Ponerte un pañuelo en la cabeza puede ser hasta esnob -den una vuelta sino por el Instagram de las influencer - pero que te obliguen a ponértelo, bajo pena de azotes o lapidación, es un delito de lesa humanidad.
La delgada raya que separa un acto libre de otro impuesto es muchas veces casi invisible y eso lo sabemos los que transitamos cada día por los límites de las acciones punibles.
Por eso, en momentos como este, me indigna más aún la condescendía política de quienes con esnobismo han consentido ciertos discursos. Por ejemplo, el de Najat Driouech ( ERC ) la primera diputada catalana con hijab, que justificaba el uso del velo en la escena pública como acto de libertad y reivindicación (¿reivindicación de que?), para decir luego bromeando que ella lo lleva “como hubiera podido teñirme de rubia”. ¡Unas vacaciones en Kabul le pagaba yo!
Reivindicar en España, un país libre y laico, el uso de un signo religioso en espacios públicos y hacerlo bajo la bandera de la libertad, me indigna. Tanto como el silencio de las que con carnet feminista callan - y otorgan- ante ello. Las imposiciones que cualquier religión dicta a las mujeres, o son delito, o debieran serlo.
Feminismo es libertad y libertad es lo contrario a la más mínima imposición y menos aún bajo la “pena de ”, aunque la pena sea tan simbólica como una simple mirada de desaprobación .
Hace mas de diez años visité Siria -mucho antes de que fuera un solar de desolación y muerte-. En Damasco, esa ciudad que tanta semejanza tiene con Córdoba, conocí a la mujer de un Imán. Iba ataviada con el niqab, la túnica negra, larga hasta los tobillos y el velo que solo deja al aire los ojos. Al devolverme el saludo en perfecto castellano ambas nos reconocimos compatriotas, alegrándonos de ello. Duró muy poco la sonrisa que intuí por su mirada, porque en cuanto quise saber más de aquellos ojos, de cómo habían llegado allí, o qué hacían lejos de Madrid y de su familia, bastó otra mirada, esta vez la del Imán barbudo para que nuestros mundos se separaran de nuevo. No, el velo, ningún velo, no otorga la más mínima libertad a una mujer.
Dice la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA) -¿que será de ellas ahora?- que son 29 las prohibiciones del régimen talibán a las mujeres (trabajar, salir a la calle, mostrar el tobillo, hablar, reír, hacer deporte, estudiar, mostrarse en público …). Termino antes si las resumo en una: vivir.
El mundo occidental y EE.UU. en particular tienen una responsabilidad con las mujeres afganas. Todos la tenemos y especialmente esas mujeres que con falsa progresía, incompatible con el auténtico feminismo, han justificado gestos que sabíamos iban en contra de la libertad de otras mujeres. No, no podemos ser también nosotras sus talibanes.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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