Se cumplieron este verano 40 años de una ley sin precedentes en España. La Ley del Divorcio de 1981 que puso patas arriba el Código Civil gracias al gran político de la transición, Francisco Fernández Ordóñez. Había estado precedida de la Constitución de 1978 y antes, en 1975, de la ley que nos otorgó a las mujeres plena capacidad jurídica y de obrar y terminó con la ignominiosa licencia marital a la que estábamos sometidas. Ahí es nada.
Cuando tras esta conquista llegó el divorcio fue una catarsis, una bomba atómica, la puerta sin retorno a la libertad. “Un tiro en la nuca que acabará con la familia ”, clamaba la jerarquía eclesiástica. Pero Fernández Ordóñez, firme y decidido, con una mayoría holgada pero mucho menor de la que ahora sería lógico imaginar, sacó la ley adelante y dijo “no podemos impedir que los matrimonios se rompan, pero si podemos disminuir el sufrimiento de los matrimonios rotos”.
En aquel momento histórico las mujeres pasamos de estar mutiladas en derechos, sometidas en la vida diaria y presas de matrimonios tal vez rotos, a ser personas completas y libres. Y para todos, hombres y mujeres, la ley supuso la posibilidad de zafarse de un matrimonio tóxico o simplemente finito. Antes de 1981 sólo era posible por muerte del otro cónyuge, o por nulidad eclesiástica, así que la Iglesia tenía el monopolio exclusivo de certificar las rupturas con un procedimiento elitista, largo y costoso. Hubo resistencia virulenta de la Iglesia, pero se acabó. Los que tienen un monopolio, ya saben, se resisten al libre mercado.
El matrimonio debía ser civil en un estado declarado aconfesional y podía ser nulo y disuelto por divorcio, además de poderse declarar el cese efectivo de la convivencia de los cónyuges con una separación previa. Eso sí, el sistema descansaba en el concepto de “culpa” y había que probar alguna de las causas tasadas para obtener primero la separación y luego el divorcio.
Pero la clave que marcó el futuro y nuestro presente en lo que trataré en este recorrido hasta hoy, es que por primera vez se puso nombre a la violencia intramatrimonial. Entre las causas de separación estaba la conducta injuriosa o vejatoria, o cualquier otra violación grave o reiterada de los deberes conyugales y como causa incluso directa de divorcio la condena con sentencia firme por atentar contra la vida del cónyuge.
La violencia se visibilizó y ni siquiera por la creencia más sagrada y arraigada podía seguir estando justificado mantener el vínculo matrimonial con quien no solo no te quiere, sino que te veja, te trata sin respeto, te lesiona y hasta puede que un día te mate.
María llegó aquella mañana al despacho temerosa de que la estuviera siguiendo un marido del que ya coleccionaba un rosario de Sentencias condenatorias por golpes y vejaciones. Después de cada Sentencia se veía obligada a volver de nuevo al domicilio, a continuar atada física y económica a aquel hombre y a servirle cada día el plato de comida. Algunas veces se lo tiraba a la cara. Cuando obtuve la Sentencia de divorcio de María, en los inicios de mi carrera profesional, hace 35 años y conseguí una pensión que le permitió ser libre y acabar con el horror que su vida había sido antes de la Ley, entendí que ya no había retorno y que nos quedaba un gran futuro por escribir.
-Continuará-
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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