Los canallas y sus cómplices
Les Salauds (Claire Denis, 2013)
Hace ya ochos años que Álvaro Arroba nos juntó a unos pocos amigos y conocidos -si no recuerdo mal, todos hombres- para poner en negro sobre blanco algunas ideas, intuiciones, enamoramientos en torno a una cineasta que nos había conmocionado en aquellos anni mirabiles de la llegada del p2p a nuestras vidas. Los artículos vieron la luz en forma de libro a través del Festival de Cine de Gijón bajo el revelador título de Claire Denis: fusión fría.
Denis y Akerman o Akerman y Denis eran la culminación cinematográfica de prácticamente todo lo que deseábamos en una cineasta y que, desgraciadamente, tan pocas veces habíamos podido disfrutar. No se plegaban a las etiquetas fáciles con las que los mercaderes gustan categorizar -y homogeneizar- la excepción, gozaban de la contemplación del otro y sabían materializar fílmicamente la expresión del deseo por el sexo opuesto -o el propio, según los apetitos sexuales de cada una de ellas-, no eran dependientes ni pactaban con la industria, el politiqueo, los tópicos de su sexo, los temas sociales de candente actualidad, el público o las estúpidas tendencias de moda. Ambas escondían enigmas y zonas oscuras de intrincado acceso; las dos eran duras, exigentes y radicales con la gramática cinematográfica y el espectador, daban pocas pistas y no permitían ni las trampas ni los atajos para llevarnos a donde nos querían llevar: generalmente a esa lacerante intimidad del cazador solitario, del lobo que siempre eludió la manada, su calor, sus comodidades, sus afectos fáciles, sus fidelidades falsas.
Hace ocho años, cuando Arroba puso en las librerías aquel libro, Claire Denis venía de encadenar una serie de obras impresionantes (Beau Travail, Trouble every day, Vendredi soir, L'intrus) que la acreditaban como probablemente la cineasta más merecedora del elogio y la alabanza de todo el panorama internacional. El libro era también la culminación de ese arrebatado romance que una parte de la crítica internacional manteníamos en ese momento con el cine de Claire Denis -una verdadera desconocida en nuestro país- e incluso con la idea que teníamos de ella como artista, como cineasta e incluso como mujer. Amiga de Hong Sang-Soo, la mujer que logró que Jacques Rivette fuera el protagonista de una entrega de Cinéma, de notre temps, y que aparecía fugazmente en el metraje en la maravillosa secuencia nocturna de la azotea, dejando el verdadero protagonismo al maestro y a Serge Daney... verdaderamente Claire lo tenía absolutamente todo.
Tras el documental Vers Mathilde (2005), pareció como si necesitara tomarse un descanso en su escalada y desapareció durante tres años y pico, tal vez más, si contamos el tiempo que tardamos en poder ver su película de 2008. El amigo Alfonso Crespo dice que muy pocos cineastas aguantan estar demasiado tiempo en la cima, que la verdadera vanguardia quema, que no siempre se puede ser un pionero. Claire se tomó su pequeño respiro y volvió a nuestros prados en otoño de 2009 con 35 Rhums (2008), y un año después con Una mujer en África (White material, 2009), ésta última, la única de sus películas estrenada en nuestro país -para mi gusto, inferior a 35 Rhums-, y ello gracias a la presencia en el papel protagonista de Isabelle Huppert, algo que también comparte con el coreano Hong Sang-Soo.
Tres años después, de nuevo en otoño, esta vez de 2013, hemos podido ver su última cinta, Les Salauds, que tuvo en Mayo su première en la sección Un Certain regard del Festival de Cannes, que ha pasado en Noviembre por el Festival de Sevilla, que se estrenó en Francia en Agosto, y que probablemente nunca veremos en las salas comerciales españolas, porque, ¡ay!, aquí ya no sale Isabelle Huppert, que tanto parece gustarle a la gente de la distribuidora Golem, y sin la cual, al parecer, no hay el mínimo público asegurado que amortice la inversión que requiere el estreno del cine de Claire y de Hong por estos lares. Luego se enfadarán y tildarán a la gente de ladrones si ésta decide buscar otros medios para ver sus películas.
En fin, no nos perdamos en excursos estériles y volvamos a Les Salauds que mantiene -la palabra recuperar sería aquí inútil porque Claire Denis nunca perdió ninguno de los atributos de su cine- las constantes que han hecho de ella una cineasta excepcional. Su última obra, de filiación insobornablemente marxista -0 posmarxista, si lo prefieren-, es un filme noir que se articula en torno a una búsqueda y un rescate, pero que finalmente lo que hace es traer a la superficie la genealogía de la traición, del colaboracionismo, de la prostitución -ideológica y moral, pero también literal- de una familia y con ella de toda una clase social. Los cabrones del título son los ricos que manejan los hilos -desde los focos o tras las bambalinas, desde los titulares o entre las sombras- de nuestros decadentes gobiernos, aquí maravillosamente encarnados en un inconmensurable Michel Subor -que sin el componente político y social, podría pasar por cualquiera de las terroríficas figuras que aparecen en el cine de David Lynch-, alguien capaz igualmente de quedarse con tu casa y tu empresa como de conseguir que sodomicen a tu hija, e incluso, si se terciara, comerse tu hígado con una botella de Chianti. Subor añade precisamente ese componente malsano y repugnante -magnífico el plano de su cuerpo pesado, anciano y algo renqueante, introduciéndose desnudo, entre sábanas de seda, al lado de Chiara Mastroianni, que encarna a su esposa, y solicitándole que lo masturbe- que convierte al falsamente aséptico, desideologizado y técnico hombre de negocios próspero en un vicioso sin escrúpulos, un sádico patológico y un empobrecedor sistemático, en todos los sentidos, del prójimo.
Su figura mantiene relaciones comerciales con la familia protagonista, a la que facilitó un préstamo, a cambio de innombrables condiciones, para que ésta pudiera seguir manteniendo su fábrica de calzado. Todo esto, que ha ocurrido antes de que arranque el relato, propicia el suicido en off del cabeza de familia y la aparición en estado de shock de su hija, que aparece vagando desnuda por las calles y que al parecer ha sido sometida a una salvaje violación; hechos con los que arranca la película. La madre decide ponerse en contacto con su hermano, capitán de un navío mercante, hombre viajero, desarraigado y expeditivo, que acudirá a París a intentar hacerse cargo de los restos de la familia y, de paso, averiguar -con los espectadores de testigos- qué ha ocurrido realmente y cuáles son las verdaderas relaciones de su familia con el poderoso y acaudalado prestamista, para lo cual éste se instalará en un apartamento del mismo edificio que habita el magnate, se ganará la confianza del hijo de aquél, y seducirá a su mujer. La aparición del personaje de Vincent Lindon emparenta de alguna manera, como muy bien me apuntaba Manuel Lombardo, a Les Salauds con Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956) sólo que en clave noir y con una fuerte carga política de fondo que, y de ahí parte de su riqueza, jamás se explicita. Se trata igualmente de una búsqueda, del intento de rescate de una familia, por parte de un personaje que viene de lejos y que lleva tiempo separado de los lazos familiares y los códigos sociales; pero en Denis el final es mucho más duro, cruel y brutal, precisamente porque le interesa señalar a los verdugos pero también a los traidores que se acuestan y se levantan con ellos -capaces de vender y joder a sus propios hijos-, y que tal vez hasta se parezcan a nosotros más de lo que nos gustaría reconocer.
Vincent Lindon, maravilloso cazador solitario, le sirve para poner en escena su romanticismo duro, su admiración por ese tipo de personajes que tienen algo de homérico y de fordiano, pero también, y aquí entra la mujer, lo filma con ese deseo con el que John Ford nunca filmó a John Wayne. De nuevo su cine sensitivo -muy apoyado en la música de Tindersticks- y elíptico, se detiene, como en Vendredi soir, en las manos grandes y curtidas de Lindon, en sus hombros fuertes, en el sencillo acto de dejar que una camisa se pose sobre su torso desnudo. Denis convoca el deseo y sabe traspasárselo excepcionalmente a su actriz protagonista, Chiara Mastroianni, que inicialmente sucumbirá a los encantos de Lindon, pero que finalmente sellará su pacto con el diablo -al igual que antes lo selló, a sus espaldas, la familia de Lindon- con una traidora bala que confirma que a los Ethan Edwards de este mundo antimarxista y neoliberal ya sólo les aguarda la tumba.
Les Salauds pudo verse en la Sección Un Certain Regard del Festival de Cannes y en la Sección Oficial de la X edición del Sevilla Festival de Cine Europeo (SEFF), celebrado en la ciudad del 8 al 16 de Noviembre de 2013.
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