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No me digas

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Paco Merino

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Andan diciendo por ahí que el Córdoba ha descendido, pero ni se percibe un ambiente de indignación generalizado -más allá del núcleo duro del cordobesismo y su entorno más cercano- ni tampoco un debate social que trascienda los tópicos de rigor. Quizá porque es mayo -con todo lo que eso implica-, porque hay elecciones a la vuelta de la esquina -y casi nadie se atreve a mojarse en un asunto con muchas aristas y trampas- o porque, sencillamente, lo más cómodo es abonarse a esa postura tan propia de aquí: la de los profetas del apocalipsis. “Ya lo sabía yo”, se oye decir con frecuencia en los foros en los que sale a colación el tema del batacazo blanquiverde. No era difícil pronosticar el desastre. De hecho, ahí ha vivido en los últimos tiempos el Córdoba.

¿Les gustan las matemáticas? Pues ahí va un dato. El equipo cordobesista solamente ha estado fuera de las posiciones de descenso en tres jornadas de las 70 más recientes. Fueron las dos últimas de la temporada pasada y la primera de la actual. ¿Quién es capaz de resistir esto? El Córdoba no ha bajado ahora. Ya lleva descendiendo, en picado, desde hace bastantes meses. Por eso no hay excesivo dolor por el golpe fatal en Las Palmas, donde hace cinco años ascendió a Primera por un golpe de suerte -bendito sea- y ahora se ha desplomado a Segunda B por derecho propio, sin más razón que su incapacidad para estar a la altura en ninguno de los frentes: desde el campo a los despachos.

Ahora anda todo el mundo señalándose. Buscando culpables, dicen. Como si no se supieran. El fracaso ha sido tan rotundo y claro que no caben dudas. Sobre el campo, la verdad: la plantilla -34 jugadores, cuatro entrenadores- no ha dado el nivel mínimo. Han ganado cinco partidos de 38 jugados, más otro en los despachos ante el expulsado Reus. Otros números -más de setenta goles encajados- la señalan como una de las peores de todos los tiempos. Un puñado de victorias casuales y muchas derrotas, con algunas actuaciones ridículas. Sin opción matemática a falta de cuatro partidos. No hay mucho más que añadir. Con el rendimiento ofrecido, no se lo creían ni ellos.

En los despachos, el papel de Jesús León no se sostiene. Tomó decisiones y colocó a gente en puestos de responsabilidad en condiciones, digamos, peculiares. Seguramente tiene preparado un arsenal de excusas para explicar, algún día, por qué hizo -o no- lo que hizo. El equipo está en Segunda B tras un descenso ganado a pulso, los impagos se acumulan -a plantillas y personal no deportivo- y el frente judicial se alimenta cada 48 horas con el aireo público de alguna demanda. Que si a Carlos González -al que debe terminar de pagar el 31 de julio-, a un ex consejero, al responsable de servicios médicos, a algún proveedor... En fin. Todo muy turbio.

Habrá quienes monten el escenario para una batalla final entre “defensores de León” y “defensores de González”. A ver quién es el más malo. Los dos, Aglomerados y Azaveco, tendrán que entenderse. Cada cual en defensa de sus intereses. En un universo paralelo se sitúan los defensores del Córdoba, que ya se están organizando para mantener los pilares del club. Saben mucho de fútbol, acumulan mucha experiencia... pero no tienen un euro -hablando en términos de mercado futbolístico, obviamente-.

La cuestión es que queda un mes para cerrar una temporada ridícula y parece que esto aún no ha tocado fondo. Ahora, algunos de quienes han contribuido a dar puñaladas al cadáver blanquiverde cuentan, en voz bajita al oído de sus confidentes habituales, que lo mejor hubiera sido descender la temporada pasada. Con el campo lleno, un equipo compitiendo, en la cima de la popularidad y con un enemigo común perfectamente señalable en caso de desastre: Carlos González. Si en vez del 3-0 ante el Sporting hubiera sido un 3-4, los jugadores y los aficionados hubieran llorado juntos. Como el año del Cincuentenariazo ante el Valladolid en 2005. El malo se había ido, se luchó hasta el final y se llegó hasta donde se pudo. Un buen punto de partida para edificar el futuro. Pero no fue así. El cordobesismo despertó de su cuento infantil -donde no hay buenos ni malos absolutos-, el equipo no luchó hasta el final -desde el principio, además- y el destino ha sido éste: descenso y ruina. El escenario actual es el peor imaginable. Y no se engañen: el Córdoba empezó a descender un minuto después del milagro de la salvación. Cuando en el vestuario, entre confettis y champán, se decía que iban a fichar a Rubén Castro, Jorge Molina... y al final vino Expósito. No se puede construir nada sobre la mentira. ¿Lo ven?

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