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Raíles y maletas

Antonio Manuel Rodríguez

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Nací en una casa de vecinos de la calle de los muertos. Y por la misma puerta quiero que transite mi cadáver o lo que quede de él. En medio, la vida. Tengo la inmensa fortuna de vivir donde he nacido. Donde he crecido. Donde he jugado. Donde me casé. Donde nacieron mis hijos. Y donde quiero morir. A unos metros de mi familia. Cerca de mis amigos. También tengo la inmensa fortuna de tener trabajo y sentirme útil al desempeñarlo. Acepto como mal menor desplazarme cada día veinte kilómetros para enseñar y aprender. En el tránsito, suelo escuchar la radio. La otra mañana hablaron de emigración. Llamó una chica. Y tuve que echarme al arcén para secarme las lágrimas.

Es gaditana pero vive en Francia. Estudió arqueología y trabaja en un un centro de investigación. Su marido es ingeniero aeronáutico y trabaja en una estación de helicópteros. Ninguno de los dos ha perdido la esperanza de encontrar empleo en Andalucía. Lo buscan cada día. Quieren vivir donde nacieron, donde se enamoraron, donde estudiaron. Y desean con todas sus fuerzas regresar para que sus hijos también se enamoren, estudien y vivan aquí. Pero no lo encuentran. Con la garganta en ruinas, recordó el descomunal esfuerzo que hicieron sus padres para que ella pudiera estudiar lo que ellos no pudieron.  No entiende cómo todo ese tiempo y dinero invertidos por su familia y por el Estado lo están aprovechando en otro lugar. El presentador le dijo que era una pena. Pero no contestó a su pregunta. Lo haré yo.

Una de las claves ocultas para entender la situación actual en Andalucía y  España se halla en el acuerdo de entrada en la Comunidad Económica Europea. Fue la última pieza para completar la primera transición. Tomemos el escudo de España como referencia. De arriba abajo. Los acuerdos con el Vaticano perpetuaron los privilegios de la Iglesia Católica. Después, garantizaron la sucesión en la corona de la misma persona designada por Franco. Y por último, distribuyeron el poder territorial concediendo un estatus especial a vascos y catalanes. En este punto, las previsiones quebraron. Andalucía se levantó de una manera imprevisible e imparable para exigir y conseguir el mismo estatus formal que aquellas nacionalidades históricas. Tras esta fase inicial, tocó acceder a las estructuras militares de la OTAN y económicas de Europa. Así culminábamos la salida estética del franquismo. Pero el tratado de acceso tenía trampa. Las condiciones fueron leoninas. Y no porque fuésemos un país débil, como se nos ha hecho creer, sino por justamente lo contrario.  La entrada de España en la CEE exigía el desmantelamiento de nuestras fortalezas agrarias, pesqueras, comerciales e industriales. Los primeros años fueron muy duros. A cambio, España se convertiría en un país de servicios y en una tierra colonizada por el poder financiero parasitario de la construcción para después ser colonizada por turistas. Se generó así la apariencia de riqueza mientras se desmantelaba nuestro sistema productivo. Todos los poderes sin excepción fueron cómplices de este trampantojo. Cuando cesó el espejismo, ya no había nada a lo que agarrarnos.

Ahora estamos viviendo la segunda transición. El poder de la Iglesia se refuerza con la mayor apropiación inmobiliaria de la historia, auspiciada por el PP y consentida por el PSOE. La sucesión en la corona se ha llevado a efecto desde arriba, sin consultar con las plazas ni las urnas, de nuevo perpetrada por el PP y consentida por el PSOE. El poder territorial, como ya ocurrió entonces, sigue estando en cuestión porque los partidos centralistas no tienen capacidad de control.  Sólo que Andalucía está a años de luz de decidir por sí misma su destino. Y Europa, tras programar el desmantelamiento de nuestro sistema productivo y financiero, ha procedido al desmantelamiento humano para que andaluces, españoles en general, griegos, irlandeses y portugueses sustituyan a los migrantes “no europeos”, alentados por esta ola de xenofobia y racismo. Todo habrá cambiado sin que nada cambie.

Grecia también accedió a Europa en las mismas condiciones que España. No es casualidad que se parezcan tanto los males y la soluciones. Por supuesto, no pasan porque nuestros parados y estudiantes tomen los raíles y las maletas de sus padres. Todo lo contrario. La construcción de una nueva Europa no cabe en los “chicken porter jobs” como coartada para mejorar el inglés, sino en la recuperación de nuestra autonomía decisoria y financiera para decidir por nosotros mismos nuestro futuro, y garantizar que nuestros hijos vivan donde quieran vivir y no donde les dejen.

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