Se acaba el verano y en mi curva vital llega el momento de la trascendencia. Siento que se escapa un año más sin haberlo exprimido lo suficiente, mientras el fin está cada vez más cerca. ¡Ni ser experta en zumos me consuela!
Las más de las veces es solo nostalgia por lo que voló sin haberlo saboreado despacio. Así que cuando llega septiembre tengo que rearmarme y pasar página de las mañanas sin tiempo que se fueron y hasta del espléndido moreno que se me derrite como un polo a cuarenta grados. Enfrentarme de nuevo a volver a volver.
Sé que siempre hay un camino que seguir, o uno nuevo por descubrir, como me susurra desde la mesilla el libro del Tao. Pero, a veces, cuando llega septiembre, me cuesta ponerlo en práctica. Es como si mi cerebro se negara a sentir la emoción de vivir -solo por vivir-. Así que me pongo manos a la obra para que ese cerebro -con vida propia- entienda que se trata solo de vivir. Hoy y ahora. Ramón y Cajal ya lo dijo “todo ser humano, si se lo propone, puede ser escultor de su propio cerebro”.
Mientras Madonna canta Isla Bonita en un bar de playa el último sábado de agosto, con nubes que se ciernen ya en el horizonte, un hombre le pregunta a una mujer:
- ¿Dónde estará mi amigo Fran?
- Pues en el mismo lugar que mi madre, la tuya, mi abuela y hasta mi tatarabuela ¿o es que alguien cree que nos quedamos en algún sitio? O peor, que unos van a un sitio y otros a otro.
El hombre asiente pensativo y nostálgico, rememorando una perdida que aún le duele (¿cómo rebatirle esa afirmación que lo aleja de creer que algún día se reencontrará con los que dejaron este mundo?)
- ¿Pero tú crees de verdad que cuando morimos vamos a algún sitio? - le pregunta ella.
- Yo no creo nada, pero tampoco lo contrario. Esa claridad solo la tienen los necios. Nadie ha vuelto para contarlo, pero creer me hace pensar que no es absurdo lo que hacemos en este camino de la vida.
- Ya te veo… ¡está llegando Septiembre!
La nube de repente se despeja. La pareja se levanta de la mesa y cogidos de la mano siguen su camino mientras al fondo suena Don't You Want Me de The Human League.
Hay una isla en Japón donde viven las personas más felices y longevas del mundo sin haber hecho un pacto con el diablo. Es una de las zonas azules de este planeta, donde la feliz longevidad es lo que impera. Han encontrado un camino donde no existe la palabra jubilación, esa que últimamente me circunda y abruma porque todos los que me rodean quieren acceder a ella. Allí, en Okinawa, practican el “ikigai”, mantener viva la razón por la que uno se levanta cada día. Y, además, consumir menos de 2.000 calorías al día, tomar frutas y hortalizas de sus huertos, comer mucho pescado, socializar positiva y solidariamente entre ellos y tomar plácidamente el sol.
No sé qué habrá después. Ha llegado septiembre. Prefiero retrasar el momento de descubrirlo y coger el camino a Okinawa.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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