¿Qué nos queda?
Pues bueno, señores. Hasta aquí hemos llegado. Tocando fondo. Sin ofrecer ni una mínima sensación de poder dar la vuelta a una situación que es, de largo, peor que la de la temporada anterior. Es muy probable que el Córdoba descienda. Con los números en la mano, cualquier otro desenlace entraría dentro del capítulo de los sucesos paranormales. El equipo blanquiverde es el que menos partidos gana y el que más goles encaja en la Liga 1/2/3. Ante esos datos no hay mucho más que añadir. Esto no arranca. Treinta y tres jugadores y cuatro entrenadores no han podido poner en marcha el invento, así que hay que entender que está muy mal hecho. Faltan 13 partidos. Quienes se mantengan no necesitarán, seguramente, los legendarios cincuenta.
En El Arcángel se multiplica la legión de desencantados al ritmo de las frustraciones encadenadas. No tiene nada que ver con lo del año pasado. El amable resacón por la marcha de los González, el efervescente dúo dinámico de León y Oliver, los llenos en las gradas, Sandoval, Reyes, Aythami, Sergi Guardiola... Si con todos estos fue un milagro, ya me dirán ustedes cómo habría que catalogar una reacción similar del grupo que ahora defiende el escudo con el liderazgo en el banquillo de Rafa Navarro. Voluntad, toda. Resultados, pocos. Pinta mal.
El cordobesismo es capaz de aguantarlo todo, menos que le tomen el pelo. Y durante los últimos tiempos esa sensación se ha convertido en habitual. Ya no quedan peñas donde fotografiarse, ni eslóganes inflados de épica para difundir, ni entradas para repartir, ni oídos que regalar, ni culpables a los que señalar, ni espacios en los que vender una realidad patrocinada. Solo quedan dolor y números. El Córdoba va el último porque, para su desgracia, se lo ha ganado a pulso. No ha hecho nada para merecer otra cosa.
Después de lo de Extremadura se ha empezado ya a hablar en serio de lo que se viene encima. Los accionistas minoritarios visitaron al presidente y propietario de la sociedad, Jesús León, para reclamarle información sobre asuntos que vienen de largo. Desde la época de Carlos González, demonizado de modo mayoritario por la descapitalización del club desde el descenso de Primera División. El bochorno blanquiverde ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Te puede humillar el Barça con Messi o te pueden sacar las vergüenzas en Almendralejo goleándote con los futbolistas que quisiste fichar. Para poder comprar hay que saber vender, que ésa es otra. En un año, el Córdoba se ha descompuesto en todos los órdenes. Deportivamente es un absoluto chiste: 61 de las últimas 71 jornadas en los dos últimos cursos en puesto de descenso.
Cada generación de cordobesistas tiene su pastilla de realidad, su momento de bajonazo, su viaje al infierno. En los ochenta fue el doble descenso consecutivo -de Segunda a Segunda B y de ahí a Tercera, para jugar contra el Rute de Rafael Sedano-; en los noventa llegaron los fracasos de los play offs con el “robo de Valle Gil” contra el Levante o el 1-4 en El Arcángel ante el filial del Deportivo para impedir un ascenso; en la primera década del siglo XXI llegó el Cincuentenariazo, un descenso a Segunda B con un presupuesto para subir a Primera; en la última década se armó la mayor tormenta de la historia: hubo ascenso a Primera, ridículo y regreso a Segunda, una categoria donde la presumible regeneración ha terminado degenerando en podredumbre. Ven y mira. Éste es el Córdoba al que hemos llegado. #EntreTodos
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