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No sé si tenéis claro a dónde hemos ido a parar

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Paco Merino

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Ahí está. Somos lo que hacemos. Volvemos a la B por derecho. Pasamos de actores principales, con todos los focos apuntando a la espera de una última gran actuación -del tipo de Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses-, a oscuros figurantes con una frase: “Yo me bajo aquí”. Faltan dos meses de Liga, sí. Pero esto es el Córdoba, señores. Sería muy fácil decir que ha sido víctima de las circunstancias, que se ha visto metido en un gigantesco embrollo de herencias recibidas y manos negras que le han empujado hacia un destino cruel e inmerecido. Pero no es así. Esto es un proceso de autodestrucción labrado a conciencia. Un descenso de autor.

La arrancada de caretas, la bajada general de brazos y el récord mundial de lanzamiento de toalla coincidieron en un día para apuntar en el diario del cordobesismo. Para qué fingir más después de tan ridículo comportamiento. Para qué hablar otra vez de “partido del año” cuando la incapacidad para hacer frente a la situación es tan flagrante. Para qué dejar para mañana el descenso que puedes sellar hoy. Haz que pase, pensó el Córdoba. Y lo hizo a lo grande, fiel a su tendencia al exceso para bien o para mal. Los aficionados marchándose por los vomitorios antes del final del encuentro y las burlas de los que se quedaban coreando con olés las acciones del rival dieron un aire tragicómico al escenario. No hay ya remedio. La apelación a “morir de pie” que realizó un avergonzado Rafa Navarro ni siquiera fue tenida en cuenta por su tropa, que anda ya en desbandada y sacando su arsenal de excusas. No podía haber otro final para este guion torcido.

El 0-4 ante el Lugo, además de una de las derrotas más humillantes jamás padecidas por el club, fue la apertura de las puertas de lo que hemos venido llamando “el infierno de Segunda B” con cierto aire displicente, como si no fuera con nosotros. El Córdoba salió de ahí en 2007, en los tiempos de Campanero, Escalante, el Litri y Javi Moreno. Desde entonces lleva doce años moviéndose por la órbita del fútbol profesional, donde le ha pasado de todo. Logró un ascenso a Primera después de más de cuatro décadas, disputó varios play offs para subir y se olvidó de ser un “cincuentapuntista”. “Todo lo que no sea estar en Primera es un fracaso”, era el mensaje durante los años más potentes de la era González. Qué tiempos aquellos. Los abonados eran clientes, proliferaban enfrentamientos, vetos y todo tipo de tropelías, pero siempre había un Borja García o un Florin Andone a mano para arreglar problemas en el campo y en la tesorería.

El Córdoba llegó a echar entrenadores por no estar peleando por el ascenso a Primera. Que se lo pregunten a Rafa Berges. Ahora soplan otros vientos. También lo sabe bien el oro olímpico cordobés, que volvió de Indonesia para agarrar el volante al rojo vivo de un Córdoba descarrilado. El destino ha querido que en la salida de vía le acompañe otro icono blanquiverde, un Rafa Navarro que ha envejecido de golpe después de ver cómo su equipo regresa a la categoría en la que él jugaba de joven. Este mes de junio se celebrarán 20 años desde el ascenso de Cartagonova, que puso fin a 16 años de Segunda B en 1999. Un equipo tieso, formado por cordobeses, dirigido por una junta gestora y con el sempiterno Escalante en el banquillo.

No se engañen. La Segunda B a la que vuelve el Córdoba -que ya dimitió lastimosamente a falta de dos meses de su lucha por seguir buscando el milagro- no tiene nada que ver con aquella de hace veinte años. Quien quiera saber a dónde ha ido a parar el primer representante deportivo de la ciudad puede pedir referencias a los trescientos y pico que se han tragado los partidos del Córdoba B en Segunda B en El Arcángel -pocas veces-, la Ciudad Deportiva del Camino Carbonell, El Carpio, Lucena o donde fuera menester acudir. El Córdoba se tendrá que adaptar a jugar su papel -el objetivo no es necesario decirlo- en el mismo lugar en el que jugó su filial hasta el curso pasado. Si convenimos que el fútbol es un negocio, el producto que se vende tendrá un dudoso atractivo. Y el descenso será -lo es ya- poco honroso. Ni comparación con aquel desplome dela 2004-05, celebrando el Cincuentenario con un batacazo monumental tras millones gastados y 40 jugadores usados para terminar con el director deportivo -Juan Carlos Rodríguez, un vivales- en el banquillo y una remontada fantástica -colista en la primera vuelta con ¡12 puntos!- para llegar al último partido en casa con las matemáticas abiertas. Si ganaba, se salvaba. Perdió por 3-4 y descendió. El estadio, puesto en pie, aclamó a los futbolistas. Hay muchas maneras de morir.

“Nos quedamos por ti”, fue el lema de la campaña de socios a los dos meses. En el cartel estaban muchosde los jugadores que vivieron el descenso. Comparen. Y no se alteren, por favor.

El Córdoba siempre convirtió su drama en una fiesta. Sus salvaciones en el último partido, sus épicos descensos, sus remontadas... Meterse en líos y apañarse para buscar una salida airosa ha sido su especialidad. Ya no le queda ni eso. En las próximas semanas llegarán nuevos capítulos de esta increíble aventura cordobesista, posiblemente la mayor prueba de resistencia que haya tenido el club en toda su historia. La temporada aún no ha terminado. En el verde sí, lamentablemente. Habrá que ver cómo se comporta ahora el equipo después de su cadena de despropósitos y el fracaso asumido. Al cordobesismo ya no le importa demasiado realmente. El equipo ha descendido de categoría. Ahora se trata de lograr la salvación, que no es ni más ni menos que una esperanza razonable de poder recuperar lo que con tanta dedicación se han dedicado -desde el primero al último- a perder.

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