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Los nombres

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Juan Velasco

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Erick Morillo fue el primer dj que me hizo darme cuenta del poder de mezclar dos discos.

Era 2004, en el festival Creamfields. Recuerdo que al final de su sesión hizo un truco que aún hoy no he olvidado. Hizo una transición al corte, en el punto álgido de la canción, del 'Smells like freeland', el bootleg que el productor británico Adam Freeland había hecho para meter a Nirvana en las pistas de baile, y puso la original, en su integridad absoluta, la fuente, el 'Smells like teen spirit' de Nirvana.

La carpa se caía abajo.

Antes de ese momento, yo jamás había visto al público de un festival de electrónica bailar salvajemente Nirvana.

El grunge adolescente que era yo en los noventa bailó aquel día con el veinteañero fiestero en el que me había convertido una década después. Y creo que no fui el único que sintió esa sensación.

Después de aquello, para mí nada fue lo mismo. Aquel puente de plata entre mundos a partir de los discos me lo enseñó Erick Morillo. Esa es la huella que ha dejado en mí.

Pero desde que me enteré de que su muerte por sobredosis no dejo de preguntarme por la huella que ha dejado en otra persona. En la víctima de la presunta violación por la que podría haber acabado en una celda.

Y no sé su nombre. Suele ocurrir. Nunca sabes cómo se llaman. Nunca recuerdas sus nombres.

Hace unas semanas leía sobre los presuntos abusos que había cometido Mark Kozelek con algunas mujeres, denunciados en un reportaje bastante veraz publicado en Pitchfork y me hallé ante el mismo dilema, un caso Polansky: un tipo que forma parte de mi educación cultural, musical en este caso, el responsable de uno de los discos más importantes de mi vida, se revelaba como un presunto agresor sexual.

Y cuando lees sobre el delito, cuando lees los reportajes o ves los documentales automáticamente obvias sus nombres. Es una información que tu cerebro ignora de manera inconsciente a menos que te esfuerces en recordarlos. Es sencillo, no sé cómo se llaman las víctimas de Erick Morillo, ni de Mark Kozelek, ni de Roman Polanski.

No conozco sus nombres. Y ese vacío es un recordatorio de que tenemos que revisar, y además urgentemente, nuestra masculinidad.

¿Por qué?

Pues porque no conozco una sola artista a la que admire que haya sido acusada de violación o agresión sexual.

El vídeo que encabeza esta columna es una charla en la que Erick Morillo confesaba sus graves problemas de adicciones con las drogas y algunos otros episodios turbios de su vida. Más que su música, es esta charla-confesión, por la sinceridad con la que habla, el mejor legado que ha podido dejar el dj y productor

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