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Toni Muñoz: Qué manera de subir y bajar de las nubes

Paco Merino

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Sólo ha jugado en dos equipos en su carrera: el Córdoba CF y el Atlético de Madrid. Así que ya se pueden ir ahorrando el tema de contarle a Antonio Muñoz Gómez (Córdoba, 1968) cualquier historieta a propósito del sufrimiento como expresión del amor futbolero, las crueles paradojas que matan o dan la vida y el sinsentido de un circo en el que los animales se rebelan contra el domador y los payasos sientan cátedra. Lo ha visto todo. Ha estado allí, en el centro del torbellino, mirando al cielo o al suelo según toque. De blanquiverde conoció la cantera, corriendo detrás de la pelota en un descampado en el que pedruscos y boñigas añadían dificultad a los ejercicios técnicos. También supo lo que era una cesión cuando Campillo no lo vio claro para incorporarle a la primera plantilla de un Córdoba de Segunda B y con más urgencias que dinero. Lo mandaron el Egabrense, donde se puso a las órdenes de Pepe Escalante, otro que si hubiera sabido lo que deparaba el destino se habría hartado de reír abrazado a Toni, un lateral zurdo que apuntaba condiciones. Igual que tantos otros jovenzuelos -Paco Jémez, Rafa Berges...- a los que Abelardo Sánchez, cazador de talentos oficial del Córdoba CF en los años 80, reclutó para las divisiones inferiores.

Una temporada en Segunda B le bastó para que el Atlético Madrileño le echara las redes y se lo llevara por una cantidad modesta, algo más de dos millones y medio de pesetas, en 1988. Y aquel chico de la pastelería del barrio del Naranjo terminó siendo parte del himno del club rojiblanco, ése que compuso Joaquín Sabina con motivo del centenario del club del Manzanares. “Qué manera de subir y bajar de las nubes”, canta el jiennense en una composición melancólica y doliente, en la que junto a leyendas como Luis Aragonés, Gárate, Pantic, Ayala, Griffa o Simeone aparece el nombre del carrilero cordobés. ¿Qué hizo para convertirse en un miembro de honor del devocionario atlético? Pues todo lo que uno puede hacer cuando el destino le reserva un lugar en el estadio Vicente Calderón con una camiseta a rayas rojas y blancas como uniforme. Entregar el alma y dejarse llevar por la pasión ingobernable de un equipo inexplicable.

Desde que Ovejero le hizo debutar en el último minuto de un partido en Mestalla en la 90-91, el cordobés se ganó el puesto y el respeto como referencia en el flanco izquierdo de la defensa durante un decenio. Estuvo en nómina del Atlético de Gil, lo que supone todo un master en situaciones estrambóticas. Fue uno de los baluartes del histórico conjunto que en la temporada 95-96 consiguió el doblete, Liga y Copa, y también estuvo entre los que lloraron destrozados sobre el césped del Carlos Tartiere de Oviedo tras el descenso a Segunda en la 99-00. Levantó como capitán la Copa recibida de manos del rey Juan Carlos y padeció el bochornoso episodio de la lluvia de improperios -y de alimentos en mal estado y ciertos fluidos corporales, también- que cayó sobre los rojiblancos durante su primer añito en el infierno después de un partido frente al Sevilla en el que se certificaba el fracaso del primer proyecto de retorno a Primera. En aquellos tiempos de penuria, Toni Muñoz fue señalado, junto a Kiko Narváez, como uno de los responsables del fenomenal desplome del club. El jerezano terminó marchándose al Extremadura de Almendralejo y Toni estuvo cerca de retornar al Córdoba, su antiguo hogar, pero las conversaciones no se concretaron.

Su última aparición como jugador con el Atlético resultó una metáfora de toda su tormentosa trayectoria en el club madrileño. Era el partido de vuelta de la semifinal de la Copa del Rey de 2001, ante el Real Zaragoza. Los rojiblancos, con Cantarero en el banquillo, ya habían perdido en su casa por 0-2 y comparecían en La Romareda en pleno proceso de autodestrucción, sin apenas ninguna opción y una ganas horribles por cerrar una de las temporadas más decepcionantes de la historia colchonera. Aquella noche del 23 de junio de 2001 estaban sobre el césped los dos jugadores cordobeses con mejor trayectoria internacional: Paco Jémez (21 veces) y Toni Muñoz (10). Ambos iban a convertirse en protagonistas del peor de los modos. El central fue expulsado a los 12 minutos por una dudosa acción sobre Correa y el lateral zurdo abandonó el estadio en ambulancia, camino del hospital, después de doblarse el tobillo en el minuto 18. Fernando Torres, la gran esperanza del Atlético, se fracturó la clavícula. Y los rojiblancos ganaron (0-1), pero terminaron eliminados. Muy propio. Toni nunca volvió a pisar el césped como futbolista después de aquello.

Si quería experimentar sensaciones al límite, Toni Muñoz recaló en el lugar más adecuado para ello. Con el Atlético ganó títulos, fue internacional y jugó un Mundial -el de EEUU'94, con Clemente-, descendió a Segunda y, no contento con ello o seguramente afectado por ese extraño virus que modifica el gen de los colchoneros para hacerlo inmune al desencanto, siguió en el Calderón ejerciendo como director deportivo. Sustituyó en 2003 a otro ídolo del club, Paulo Futre, y se mantuvo durante un trienio en el cargo. Lo más cerca que estuvo el Atlético de Europa fue en la campaña 2003-04, cuando quedó séptimo y perdió la final de la Intertoto con el Villarreal. En su tercer curso, Toni declaró públicamente que se marcharia si el equipo no alcanzaba un puesto en las competiciones continentales. Trajo a Carlos Bianchi para el banquillo, pero el afamado argentino resultó un pufo: después de una penosa primera vuelta, con sólo cuatro victorias y 20 puntos sumados, hubo cambio en la dirección. Toni entregó las riendas a Pepe Murcia, que había sido compañero suyo en el Córdoba y entrenaba al filial rojiblanco. El cordobés resultó un revulsivo y el equipo se acercó al sueño europeo tras enlazar seis victorias consecutivas. Rozó la hazaña, pero no la logró. Y Toni fue consecuente. Después de 17 años en el club dijo adiós. Encima de la mesa -y antes de enrolarse en el Getafe, donde continúa- dejó firmado el contrato de una joven promesa argentina, casi desconocida, en una operación que le había generado un buen puñado de criticas dentro de la propia entidad. El nombre de aquel chico era Sergio Agüero. Le llamaban Kun.

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