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El jefe de todo esto

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Juan Velasco

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En El jefe de todo esto, una brillantísima comedia dirigida por Lars Von Trier hace quince años, un empresario contrata a un actor para que haga de el propietario de su empresa, ponga la cara ante las medidas más impopulares que toma y le ahorre tener que explicarle a la plantilla que la compañía se vende y van todos a la calle.

El punto de partida, si mal no recuerdo pues escribo de memoria, se retuerce a medida que el metraje avanza y el actor va cogiéndole cariño a la plantilla y se va implicando emocionalmente en sus problemas. La comedia vuela alto a pesar de los caprichosos encuadres del director y está ahí como una simpática y casi desconocida película que recomendar a quienes consideran a Von Trier un coñazo intenso.

La cosa es que esta semana me he acordado de la película al leer que Inditex planea cerrar entre 250 y 300 tiendas durante el próximo año. Al leer la noticia, el enésimo episodio de un serial por otra parte bastante aburrido, me he imaginado a Amancio Ortega contratando a un actor para ir de tienda en tienda haciendo de él y explicando la consigna de la compañía: “No se perderá empleo porque se reasignará a los trabajadores en otras secciones”.

Aunque esta idea es absurda. En realidad es al revés. Porque Amancio Ortega es desde hace años el actor que encaja los golpes de las decisiones que toma el Consejo de Administración de Inditex. Es curioso, Ortega delegó la capacidad decisoria en Pablo Isla para acabar él convertido en la diana, en el actor al que todos piden explicaciones por las decisiones que, en gran medida, toman otros.

Eso sí, como intérprete, Amancio es asombroso: consigue ser amado y odiado sin mover un músculo. Lo mismo lo proponen para Príncipe de Asturias de la concordia que lo llaman esclavista.

Y él sigue ahí con su rictus impertérrito. Todo un Laurence Olivier, un intérprete de otra época, un tipo silencioso y tranquilo, que pasea despacio por su tierra gallega, aparentemente ajeno a la contaminación química de sus tejidos, a las caídas en bolsa, a los cierres, a las pérdidas millonarias... Ajeno a todo ese maremágnum económico que Inditex parece sortear una y otra vez en su más que probable camino hacia un cambio de modelo que habrá de ser dramático a la fuerza para sus empleados. Es el mercado, amigos.

Me imagino a Amancio pensando: “¿Hasta cuándo este teatrillo barato?”. Parece evidente que tarde o temprano tendrá que poner la cara ante miles de despidos. Esa decisión se va postergando una y otra vez para disgusto de sus detractores, muchos de los cuáles han tenido munición de sobra esta pandemia para crucificar a Amancio y ni siquiera se han enterado.

Porque la peor decisión del Consejo de Administración de Inditex durante esta pandemia ha tenido lugar a 11.000 kilómetros de A Coruña y es bastante probable que no la hayas leído en ningún periódico nacional de gran tirada ni en ningún informativo. Yo me tuve que enterar por el New York Times: centenares de trabajadores de las fábricas con las que trabaja Inditex en Myanmar han sido despedidos por el pecadillo de demandar máscaras para trabajar.

Así que, si te acabas de enterar ahora, es muy probable que, como yo, hayas pensado: ¿Para qué va a contratar Amancio a un actor que haga de jefe de todo esto si puede comprar a casi toda la prensa española?

Pues sí, amigos. Jefazo.

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