saliendo colores, formas, túnicas, pies, piernas, alas, rostros... hasta devolvernos en siete escenas más de 200 metros cuadrados de pinturas que cubren muros, cubiertas, nervaduras y espinazos del ábside. Sabían los expertos de su existencia desde los sesenta, al retirarse el retablo que ocupaba los muros del altar, pero su vuelta a la luz impresionó más de lo esperado.

¿Conocemos las fernandinas?. Estos templos, únicos en Andalucía, se han beneficiado de millones de euros de la Junta. Buena parte de ellos lucen dignamente en pleno siglo XXI, pero algunos precisarían más apoyo como Santa Marina y otros, como el barroco San Agustín, están cerrados a cal y canto, pese a haber sido salvados con dinero de todos los ciudadanos, porque la Iglesia no cuenta con programas de visita y solo abre para oficios religiosos. ¿Para cuándo una política que obligue a abrir todos los monumentos andaluces para su difusión cultural?, ¡más aún si éstos han sido restaurados con dinero público!...

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