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Ureña, el único montillano que triunfó en Primera

Paco Merino

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Entre los pueblos cordobeses con mayor tradición en el fútbol está Montilla. Cuenta con un club fundado en 1973 que, tras pasar por los campeonatos regionales, alcanzó en 1987 la Tercera División para mantenerse en ella hasta 2004. La entidad vinícola entró entonces en su etapa más oscura en lo deportivo, pero no por ello menos orgullosa. En un panorama de hundimiento económico, en medio de un escenario en el que muchos decidieron que la mejor opción era echar la persiana y dedicarse a otra cosa, el Montilla supo resistir en pie. Después de ocho años en la Primera Andaluza, el año pasado retornó a Tercera como fruto de la casualidad, de esas carambolas de saltos y caídas que se producen de vez en cuando y que ofrecen la posibilidad de una plaza a quienes, como el conjunto amarillo, se quedaron rozando el éxito. El Montilla asumió el reto. Descendió. Ahora comienza de nuevo en Primera Andaluza, una división que no hace justicia a su historia ni, principalmente, a la constancia y respeto por las raíces que siempre han caracterizado a la entidad montillana. Allí siguen luchando por alcanzar tiempos mejores. No se rinden. Y seguro que los aficionados más veteranos, para estimular su ilusión, recuerdan al único futbolista de su tierra que llegó a triunfar en Primera División: Juan Ureña, el capitán del Betis.

Es posible que los sueños de fútbol de Juan Antonio González Ureña (Montilla, 1967) se relanzaran un 19 de marzo de 1981, cuando en su pueblo se inauguraba el Estadio Municipal. Se montó un cartel con el Montilla, el Pozoblanco, el Córdoba y el Betis. Tenía Ureña 13 años por entonces. Nadie nacido en Montilla había alcanzado la élite. Sólo alguien la acarició, de forma leve. En 1970, Francisco Jiménez Espejo, que vio la luz en la población cordobesa del vino, formaba parte de la plantilla del CD Málaga en Primera. Jugaba de portero y tuvo la oportunidad de debutar en la Nova Creu Alta de Sabadell cuando el meta titular, Deusto, se lesionó. Estuvo 27 minutos en el campo y el Málaga perdió 5-2. Al año siguiente, le concedieron un privilegio. En La Rosaleda, el Málaga recibía al Córdoba en el último año de los blanquiverdes en Primera. Los de El Arcángel estaban ya desahuciados, pero rescataron su espíritu más rebelde para sacar un punto (2-2). Manolín Cuesta batió dos veces en un minuto a Espejo, que no volvió a jugar. De Montilla, nadie más entre los más grandes. Hasta que llegó Ureña.

Con un poderoso físico, excelente colocación y un buen trato al balón, Ureña destacó en las categorías formativas del Montilla a principios de los ochenta. En las vísperas de su última campaña juvenil, con 17 años, el Betis vino a por él. Manolo Torralbo, entrenador montillano por entonces -actualmente ejerce como delegado de campo del Córdoba CF-, le hizo una buena carta de recomendación. En cuanto los técnicos béticos le vieron sobre el campo, entendieron que los elogios de Torralbo al central montillano no eran frases de cortesía. A los 19 años, un mito del fútbol andaluz, Luis Del Sol, le hizo debutar en Primera División. Salió al campo en el minuto 55 sustituyendo a Gaíl el día que el Betis le cascó un rotundo 5-1 a la Real Sociedad de John Toshack, con tres goles de Poli Rincón a Arconada. Dos semanas después, ingresó en la vorágine sensorial de su primer derbi hispalense en el Villamarín. Salió sustituyendo a Quico en el segundo tiempo en un partido en el que el Sevilla ganó por 1-2, después de que el Betis se quedara con diez a los veinte minutos por roja de Sánchez Arminio al vehemente Rincón. Desde entonces, cada partido del Betis era seguido de manera tumultuosa en los bares de Montilla y en las peñas verdiblancas de la población vinícola.

Pronto conoció Ureña la desgracia de las lesiones. En la temporada siguiente fue operado de pubis y no estuvo disponible hasta el final del campeonato. Sólo intervino en un partido, con derrota en Atocha ante la Real (3-2). El curso siguiente resultó nefasto. No intervino ni un solo minuto en una Liga, la 88-89, que tuvo un rosario de entrenadores (Eusebio Ríos, Buenaventura, Cayetano Ré) y que concluyó con un descenso a Segunda. Y ahí, en el purgatorio de la categoría de plata, Juan Ureña se hizo un hombre. Estuvo seis años seguidos como titular en la formación heliopolitana. Disfrutó de un ascenso, sufrió otro descenso... y lideró al equipo en otro retorno a Primera para ingresar directamente en competiciones europeas. El chaval acabó convertido en el capitán.

Ureña estuvo presente en una de las noches más hermosas del Betis en los últimos tiempos, la final de la Copa del Rey de 1997. Veinte años después de haber disputado la última, el club andaluz regresaba a la lucha por un título nacional frente al potente FC Barcelona. El escenario, el Santiago Bernabéu. El entrenador bético, Lorenzo Serra Ferrer, ya estaba comprometido para la temporada siguiente con el equipo azulgrana, lo que aportaba una dosis extra de morbo. En el palco, el inefable Lopera aguardaba el momento cumbre con malévola sonrisa. Ureña salió al terreno de juego en el minuto 65. El Betis tenía la Copa en su mano. Marcó Alfonso, empató Figo y Finidi, en el minuto 81, hizo el 2-1. Quedaban dos para el final cuando Pep Guardiola se inventó un pase inverosímil que Pizzi convirtió en el empate. En la prórroga, en el minuto 114, Figo resolvió una jugada embarullada para dar la victoria finalmente al Barca. Ureña recibió, junto a sus compañeros, la conmovedora ovación de los treinta mil béticos desplazados a Madrid. Ahí, en el papel de épico perdedor, el montillano sintió el profundo pellizco del único equipo en el que jugó en su vida profesional.

Aún estuvo tres años más como jugador en el Betis. Tres años que le dieron para coleccionar experiencias extremas. Como otro descenso, en el 2000, con una plantilla en la que figuraban Filipescu, Alfonso, Finidi, Oli o Denilson, el jugador más caro del mundo. Cinco mil millones de pesetas pagó Lopera por el brasileño, un buen futbolista desbordado por las expectativas. Por entonces, el central montillano afrontaba su declive en el campo. El argentino Griguol no contó con él para el equipo que tenía que ganarse la salvación en Primera. Quizá no le hubieran venido mal, sino todo lo contrario, la experiencia y el amor propio del cordobés para encarar una guerra de ese calibre.

Tras su retirada del fútbol profesional fue segundo de Víctor Fernández en el primer equipo y también desempeñó labores técnicas en la cantera del Betis. Con el título nacional de entrenador y licenciado en INEF, ha sido profesor en la Universidad de Sevilla. Nunca abandonó el Betis del todo. Estuvo un tiempo como segundo entrenador del Cádiz, al lado de su ex compañero bétido Hristo Vidakovic. De la mano de Rafa Gordillo, ingresó en el staff técnico del club verdiblanco, aunque se desvinculó el verano pasado. No les extrañe verle volver a la casa bética, donde siempre tendrá una puerta abierta. Donde tiene las dos de par en par, cada vez que regresa, es en su pueblo natal. Hace dos años ejerció como pregonero de la Feria del Santo de Montilla. Allí habló de su infancia en la calle Escuelas, en el Colegio Salesianos, en el instituto o en la plaza de abastos. También se acordó de José Urbano, Servando Gálvez, Miguel Requena, José García, Pepe El Seco, Aparicio o Paco Moreno, quienes tutelaron sus pasos hasta que hizo las maletas para llegar a donde ninguno de sus paisanos lo hizo jamás.

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